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Enamorada de un asesino

Capítulo 4 IV

Palabras:1370    |    Actualizado en: 03/09/2024

lces pero hablábamos muy poquito, a lo más quince palabras, porque yo le escapaba pues jamás podía hilvanar frases coherentes impresionada de él, vién

n, que estaba sin pareja y

mofándose de mi incertidumbre. Ellas también suspiraban por Johnson, porque era h

ntado a mis piernas, mis sentaderas, mis pelos y a todo mi escultural belleza. Yo le encantaba y me gustaba demasia

iando con embeleso mis brazos. -Te veo en la facultad-, apenas me decía pero yo sen

u carro para ir a casa. -¿Quién es ese tipo que te hace la cor

defendía, pero mi padre lo veía petula

abrazó. Cuando lo encontré en la puerta de la facultad, no me contuve y llorando a gritos, me enterré en su pecho y le co

nte que me estremeció tanto o más que una gran descarga eléc

me dijo conmovido, sin saber qué hacer n

ando me miraba embelesado y prendado de mí. Un viernes decidí no ir a clases e ir a pasear con él por las arenas de la playa. A él le encantaba el mar, l

s, golpeando la arena-, me decía, acaramelado a mis pupilas, rindiéndome con su voz tan potente, como un ciclón, que me despeinaba

speraba aunque sabía que le gustaba demasiado que estaba rendido a mis ojos, mi sonrisa, mi pelo y por supuesto a mis amplias carreteras que adornaban mi voluptuoso c

o. Frotaba mis muslos y mis dedos jugaban con el viento. Cerré los ojos eclipsada y empecé a sollozar maravillada, porque nadie me había b

mate. Yo me paladeé los labios extasiada y luego me colgué en su cuello y le

r busca en un hombre. Era romántico, muy dulce, preocupado y estaba siempre riendo, haciendo chistes. -E

a sus brazos, febril y encandilada, tan solo para que me bese, me acaricie y poder embriagarme con s

vestido con la pericia de un cirujano. Yo estaba encandilada besando su boca, extraviada entre muchos luceros, cuando, de repente, estaba totalmente desnuda y a su merced. Ni sé en qué momento él corrió la cremallera de mi vestido, me sacó las pantimedias, el sostén y el calzón. Yo estab

a, después besó mis pechos erguidos como grandes colinas y disfrutó de mis posaderas tan redondas y firmes que lo encandilaban y le eran un desafío

sollozando y echando mucho humo hasta de las orejas. Todo era divino en él. Sus bíceps gigantes, sus músculos poderosos, su pecho enorme alfombrado de vellos, su piel

todas mis defensas, dejándome sin aliento, suspirando como una loca tanto que me arranchaba los pelo

nto, que deseaba mucho y que anhelaba con desesperación. Fue tal la excitación que tuv

inidad, mientras Johnson me hacía suya, hasta convertirme en una g

ltad, con mi corazón rebotando en mi busto como una pelota de baloncest

obre la cama, también duchado en sudor, complacido de haberme poseído

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