El CEO que no creia en el amor
bía manejado bien la situación con Valeria, pero las inseguridades y dudas aún pesaban sobre su corazón. Apenas h
uelo, haciendo que la lujosa caja que contenía la joya rodara un par de metros
una voz grave que inm
era de sorpresa, pero también de algo más... algo que Aitana no supo identificar al principio. Nicolás
a sonrisa cínica-. Parec
a más de lo que quería admitir. No esperaba verlo, y mucho menos en este lugar. Su me
l fin, intentand
Su mirada se desvió hacia la bolsa de la joyería y luego v
costaba? ¿Dos millones, tal vez más? Siempre tuviste gustos caros
centavo en el divorcio, y eso lo sabía muy bien. ¿Cómo era posible que ella se permitiera una joya tan costosa? L
yo, Nicolás -respondió con una firmeza que no
dejado la casa volvieron a su mente. Los regalos lujosos que había encontrado en la puerta de su mansión la misma noche en que se marchó. Su equipo
ira y celos, aunque él había sido quien la había dejado, quien había roto el matrimonio. Había alg
n desdén-. Encontraste a alguien que te financie, ¿verdad? Eso e
recipitadas? No tenía idea de lo que había sucedido realmente, y, sin embargo, est
calma, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho-. Lo que
nzando un paso hacia ella,
que te dejé sin un centavo, puedes permitirt
endería la verdad, no en el estado en el que estaba. No podía revelarle la existencia de la familia Alarcón, no sin poner en riesgo
su voz más fuerte de lo que esperaba-. Te dejé porque era l
una mezcla de sorpresa y frustración. No esperaba esa fuerza en Aitana, no después de lo que
signado a Aitana. Había estado observándola desde una distancia prudente, pero
con una expresión de confusión
eguntó, su tono cargado de incredu
esta. Sin decir una palabra más, se giró y caminó hacia el coche que la esperaba, dej
la compostura frente a Nicolás, pero la verdad era que las palabras de él habían despertado miedos y dudas que aún residían en
el comienzo de un juego peligroso, uno en el que tenía que protegerse a sí misma y a su hijo. No podía permiti
bién sabía que la lucha