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MARISOL SÁNCHEZ
Tengo 20 años. Mi madre murió cuando yo tenía cinco, pero un par de meses antes de su fallecimiento, se casó con un hombre mucho mayor que ella, quien se quedó con mi custodia tras su muerte. La realidad es que solo vi a ese hombre tres veces en mi vida: el día de su boda con mi madre, el día del entierro de mamá y cuando cumplí quince años.
Antes de morir, le prometí a mi mamá que siempre sonreiría, sin importar nada, y que siempre sería feliz. Hasta ahora he cumplido esa promesa. No volví a ver al hombre que paga mi educación desde mis quince años, pero hace dos semanas me enteré de que falleció.
Creí que me echarían a la calle como a un perro sin hogar; sin embargo, no fue así. Resulta que el señor tenía un hijo de treinta años, quien debe estar al pendiente de mí hasta que termine mi carrera de medicina. Debo seguir viviendo en la misma mansión hasta que termine de estudiar; de lo contrario, dejarán de pagar mis estudios. Así que, ni modo, debo vivir sola como siempre en la gran mansión del viejo hasta que logre terminar mi carrera.
Bueno, eso creí yo, pero esta mañana los sirvientes me informaron que el hijo del viejo, el joven Andrés Stone, vendrá a vivir aquí para estar al pendiente de mí. La verdad, no conozco a ese hombre y no sé qué intenciones tenga conmigo, pero seguiré viviendo mi vida como siempre, con alegría, sin límites y siempre sonriendo. Se lo prometí a mi madre y siempre cumpliré esa promesa.
Hoy tengo una fiesta en la orilla de la playa; sin embargo, el idiota cara dura del tal Andrés ordenó que debía esperarlo en casa hasta que él llegara esta noche, algo que, por supuesto, no haré. Tengo una fiesta a la que debo asistir, y es justo lo que voy a hacer.
Algunos dirán que me comporto como una niña, pero ese idiota no va a venir de la noche a la mañana a cambiar mis planes. Además, a la fiesta asistirá Eduardo Cavil, el chico más guapo de toda la universidad, el amor platónico de todas, y yo no pienso faltar por nada del mundo a esa fiesta.
Todos los sirvientes de ese idiota me vieron entrar a mi habitación, donde se supone que dormiré toda la noche, pero ellos no saben que eso no será así. Me coloqué un traje de baño, un short y una chaqueta. Guardé algunas cosas en un bolso y una cuerda con la cual bajaré por la ventana. Apreté con cuidado la cuerda a la cama y luego me asomé por la ventana para asegurarme de que no hubiera nadie abajo.
En cuanto comprobé que no había nadie en los jardines, tomé mi bolso, me subí a la ventana sujetando la cuerda y comencé a descender poco a poco. Agradezco que mi habitación esté en el segundo piso y no en el tercero o el cuarto, porque me orino del susto.
Cuando por fin toco el firme suelo, respiro aliviada, me aseguro de que nadie me haya visto y corro hasta saltar la gran valla del jardín. Del otro lado me espera mi pequeña amiga Itzel en su auto.
—Te meterás en problemas por esto —comenta Itzel cuando subo al auto.
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