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Capítulo

Alfred es un peligroso vizconde que guarda en su historia un enorme secreto y una oscura pasión. Los constantes ataques al rey de Mónaco le obligan a recurrir al misterioso y enigmático noble para poner en sus manos la vida de su hija menor, una inocente princesa en peligro. El vizconde acepta proteger a la dama bajo ciertas condiciones que hacen que viva a su lado unas oscuras y macabras normas que la llevaran por un camino nunca antes transitado por ella. En medio de un intenso deseo y una peligrosa atracción entre ambos, ella vivirá con él día y noche, poniendo al límite su paciencia sin imaginar cuantos secretos, intrigas y enredos les acecharán. Un hombre peligrosamente oscuro dominado por los encantos de una princesa tierna y completamente inocente. Una pasión arriesgada en medio de grandes descubrimientos que los llevarán a ambos a ponerse al límite de sus deseos.

Capítulo 1 Prólogo

Reino de Mónaco

Palacio Real

Marzo, 10

12:00 horas...

-Solo tú puedes protegerla.

El rey dictaba su orden a mi, el hombre de menos confianza de su corona mientras ambos sabíamos que no encontraría a pesar de ello, a ningún otro capaz de proteger a su hija más pequeña como yo. Se escuchaba como una orden pero yo sentía que era un ruego. Que imploraba, después de habérmela negado en su día...que me la llevara ahora.

Ella era su adoración, y también la mía. Vivía prendado de la princesa, perdido en toda ella.

Veinte tiernos años inocentes puestos en las manos de mis treinta y dos oscuros y turbios abriles. Nadie en su día podía imaginar cuánto la deseaba, cuántas mujeres habían sido parte de mis fantasías con la princesa y desde luego ella...mi dulce y hermosa criatura no sabía cuanto ansiaba morder su boca, amarrar sus manos a las mías para presionarla contra todas las camas de mi castillo y meterme con fuerza dentro de ella mientras la tomaba una y otra vez. Día tras día y noche tras noche. Ferozmente.

Un vizconde mañoso, retorcido y ríspido como yo no era el más indicado para proteger a la hija del rey durante esos meses indefinidos que la corona necesitaba pero...a su vez no había nadie más poderoso y peligroso que yo para cumplir con la tarea de ocultar a la princesa. Ningún enemigo de nadie se atrevería a pisar mis tierras sabiendo lo que se rumoraba sobre mi y ella, ella no estaría en ningún otro lugar tan segura como en peligro que bajo mi techo...y mi cuerpo.

-Puedo prometer que nadie se acercará a la princesa mientras esté bajo mi poder -aseguré en medio de la noche -. Pero eso le incluye también, su majestad.

El rey me miró indeciso ante el matiz de mi decisión. Sabía que no sería una tarea fácil acatar mis condiciones pero no podía proteger a su hija si él o la corte real iban y venían de mis tierras frente a todos.

Me prometí a mi mismo ese día, justo cuando llegamos a un acuerdo, no tocarla, no tomar su cuerpo como rehén del mío ni beber de su boca como si fuera el pozo de mis sedientos pecados y lo logré... maldita sea si lo hice...logré hacerlo durante una mísera semana.

Mientras el rey cumplía su palabra yo incumplía la mía.

Ahora eso sí, no incumplía mi trato con él, sino mi trato conmigo mismo.

No puedes tener bajo tu poder algo que deseas en demasía porque jamás podrás controlar las ganas de poseerlo y yo, yo perdí esa batalla antes de empezarla.

Ella fue mía mucho antes de que pudiera evitarlo y entonces...entonces empezó el verdadero calvario por cumplir las normas de la corona, sin romper su corazón y destrozarme a su vez el alma.

Jugar al peligro es tan riesgoso como evitar hacerlo, el deseo puede ser más fuerte que la propia voluntad y no podemos controlar aquello que más deseamos porque en menos de lo que creemos, somos víctimas del sabor exquisito que nos produce el pecar.

Ella fue mi pecado, luego se volvería mi penitencia.

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