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Ciegas emociones

Capítulo 3 Caricias fingidas

Palabras:1612    |    Actualizado en: 18/05/2024

brió la

cuerpo el sobretodo, luego se quitó el vestido y quedó en blúmer exhibiendo lo que tanto le llamaba la atención a los hombres, sin límit

nte a él recibió una mirada

s ebria...! Ingeriste demasiada

el compás de los pies h

celoso! Todavía hay e

ella lo besó, acarició sus

jer casada entre a la casa. Y menos en estado ebrio. Sé que

ad? -soltó su mano, volvió aca

ias veces la cabe

r que te acueste a dormir. En esas condic

as cosas bonitas que

sosiego. Si dices que me amas, o dejaste de amarme, no sufras duda. El dilema no será enamorarte, es olvidarme. Es un decoro si te alejas del amor cuando está prisionero en tu c

gue, no te

ro con la mirada, porque eres rosa qu

a entrar en un profundo sueño. Él la miró dueño de sí. Con la vista expectante acarició las erectas tetas con sus pezones endurecidos, su

cosa que dejarte tranquila. De mí hacia ti hay much

temprano en

os placeres. -manifestó él con la mi

na mirada con ge

fin de año, donde no faltaba la alegría, el toma de mi copa, las palabras inspiradoras. -A propósito -cambió la mirada entontecida por una más d

cado para ti -hizo un gesto cansado, al decir-. ¡Quién hubiera sabido que quería hablar contigo! -¿Por qué lo dices? -Claramente lo vi en sus ojos - refirió, con la voz pausada-. ¡Ese joven está enamorado de ti! -hizo un gesto de protesta y añadió-. Es algo que no pudo ocultar; pero a mi edad, no soy fácil de engañar. ¡Tengo muchas canas en...! Ella abrió sus ojos achinados. -Bien sabes que me repugnan los celos. -Ese es mi punto de vista - replicó Alfonso. -¡No

icciones de estos dos pensamientos la hizo sonreír. La alegría silenciosa y completa que había recibido de Fernando, devolvía a su edad la paz y su juventud, ambas cosas en riesgos. Era domingo, día de su descanso laboral, y de mucho que hacer en la casa. Su pañuelo torcido, dejaba al descubierto las orejas rosadas y delicadas, ocultas por el pelo durante el día, así como unos claros de piel blanca en los senos, que solo veían la luz a la hora del baño. Supañuelo torcido, dejaba al descubierto las orejas

rlo llamado jovencito con tanta insolencia. -Tengo necesidad de... - observó para donde se había sentado Ceilán. Que sorpresa, los latidos de su corazón alcanzaron g

aniel Luis irradiaba intolerancia y una especie de desesperación tradicional. - ¡No, no, no puede ser que ella sea...! Alfonso se volvió con

e vaya! Alfonso

interrumpió Ceilán. -¿Qué te preocupa? Dale de lado a esa clase de gente. Las cosas cambian y las personas también. Ahora quiero decirte algo, Daniel Luis no habló nada contigo. ¿A qué se debe esa valoración tuya? -Vamos a dejarlo ahí, eso no tiene importancia -tomó el café, la lengua limpió sus labios, mientras esto sucedía, los ojos negruzcos vacilaron un momento, pero enseguida volvieron a mirar fijamente a Alfonso. -No me has dicho si te gustó el café. -Como siempre -sonrió-. No pierdes el punto. Cada día que pasa te convierte más en el ángel, que Dios me envió para que no falte mi felicidad. Ceilán se levantó de la butaca donde estaba sentada,

o por una de esas crisis de contrasentido en las que suelen caer

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