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Las manos de Edith se sentían tibias sobre mis mejillas y la pulsera de perlas que llevaba en la muñeca estaba clavándose en mi piel.
Levanté el rostro y la miré con diversión, haciendo mi mejor esfuerzo en no soltar una carcajada por la cara de concentración tan ridícula que mostraba: su frente profundamente ceñida, sus labios sumamente fruncidos y sus párpados fuertemente cerrados.
Lo mejor era el sonido de supuesta meditación que estaba emitiendo.
—Uhmmm...
—Edith, esto no está...
—Shh—apretó con más fuerza su agarre en mi rostro y puse los ojos en blanco, sonriendo.
—Anda ya, Buda—la molesté—. Me saldrán raíces del trasero si sigo sentada aquí por más tiempo.
Edith dejó caer las manos a sus lados y me lanzó una mirada de exasperación.
—Leah, estoy tratando de hacerte un fa-vor—se defendió—. Tus chakras podrían estar terriblemente desordenados y tu pobre alma en desgracia podría terminar en el infierno.
Enarqué las cejas, sin estar en absoluto convencida.
Mamá decía que había sacado eso de papá. Eso y mi manía de mirar a todos los demás como si no pudieran sumar dos más dos.
—De acuerdo, tú ganas—se rindió, al tiempo que se acomodaba sobre el hombro la larga cabellera clara—, pero deja de mirarme como si fuera estúpida.
Me incorporé de un salto y le pasé el brazo por los hombros, instándola a caminar junto a mí para llegar al edificio principal; seguramente Jordan y los demás estarían ya esperando por nosotras.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro al imaginar la cara que pondría mi novio cuando le contara que—nuevamente— había sido el conejillo de indias de Edith en su incansable obsesión por encontrar la religión perfecta que llenaría de plenitud y felicidad su vida.
Aunque debía admitir que después de pasar por el chamanismo y el shintoismo, el budismo no sonaba tan mal.
—¿De qué te ríes?—preguntó mi amiga con curiosidad—. A veces me asustan tus reacciones, ¿sabes? Eres tan rara.
—Mira quién habla—contraataqué dándole un golpecito con mi cadera—. Pensaba en Jordan.
Ella resopló y se deshizo de mi agarre.
—Obviamente. Tu pequeño cerebro no puede pensar en otra cosa, mononeurona.
Abrí la boca fingiendo indignación y acelerando mis pasos para ir a la par.
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