El amor en la sociedad rusa de finales del siglo XX
de francés. El chico leía volviéndose con frecuencia y tratando de arrancar de su vestido un botón a medio caer. La madre le hab
os quietas,
iniciado y sólo se ocupaba de ella en momentos de disgusto. Ahora
ada de su hermana nada le importaba, lo había preparado t
o de los personajes más importantes de San Petersburgo, una grande dame de capital. A esta circunstancia se d
la no he oído decir nunca nada malo y, por lo que a mí toc
había producido buena impresión; en su manera de vivir le había parecido d
«En consuelos, seguridades para el futuro y perdones cri
l dolor en el alma, no podía ocuparse de otra cosa. Sabía que no hablaría con Ana más que de aquello, y si por un lado le satisf
samente en el momento en que Ana llegó. No oyó, pues, el timbre, y cuando, percibiendo pasos ligeros y roce
í? –dijo, besando y a
mucho de ve
onrisa, tratando de averiguar por el rostro de
, viendo la expresión compasi
cuarto –continuó, procurando retra
Ana, besando al niño, sin dejar de mirar a Dolly y ru
de sus negros y rizados cabellos quedó prendido en
cha y de salud! –dijo D
na, dirigiéndose a la niña, que entraba corriendo. Y, tomándola en brazos, la bes
ino su edad, sus caracteres y hasta las enfermedades que h
–dijo–. Pero Vasia está
ya solas, en el salón, ante una taza de c
, mi hermano me
rases de falsa compasión,
ijo nada en a
derle ni consolarte. Es imposible. Sólo des
de su cuñada y le tomó la mano entre las suyas, pequeñas y enérgicas
. Después de lo pasado, todo es
e su rostro se suavizó. Ana besó la
hacer? Hay que pensar en lo mejor que pueda h
delo, es que no puedo dejarle; están los niños, las obligaciones, pero no p
tado todo, pero quisiera que me
rostro de Ana se pintaba un since
–y se interrumpió, rectificando–, pero Esteban Arkadievich no me contó nada. Aunque no me creas, yo imaginaba ser la única mujer que él había conocido... Así viví ocho años. No sólo no sospechaba que pudiera serme infiel, sino que lo consideraba imposible. Y, figúrate que en esta fe mía, me entero d
l rostro en él y prosigui
o engañarme arteramente, continuar siendo esposo m
lly, lo comprendo... –dij
l horror de mi situación? –siguió Dolly–
te–. Es digno también de compasión;
de arrepentimiento? – interrumpió D
aquello había de impresionar a Dolly más que nada) es que hay dos cosas que le atormentan: primero, la vergüenza que siente ante sus hijos, y después que, amándote como te ama... Sí, sí, te ama
aba ya a su cuñada y sól
situación es también te
causante de todo el daño. Pero ¿cómo perdonarle? ¿Cómo seguir siendo su mujer, después
zos ahoga
o si lo hiciera intencionadamente, la idea que
de sus hijos. Le he servido, consumiéndome en ello, y ahora a él le es más agradable una mujer joven, aunque sea
nimó de nue
eeré. Todo ha concluido, todo lo que me servía d
me, para qué trabajar? ¡Qué lástima que tengamos hijos! Es horrible, pero te aseguro que ahora, en vez de ternu
e pongas así. Te encuentras tan ofendida, ta
os permanecieron en s
resolverlo. Yo he pensado
orazón respondía francamente a cada palabra
o –e hizo un ademán señalando la frente–, la facilidad con que se entrega y con que lue
ó Dolly–. Pero ¿y yo? ¿Te olvidas
or de tu situación. Le vi sólo a él, comprendí que la familia estaba deshecha y le compadecí. P
prenda tus sufrimientos, ignoro, en cambio, el amor que puedas albergar por
Ana la interrumpió cogiéndole
í pecan contra su fidelidad, pero su mujer y su hogar son sagrados para ellos. Mujeres como esa institutriz son a sus ojos una cosa distinta, compatib
ero él la
a recordándote, cómo hablaba de ti continuamente, cuánta poesía ponía en t
ujer extraordinaria» . Tú eras para él una divinidad y sigues si
se re
creo
rías per
no puedo
onó un mome
yo me habría transformado en otra mujer, sí; pero le perdo
ón. Si se perdona, ha de ser por completo... En fin, voy a acompañarte a tu cuarto –añadió, levantándose y abraza