UN HECHIZO DEL AMOR EN EL TIEMPO
na ciudad. Poseyeron un imponente alcantarillado, hermosos palacios, majestuosos templos, edificios de hasta cuatro pisos de altura; basílicas para administrar justicia y teatros donde se escenif
egían a través de la corte egregia; un concilio formado por Niorisis cuatro siglos antes. En esencia, la corte había sido creada con una sola finalidad; diecisiete hombres desinteresados, velarían para que la riqueza se repa
a provincia. Una vez en el concilio, cada miembro de la corte tenía la misma voz y el mismo voto, gozando todos del mismo privilegio de servidumbre y seguridad. Con aquellas diecisiete personalidades gobernando, los Turzanos s
utoridad de la corte, sería penado con la muerte. Al mismo tiempo, se encargaron de cerrar el paso a aquellos cortesanos que habían llegado a abusar de sus privilegios dentro del concilio, por lo tanto, dentro de sus leyes también habían castigos para los corruptos; tal como aquel que rezaba: "todo aquel representante de la pro
el nombre de familia, mucho antes de que los romanos lo hicieran. Igualmente fueron los precursores del uso de la moneda como método de pago en transacciones comerciales, un hecho que la historia conocida jamás dará por sentado. Además, posey
cuya forma de navegar se asimilaba a la ejercida en las veloces embarcaciones Fenicias. Con ello, la ciudad logró catapultar su comercio a lo largo del continente, llevando grandes producciones de trigo, cebada,
. En cambio, los ricos se llegaron a establecer desde el comienzo de la época "dorada" y desde entonces, la clase Fabinia surgió para marcar la diferencia entre opulentos e infortunados. Con el nombre de "Fabinio" se conoció a
ngía la ley, resultaba castigado, para ello estaban los ediles y los mercul; figuras públicas que sobreponían los estatutos dictados por la corte egregia. Ellos constituían la cara de la ley y, tal como los miembros de la corte, eran hombres incorruptibles. Bajo su m
os dioses", cuya convicción había nacido tras la gran sequía. El principal propósito de dicha creencia, consistía en la veneración al dios de la prosperidad; deidad que los
nsamiento. Ese había sido el motivo por el cual, los Turzanos nunca edificaron tumbas. Asimismo, la mesurada conducta por parte de los religiosos, ayudó a no alimentar el ego humano; algo muy usual en aquel entonces, cuando los reyes se veían a sí mismos, como seres d
vida para morir junto con su amante. No momificaban a sus difuntos ni realizaban sacrificios con seres vivos. La religión les había enseñado a incinerar a sus muertos.
se apegaron a ella; al menos cinco tenían su fe puesta en el Donsay, una religión contraria al monoteísmo y que en determinada parte de nuestra historia, fue perseguida y segregada. Los verenicios llegaron a ser tan influyentes, que Turzania no cont
imperios de oriente menos aún; incluso, muchos ni siquiera sabían de su existencia. De modo que los Ulirios al norte, constituían la única y verdadera amenaza de invasión a quienes los Turzanos tenían que estar atentos
Medos quienes regularmente invadían las aldeas más al norte de su territorio; por tal razón, a diferencia de sus vecinos Turzanos, ellos sí estaban prestos a combatir, a saquear y ser saqueados y a conquistar y ser
ara comprar una alianza que no solo habría de brindar la promesa de no agresión; sino también el juramento de que su ejército defendería al territorio turzano, en caso de una eventual invasión. A cambio de ello, los ulirios tendrían que recibir una colosal cantidad de oro cada año, suficiente para mantener a sus sold
s regiones ulirias de Bacdrivia y Yudea. Aquello provocó que el rey Ulirio Malthus II, apuntara su mirada al único territorio capaz de obtener el recurso para afrontar la guerra que pronto iba a llegar a su patio. Dicho territorio no
I incrustó las intrigas con las que los cortesanos y los miembros de su conclave de honor cayeron. Los pormenores de aquella traición fueron tan fascinantes, que aún como descendiente turzano, no dejo de predicar más que admiración por el modo como nuestro e
ente bizarro, pues había treinta mil soldados ulirios acechando en las puertas; dispuestos a saquearlo todo. Aquello llegó a provocar un miedo tan profundo en la población, que todos se preguntaban, por qué aquel
en sus graneros. Todo aquello fue tan delirante, que los mismos soldaditos de paja que jamás habían combatido en una guerra, desertaron. Quienes no lo hicieron, no salían del asombro de que aquella amenaza, había provenido de un ejército cuyo rey, hacía apenas un día, había cenado al lado de sus líderes políticos. Pero a es
n esclavizados, eso sí; no importará si lo hacéis o no, pero os prometo que al final del día, vosotros llamaréis a un ulirio, mi rey. Aquellas palabras fueron expresadas en los muros de Turzania, frente a una decena de incrédulos; llegando a ser él, el único ulirio que se encontraba en el interior de la ciudad. Los generales tu
para someterlos. Por fortuna, Malthus II llegó a cumplir su promesa; no hubo saqueos, violaciones y no asesinaron a nadie. El rey Ulirio había planeado conquistarla sin destruirla, pues siempre estuvo maravillado de su riqueza, de sus templos, de sus palacios y de sus calles. Sabía que una ur