Quiero Seducirte Mi Ángel
ara bajo tu barbilla. Ese ángulo, sin embargo, la hace muy favorecedora. Y
habría salido mucho más barato que
e verdad - comentó S
brero nuevo de mi esposa - protestó Mon
carcajadas -. He logrado un piropo de cada uno de vosotros. Constantine,
aile. Echó una ojeada a la zona más concurrida de Hyde Park hasta localizar a un nutrido grupo de damas, cinco en total, que paseaban juntas por el
ue alguien reuniera el valor necesario para hacerles el favor de señalarles lo mal que les sentaban. Se enteró de las travesuras de sus hijos, que intentaban superarse entre sí. Las travesuras eran e
residencia del marqués de Claverbrook, en Grosvenor Square. Un hecho insólito, ya que según comentó una de las damas el anciano marqués había estado recluido en casa durante a
s, se enteró Cassandra a pesar de no tener ningún interés en las noticias. Y también se decía
ó Cassandra en silencio, memorizando los detalles más importantes de la conversac
protagonizó unos años antes y que fue de tal magnitud que ninguna persona decente debería recibirlo. ¡Por Dios! Si hasta había tenido un hijo con esa espantosa mujer, que había abandonado a su legítimo esposo para huir con él,
ile. Dos de las damas que conformaban el grupo no asistirían. Una porque tenía un compromiso previo, adujo con gran alivio a sus acompañantes. La otra porque se negaba a poner un pie en una casa donde estuviera el conde de Sheringford, aunque el resto del mun
. Sería muy raro que le negaran la entrada a alguien, aun cuando no tuviera invitación. Era evidente que la reputación del conde atraería a un gran número
dos semanas más. Más allá de esa fecha se extendía un aterrador vacío en el que necesitaría dinero pero no tendría modo alguno de obtenerlo. Y no estaba sola; de ella depen
co le haría gracia quedarse de brazos cruzados mientras Alice o Mary planeaban prostituirse para que ella pudiera comer. Por desgracia, no tenía alternativa. O en caso de tenerla, no la veía por ninguna parte, y eso que había pasado incontables noches en vela buscándola. Echó un vistazo
o en ese reducidísimo tramo de Hyde Park. Se le había olvidado lo concurrido que estaba el parque durante la hora del paseo. Nunca había participado de la costumbre, sin embargo. Se había casado muy joven y no fue presentada en
isfraz, que debía de ser especialmente desagradable. No vio a ninguno en concreto que le gustara. Claro que tampoco era obligatorio que le gustar
a tal contraste entre ellos que creyó est
reno de piel y de pelo, de rostro apuesto, aunque su gesto era adusto, y de ojos negros.