Nuestro pacto de amor
de ricos e iba a llegar tarde a su primer día de trabajo. Si es
e difícil tratando de alimentar a sus propios hijos. Clara se había quedado con ellos durante casi d
drina, hubieran logrado falsificar su expediente laboral para que dijera que su edad era dieci
aba llegar lo «menos tarde» posible a la dirección escrita en el pedazo de papel que tenía en su mano libre. Su largo y
ajó del autobús. Una gran emoción y alivio la invadieron. Estaba muy cerca. Corrió hacia allí sin siqui
l chirreo de las g
uvo forma de esquivarlo. La iba a golpear. La maleta se le resbaló de
e escuchar su propia respiración. ¿Por qué no hab
ercedes-Benz negro que estaba a menos de diez centímetros de ella. Sus piernas temblaron solo de pensar
fijamente al dueño de ambas cosas. De
sus manos no paraban de temblar. Era ta
para poder comprobar en qué estado se encontraba. Quizás pensaba que ella est
-preguntó él. Su voz
vió a mirarlo. Sus mejillas se encendieron de
culinos, y llevaba un impecable traje azul marino que resaltaba incluso más el color de sus vibrantes ojos. Parecía haber sido esculpido por l
ayudó a levantarse. Una vez que ambos estuvieron de pie, la exp
ncido-. ¿Cómo se te ocurre cruzar la calle de es
a mirarlo. Sí que había sido algo est
tó un
i tarde ni nunca -le di
olvió a
. Odiaba que la regañaran como si aún fuera una niña pequeña-. E
creer en lo que acababa de escuchar. Sin e
e del medio -dijo, aún molesto-.
las señoritas? -preguntó Clara con ironía. La expresión del
con un tono burlón-. Con las que son nor
endida. ¿Cómo podía ser tan
Y puede que sea una malcriada, pero al menos no soy
¿Sabes qué, niña? La escuela primaria queda del otro lado. Quiz
-respondió ella, muy enojada-.
a trabajar si seguía tardándose. Suspiró profundo para calmarse y tomó su maleta. A diferencia de la vez anterior, miró a
observando con una sonrisa divertida y una ceja elevada. Diablos, sí que era hermoso. Y también un imbécil. Clara le sacó el
rgonzado lo suficiente frente a ese cretino.