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La vida parecía tener el mismo color grisáceo día tras día, y en la noche no había diferencia, salvo los sueños en los que ella se hacía realidad por una fracción de momento. Lara, su vecina, abarcaba todo el espacio de su mente y ella ni por enterada se daba; parecía no notar los intensos sentimientos que albergaba su corazón.
Este mundo apestaba cada momento para Danilo, quien ya ni siquiera tenía las fuerzas de dirigirse juicioso hacia su lugar laboral. Se quedaba bajo las sábanas a deshoras del mediodía o quizá un poco más. Prefería roncar que enfrentarse a la lucha diaria; hasta bañarse era un calvario para él.
Aunque su madre le dijera en repetidas ocasiones, que era un vago sin remedio, que no tendría un futuro prometedor, que Dios veía sus omisiones para con la vida correcta, y que eso lo llevaría derechito al infierno; aquello no era lo suficientemente convincente para levantar el trasero del sofá hacia sus responsabilidades.
Ya ni siquiera el celular tenía chiste para él. Las aplicaciones eran más aburridas que la vida misma. Un día de repente le llegó una notificación de la empresa donde su padre le había conseguido una plaza. El mensaje era más que obvio: ya no querían ni verlo, mucho menos olerlo por esos lugares de oficinas y gerentes.
Lo más gracioso del caso era que, no le importaba para nada haber sido despedido sin derecho a liquidación. Así como tampoco le importó mucho cuando su madre le puso un alto y de la manera más desgarradora, con el apoyo silencioso de su padre, lo terminaron echando del hogar.
—¡Ya no te aguanto más como un haragán sin remedio! —gritó histérica doña Clemencia—. Vas a empacar tus cosas y te me vas a conseguir una vida. Eres una vergüenza para esta familia.
Aquella fue la última frase que escuchó de su madre antes de buscar su vieja valija y comenzar a echar todas sus pertenencias, las cuales no eran muchas después de todo. Solo tomó su ropa ligera, dos pares de zapatos, su tablet desactualizada que no usaba desde la navidad pasada y el poco dinero que le quedaba del que fue su último pago.
Resignado ante las palabras de la desconsiderada de su madre –según él–, Danilo se encaminó hasta la sala para pasar junto a su indiferente padre. No hubo despedidas ni palabras de aliento de su parte; no era como si las estuviera necesitando tampoco. Se iba sin remordimiento alguno, no le debía nada a nadie.
Tras cerrar de un portazo, una madre lloraba desconsolada en el hombro de su cabizbajo esposo. Habían dejado a su hijo un ultimátum y este no hizo el mínimo intento por mejorar, más bien, a sus veintidós años había agarrado racha de bebedor y vividor. Aquella era la consecuencia final.
Danilo, enfurecido tomó su bicicleta y pedaleó lo mejor que pudo, ya que la maleta en su espalda le hacía estorbo. Para terminar de ennegrecer el día había comenzado a llover a cántaros y la vida no podía ser más perra con él. Había aceptado su destino y ahora solo tenía una sola opción en toda la vida: llamar a Mary.
Aquella alegre chica morena de ojos avellana y cabello alborotado era la única que no le hacía ningún tipo de reproche hasta el momento. Había sido su mejor amiga desde que, ella le hacía las indeseables tareas mientras cursaba la aburrida carrera de Administración de empresas –para él–, en la universidad Regional.
Casi se cae al tratar de estacionar frente aquel conjunto de departamentos en el que su amiga residía desde hace un año, ya que su ascenso como gerente de una cadena de restaurantes le había permitido conseguir vivienda en ese lugar que, para nada era barato. Suspiró de frustración y tocó el timbre.
El cuadro que Mary había encontrado en serio le enterneció: Allí estaba Danilo, empapado hasta el tuétano, con una maleta mediana en su mano y con una sonrisa de tonto; el muy despistado no pudo dignarse a llamar antes de llegar, aunque luego de hacerlo pasar se dio cuenta del por qué de su abrupta llegada.
—Así que, el día tan anunciado por tus padres se llegó. —dijo Mary con desconcierto mientras le extendía a Danilo una toalla.
—Ya sabes, ellos lo tenían advertido —respondió Danilo—. Lo que nunca creí fue que lo cumplieran de verdad —refunfuñó mientras se encogía de hombros y secaba el exceso de agua de su castaño cabello.
—B-bueno... —despabiló ella—. Igual con tu trabajo podrías comenzar a hacer un ahorro para probarles que se equivocan.
—Es que... —titubeó Danilo.
—¿Es que, qué? —dijo Mary de brazos cruzados.
—Ya no tengo trabajo, me despidieron —musitó Danilo, viendo hacia el suelo.
—¡Que, qué! —gritó ella y Danilo se cubrió los oídos.
—Esa fue la razón por la que... me echaron. —Danilo chocaba ambos índices, como un niño regañado.
Mary rodó los ojos para luego cerrarlos y mentalmente contó hasta diez para responder:
—Bien... No te preocupes, Dani —aseguró Mary—, algo se podrá hacer y saldrás adelante. Sabes que tienes mi apoyo. —Ella finalizó aquella frase positiva y él ya estaba dedicándole una sonrisa que, la hizo estremecer con esos blancos dientes y su cara de ángel, con esos lunares que adornaban su rostro.
—¡Mi amiga bella, sabía que tú no me ibas a abandonar! —exclamó eufórico y sin permiso la levantó para darle un par de vueltas, dejándola empapada.
—¡Dani, ahora yo también estoy empapada, tarado! —espetó entre risas, fingiendo estar enojada.
—Perdona, perdona. Sólo me emocioné, eso es todo —dijo apenado.
—Okey, perdonado —dijo Mary, con una sonrisa ladina—. Solo si desde mañana te pones a buscar un trabajo ¿Está bien?
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