El amor en la sociedad rusa de finales del siglo XX
rsación sostenida con Levin. Pese a la compasión que éste le
do, mientras escuchaba a su padre y miraba a Vronsky que hablaban juntos, no se apartaba de su mente; y sentía tanta compasión de él que las lágrimas acudieron a sus ojos. Pero luego
o, ¿qué puedo hacer? Yo no
a si se arrepentía de haber atraído a Levin o de ha
ame!», repitió mentalmente si
e desarrollaba una de las frecuentes escenas que s
s se ajustaba su bata gris–. ¡No tienes orgullo ni dignidad! ¡Estás cub
ué he hecho yo? –respondía
cipe para darle las buenas noches. No tenía intención de hablar a su marido de la proposición de Levin y la negativa de K
enfureció y comenzó a pr
ad a todo el mundo y no a esos galancetes preferidos, haced venir a todos esos pisaverdes (así llamaba el Príncipe a los jóvenes de Moscú), contratad a un pianista
. El otro es un petimetre de San Petersburgo, igual a los demás. ¡Parece que los fab
he hecho
... ––empezó el P
te hiciera caso, nuestra
ría irnos al pueb
misma? Se trata de un joven que tiene las prendas,
i pensarlo... «¡Oh el espiritismo, oh, Niza, oh, el baile!» –y el Príncipe imitaba los gestos de su mujer y
ser así? ¿Por qu
ue las mujeres no los tenéis. Yo veo quién lleva intenciones serias: Levi
mete algo en
pero cuando sea tarde,
interrumpió la Princesa recordan
bien.
ún la costumbre y se separaron, bien persuadid
a decidido la suerte de Kitty y que no cabía duda alguna sobre las intencion
el ignorado porvenir, repitió mentalmente una v
que durante su matrimonio y después de quedar viuda sobre todo, había tenido muchas aventuras, que nadi
zado a frecuentar el círculo de los militares ricos de San Petersburgo. Mas,
an Petersburgo, el encanto de relacionarse con una joven de su esfera, agradable y pura, q
sin embargo y para ella, un sentido particular. Aunque cuanto le decía podía muy bien haber sido oído por todos, comprendía que ella se sentía cada vez
chas con las que uno no piensa casarse, acción censurable muy corriente entre los jóvenes c
ose con ella Kitty iba a ser desgraciada, se habría quedado asombrado, casi sin llegarlo a creer. Le era imposible imaginar que
sino que en la familia, y sobre todo en el papel de marido, de acuerdo con la opinión del cí
de los Scherbazky, sentía la impresión de que el lazo espiritual que le unía con Kitty se habí
suavidad debida en parte a no haber fumado en toda la noche y en parte
e ha dicho más elocuentemente que nunca que me quiere. ¡Y lo ha hecho con tanta sencillez y sobre todo con tanta confianza! Me siento mejor, más puro, siento que tengo corazón y que en mí h
concluiría la noche. Meditó e
lí encontraré a Oblonsky, habrá canciones, cancán... No; estoy harto de eso. Precisamente si aprecio a l
e le sirviesen la cena, se desnudó y apenas puso