El amor en la sociedad rusa de finales del siglo XX
l una expresión particular, una especie de alegría radiante y contenida q
ando órdenes a los camareros tártaros que, vestidos de frac y con las serv
onserva, y dijo a la cajera francesa, toda cintas y puntillas, algunas frases que la hicieron reír a carcajadas. En cuanto a Levin, la vista de aquella francesa, que parecía hecha toda ella de cabellos postizos y de po
más ahínco seguía a Oblonsky y que era un hombre grueso, viejo ya, con los faldones del frac flotantes bajo la ancha
on otro y colocada bajo una lámpara de bronce. Luego acercó dos sillas t
ando ó
de él dentro de poco. Ahora lo ocupa el príncipe Gali
mba, o
kadievich
poniendo el dedo sobre la carta. Y su
buenas las ostr
celencia. De Oste
ean de Flensburg,
os recib
os por las ostras
me gustaría sería el schi y la kacha
preguntó el tártaro, inclinándose ha
y tengo apetito. –Y añadió, observando una expresión de descontento en el rostro de Esteban A
res de la vida –repuso Esteban Arkadievich–. Ea, amigo: tráenos primero l
¿no? –corrig
le la satisfacción de menci
, con la salsa muy espesa; luego... rosbif, pero qu
con los nombres de la cocina francesa, no quiso insistir, pero se tomó el
a Beaumarchais, poularde à l'e
orte, cambió la carta que tenía en las manos
é be
so un poco de... cha
? Pero bueno, como tú q
ta b
anc –dijo
las ostras. Lu
encia. ¿De v
ero no: vale más e
rá Su Excele
ma. ¿O pref
–dijo Levin, sin pode
cia atrás, y cinco minutos más tarde volvió con una bandeja llena de ost
colocó la punta en la abertura del chaleco y, apoyand
un tenedorcito de plata y las engullía una tras otra–. No están mal –
ría preferido queso y pan blanco, pero
iado el vino espumoso en las finas copas de cristal, contempló con visib
reguntó éste a Levin–. ¿O es
ente del restaurante, que contrastaba tanto con su estado de ánimo de aquel momento. No, no se enc
a impresión de que aquello había de mancillar los
puedes figurarte la impresión que le causan estas cosas. Es, por eje
e Grinevich te impresionaron
do que nos permitan trabajar más cómodamente; por eso nos cortamos las uñas y a veces nos remangamos el brazo... En cambio, aquí la gente se deja cr
ievich sonrió
so un trabajo rudo, que s
le
nosotros los del pueblo procuremos comer deprisa para ponernos en seguida a trabajar otra vez
fin de la civilización consiste en c
prefiero ser un salvaje. –Eres un salvaje s
avergonzado y dolorido. Arrugó el entrecejo. Pero ya O
.? – agregó, separando las conchas vacías y acercando el q
in–, aunque creo que la Prin
Yo también pasaré por allí, pero antes he de estar en casa de la condesa Bonina. Hay allí un coro, que... Como te decía,
ólo sé una cosa: que haces siem
lentamente, pero con agitación–, pero si lo soy, no es
rumpió su amigo, mirándo
es enamorados por los ojos –declaró Esteban Arkadievic
o tienes ya
ngo sólo el presente, y este present
Y
no todo se puede explicar –dijo Esteban Arkadievich–. Cambia los p
ando fijamente a su amigo, sin apartar
ersación sobre ello... Juzga por mis palabras si lo a
oz trémula, sintiendo que todos los músculos de s
e su copa de Chablis sin
aría otra cosa. Creo que es
e refieres? –repuso su amigo, clavan
o. ¿Por
? Dime todo lo que piensas. ¿No me es
o Esteban Arkadievich, obse
esto fuera terrible
terrible en esto. Toda muchacha s
ero ella no
do estaban divididas en dos clases: una compuesta por la generalidad de las mujeres, sujetas a todas las flaqu
lsa! –dijo, deteniendo la mano d
ero impedía, con sus preguntas, que
e hablado de ello. Con nadie puedo hablar, excepto contigo. Aunque seamos diferentes en to
sky con una sonrisa– . Te diré más aún: mi
e sus relaciones con ella y, tr
cimientos... sobre todo si se trata de matrimonios... Por ejemplo: predijo que la Schajovsk
ecir,
o, sino que asegura que Kitty
iluminó con una de esas sonrisas tras de las q
que tu esposa era una mujer admirable. Bien; ba
pero s
sos por la pequeña habitación, pestañeando con fuerza para domin
a superior a mí que me lleva a Kitty. Me fui de Moscú porque pensé que eso no podría ser, como no puede ser que exista felicidad en
qué te
tá aquí, ¡y hasta de él me había olvidado, como si creyera que también él era feliz! ¡Es una especie de locura! Pero hay una cosa terrible. A ti puedo decírtela, eres casado y conoces estos sentimientos... Lo terrible es
i de pocos pecados
ida, siento asco, me estremezco y me
El mundo es así –dij
e que siempre me acuerdo: «Perdónanos, Señor, no según nuestros mer
vino de su copa
cirte –indicó, al fin,
Vronsky? –N
que acudía siempre para llenar las copas en e
uno de tu
e Vronsky? –p
il que inundaba su ros
aviesa y d
í allí. Él iba a la oficina para asuntos de reclutamiento. Es apuesto, inmensamente rico, tiene muy buenas relaciones y es edecán de Estado Mayor y, ademá
do las cejas, g
e que está enamorado de Kitty hasta l
omprendo nada ––dij
ano, pensó en lo mal que
–dijo Esteban Arkadievi
que sé. Pero creo que en un caso tan deli
ido, se recost
sunto lo antes posible –dijo Obl
o su copa–. Me emborracharía. Bueno, ¿y cómo van tus
l asunto lo antes posible; pero no hoy. Vete mañana por la maña
ar en mis tierras –––dijo Levin–.
