El desastre que somos
salón. Sus hipócritas sonrisas me daban ganas de vomitar, y el brillo en sus ojos cuando mi hermana les dec
ta en algún lío, por no decir que su "novio" me había metido mano varias veces, ¿acaso no tenía suficiente madurez a sus veintiún añ
me muevo de la cama cuando ya escucho como sigue hablando -, ya han ll
aro -ma
a haría todo sola. Sabía que estaba acojonada porque nadie se juntaba a ella solo por como era sin ver tras el dinero de nuestros padr
nfiscado días atrás. Oía voces femeninas y masculinas, y algunas las reconocía por el asco que las tenía. La voz de Dakota era la que más se escuchaba, y porque estab
pero al que había sentado en la esquina del sofá con los brazos tatuados flexionados sobre sus rodillas y los dedos también tatuados entrelazados
ue no ibas
e gustaba, por lo menos Samay no parecía que lo estuviera haciendo sola, eso sí, me qu
en el mueble de la televisión, y le arrebaté el collar de las manos cogiendo con fuerza la pechera de su fina camiseta gris -. ¿No te han enseñado a respetar las cosas que no so
s veces que no podía tocar nada de casa, y que ni siquiera me gustaba verla por aquí o con mi hermana, pero claro, yo tenía diecisiete años y ella diecinueve. No
d artificial del jardín. Era reconfortante -a veces -estar sola en casa y sentarse frente a ese gran ventanal, me gustaba mirar nuestro gran jardín, y en verano me gustaba ver como el gatito de la vecina paseaba por nuestro jardín y descansaba bajo un árbol
esitas
er
eé mentalmente por lanzarle un trapo al chico tatuado que me hacía mojar las bra