La herencia maldita
r adentrándome en la casa, convenciéndome de que era todo producto de mi imaginación. Debía ser el cansancio, el entierro, y todo
n que los espesos cortinajes del mismo color, que cubrían todas las paredes de la habitación soltaran destellos, por un momento me quedé algo atontada y sin saber q
l centro de la misma. Estaba tan iluminada, que de pronto me invadió una sensación de pureza, que hizo que recordara todo lo que en tan poco tiempo me había acontecido. No les miento si les digo que en ella me sentía como si todo mi cuerpo fuera penetrado por esa luz, mis pen
n, pero al quedarme ahí contemplándolos, sentí que existían personas sentadas en aquellos muebles, podía incluso ver el dibujo de su peso. Solo fue un momento, pero su presencia fue tan real, que me hizo retroceder asustada, cerrando los ojos para volverlo
́ un chirriante sonido que me estremeció profundamente, dando paso a una singular estancia. Tenía como centro una enorme chimenea, que bajaba en forma circular del techo de color negro, quedaba justamente enc
reciar un cenicero, cajas de tabaco de diferentes marcas que daban la sensación de haberse acabado de abrir; una bandeja con copas alrededor de una botella de vino completaba el servicio. Solo el color de las bebidas cambiaba de una mesa a la otra, los había rojo en todas sus tonalidades, ros
a lo que sucedía conmigo? Nunca había sido cobarde, ni le tenía miedo a las habitaciones vacías. En el colegio podía pasearme a cu
eno con un hermoso y amplio comedor verde esperanza, hasta el piso era de esta tonalidad. En el centro existía una mesa puesta con el más esmerado cuid
un juego de cubiertos, platos, copas y servilletas diferentes. Los había con ribetes de oro, otros de plata, adornos de perlas, diamantes, alguno sin el más
to de rosas rojas recuerdo de mi mamá, así como mis cubiertos de níquel adornados con pequeñas rosas y mi copa tan q
aído y colocado allí? No recordaba haberlas recogido en el colegio. ¿Cómo aparecieron de pronto en esta mesa? ¿Lo habrían empacado las monjitas y no me dí cuenta? Esa era una explicación lógica, pero, ¿por qué estaban en e
ervir ya la cena? -
horas, todo era tan nuevo y tan confuso. Se había hecho
ropa, por favor, ¿me puede indicar don
hacia la cocina, supuse, siempre con la band
aré a su habitación -pidi
el galán de noche enternecía con sus flores aromáticas, no pude contar ni reconocer todos los olores, pero si disfruté de ellos. Por un momento cuando nos acercábamos a las escaleras que con
mpañante-, ¿quién más está ho
y que no pude entender, pero no quise insi
ue sería mi habitación. Se encontraba a un lado de la que fuera de mi abuela, la señora que hasta este momento no he sabido su nombre, rebuscó con mucho afán e
rviré la cena. -Sali
tiempo de realizar, por la rapidez de ella en salir de la habitación. Tratando de poner en claro mis pen
e, de increíbles motivos de pájaros que me parecían que podían ponerse a cantar en cualquier momento, las sábanas del mismo color completaban el co
usar porque los veía por primera vez, yo no tenía ni la menor idea para qué se utilizaban. Un cofrecito más allá me llamó la atención, suavemente levante su tapa quedando sin
é como si fuera una ladrona que cogieran en el acto, dirigiendo mis pasos a la puerta del closet, con la intención de sa
ocas, estaciones, colores y gustos. Me adentré por el medio de tanta hermosura sin entender na
os expresamente para mí; ante tantas sorpresas acumuladas en tan poco espacio de tiempo, mi cabeza
spiración en mi nuca, un aliento muy frío me llegó provocándome un gran estremecimiento, me viré de un tirón, para encontrarme
aba con