lmente herido en sus más íntimos sentimientos por lo que acababa de saber sobre las pretensiones ri
o lo que pasaba en el
ual gira todo. Mis cosas van mal, muy mal. Y también por culpa de ellas. Vam
no. –¿De q
ue estás casado, que amas a tu
Sería como si, después de comer aquí a gusto,
n Arkadievich bril
que el pan huele tan bien q
nn itch bezwungen M
gelungen Hatt' ich au
an Arkadievich sonrió maliciosamente. Lev
ola en el mundo y sin medios de vida que me lo ha sacrificado todo. ¿Cómo voy a dejarla? Suponiendo que nos separemos por con
. En fin: nunca he visto esos hermosos y débiles seres caídos, ni los veré nunca; pero de los que son como esa franc
ices de la d
elio, nadie recuerda más que esas palabras. De todos modos, no digo lo que pienso, sino lo que siento. Aborrezco a las mujeres perdidas. A ti
mano izquierda tira detrás del hombro derecho los asuntos difíciles de r
ntras con que no puedes amar a tu esposa con verdadero amor, por más respeto que te inspire. ¡Si entonces apa
n so
Oblonsky–. Y entonces, ¿qué
adievich se
poya más que en sus derechos, en nombre de los cuales te exige un amor que n
proceder? ¡Es u
o, otros el otro. Y los que profesan el amor no platónico no tienen por qué hablar de dramas. Es un amor que no deja lugar a lo dramático. Todo el drama consiste en unas palabras: «Gracias por las satisfacciones que me has propor
as razón... Bien puede ser. Per
d no es así. Tú, por ejemplo, desprecias la actividad social y el trabajo oficial porque quisieras que todo esfuerzo estuviera en relación con su fin, y eso no sucede en la vida. Desearías que la tarea
ijo. Pensaba en sus asunto
–, cada uno pensaba en sus cosas exclusivamente y no se preocupaba para nada del otro. Oblonsky había experimentado más de una vez es
itó, saliendo a
a artista y su protector. Halló así alivio y descanso de su conversación con Le
to por vodkas, Levin –que en otro momento, como hombre del campo, se habría horrorizado de aquel
casa para cambiar de traje a ir a la de los S
ada en que la habían presentado en sociedad, donde obtenía más éxitos que los que
taban enamorados de Kitty, sino que en aquel invierno surgieron dos proposicione
entes muestras de amor hacia Kitty motivaron las primeras conversaciones formales ent
s, la Princesa respondía que Kitty era demasiado joven, que nada probaba que Levin llevara intenciones serias, que Kitty no sentía inclinación hacia Levin y ot
damente, la Princesa se alegró y dij
mo yo te
ún, y se afirmó en su opinión de que Kitty debía
as y raras, por su torpeza para desenvolverse en sociedad, motivada, a juicio de ella, por el orgullo. Le disgustaba
si, declarándose, el honor que les haría no sería demasiado grande. ¿No comprendía, acaso, que, puesto que visitaba a una familia donde había una joven casadera, era preciso
nteligente, noble, con la posibilidad de hacer una brillante carrera militar
visitaba la casa... No era posible, pues, dudar de la formalidad de sus intenc
a de antemano, llegó, conoció a la novia y le conocieron a él; la tía casamentera informó a ambas partes del efecto que se hab
complicaciones, o así al men
Fueron muchas las caras que se vieron, los pensamientos que se tuvieron, los dineros que s
edad su hija menor, se
res, el viejo Príncipe era muy celoso del honor y pureza de sus hijas, y sobre todo de Kitty, su
es de la alta sociedad habían cambiado y sus deberes de madre se habían hecho más complejos. Veía a las amigas de Kitty formar sociedades, asistir a no se sabía qué cursos, tratar a los hombres con l
e se lo había dicho a la Princesa. La costumbre francesa de que los padres de las muchachas decidieran su porvenir era rechazada y criticada. La costumbre inglesa de dejar en plena libertad a las chicas tampoco
o sabía nadie. Aquellos con quienes la Princesa
se casan son las jóvenes, no los padres. Hay que dejarlas, pues, en libe
ue no la amara o que no le conviniera como marido. Tampoco podía aceptar que las jóvenes arreglasen su destino por sí mismas. No podía admitirlo, como no podía admitir que
ro se consolaba con la idea de que Vronsky era un hombre honorable. Reconocía, no obstante, cuán fácil era trastornar la cabeza a una joven cu
mazurca, y aunque tal conversación calmó a la Princesa, no se sentía tranquila del todo. Vronsky había dicho a Kit
llegue de San Petersburgo com
suponiendo que ella estaría contenta de la elección de su hijo, y comprendía que el hijo no pedía la mano de Kitty por temor a ofender a su madre si no la
ía separarse de su esposo, pero, de todos modos, la inquietud que
po atrás cierta simpatía hacia Levin, rechazara a Vronsky en virtud de escrúpulos exagerados. En resumen: consi
tó la Princesa a su hija, refiriéndo
y,
una cosa... ––em
su madre, Kitty adivi
cia ella–. Le pido, por favor, que no me
pero los motivos que inspiraban
rte que si das es
iga nada, por Dios. Me
os ojos de su hija–. Sólo quiero que me prometas una cosa, vi
cara–. Pero hoy por hoy no tengo nada que decirte... Yo... Yo... A
contento. La Princesa sonreía, además, ante aquello que a la pobre muchacha l