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Clara Ramírez estaba sentada en su despacho, mirando por la ventana del edificio que había pertenecido a su familia por generaciones. A través de la gran cristalera, podía ver la ciudad que había sido testigo del auge y caída de los negocios de los Ramírez. La cadena de hoteles que su abuelo había fundado, ahora se encontraba al borde de la ruina. No había forma de evadirlo. Todo lo que había conocido estaba a punto de desmoronarse.
El teléfono en su escritorio sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Lo levantó de inmediato, con la esperanza de que la llamada viniera con buenas noticias, pero ya sabía, en su corazón, que no sería así.
-Señorita Ramírez, le tengo noticias difíciles -la voz al otro lado de la línea era grave, tensa. Era Eduardo, el director financiero de la empresa familiar. Clara suspiró, preparada para lo peor.
-Dime, Eduardo. ¿Qué tan malas son? -respondió Clara, tratando de mantener la calma.
-La situación es peor de lo que imaginábamos. Los informes de este trimestre son devastadores. La deuda ha crecido mucho más rápido de lo que esperábamos. A menos que obtengamos un préstamo significativo o alguien invierta, la empresa no podrá seguir operando por mucho más tiempo.
El aire se volvió pesado en la oficina de Clara. Sus dedos apretaron el borde del escritorio mientras intentaba asimilar las palabras de Eduardo. El negocio que había pertenecido a su familia por décadas, el legado de su abuelo, estaba a punto de desaparecer. Las horas de trabajo incansables, las decisiones difíciles, todo lo que ella había hecho para mantener a flote la empresa, parecía haber sido en vano.
-¿Hay alguna esperanza, Eduardo? ¿Algún rescate posible? -preguntó Clara, sintiendo cómo la frustración y el miedo comenzaban a apoderarse de ella.
-He hablado con varios bancos, pero ninguno está dispuesto a arriesgarse. La situación financiera es... insostenible. Si no conseguimos una inversión externa, no podremos mantenernos a flote.
Clara cerró los ojos y exhaló lentamente. La opción que más temía estaba a punto de convertirse en una realidad. Un inversor, alguien fuera de la familia, tendría que tomar las riendas de lo que quedaba. Pero, ¿quién podría estar interesado en un negocio tan endeudado? ¿Y qué precio tendría?
-¿Sabes si hay alguien dispuesto a entrar en el juego? -preguntó Clara, con voz tensa.
-He oído rumores sobre un empresario llamado Víctor Mendoza. Es conocido por adquirir empresas en dificultades y reestructurarlas, aunque no es precisamente conocido por su ética -dijo Eduardo, dejando la sugerencia en el aire.
Víctor Mendoza. El nombre le sonaba familiar, pero no era alguien con quien Clara hubiera tenido contacto. Un empresario audaz, despiadado incluso, alguien que no dudaba en tomar el control, sin importar las consecuencias para quienes ya estaban en el negocio.
-Lo investigaré -dijo Clara, sin mucho entusiasmo.
Colgó el teléfono, sintiendo que el peso de la situación la aplastaba. Caminó hacia la ventana y miró la ciudad que se extendía ante ella. Los rascacielos, los edificios emblemáticos, todo parecía seguir su curso, ajeno a su mundo que se desmoronaba.
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