Perversos Deseos: Poder y Lujuria
el eco de la clase seguía resonando, junto con una resolución renovada de llevar su juego un paso más allá. Sabí
inablemente, y su mente vagaba en busca de algún escape. El aburrimiento se mezclaba con un creciente deseo de buscar al profesor Dante, cuya presencia siempre lograba sacud
guntó la profesora, notoriamen
isa sardónica, resp
cho? Es que me
s reprimidas de sus compañeros estallaran en fuertes carcajadas, resonando por toda
nterrumpa con estupideces -replic
casi desiertos a esa hora, y sus pasos resonaban en el eco de la soledad. Con una determinación renovada, se dirigió hac
jó caer en la silla frente al escritorio y, en un acto de abierta insolencia, subió los
artín -ordenó Sean, su
iante, disfrutando de la t
be la rata fea con la que sale,
díbula, intentando
rometida. No te voy a p
o el aviso, rep
a es horripilante.
e, su rostro enrojecido y su
ritó, su paciencia
nclinándose peligrosamente cerca de su oído. Su vo
scaradamente el pecho de Sean-. Podría leerme algún fragment
ames, su expresión una mezcla de confusión y rabia. Tom
jos en los del joven-. Si necesitas ayuda con tu tarea, te
estello de algo más en su mirada, una chispa de
endo sumisión-. Solo quería escuchar cómo lo lee ust
ó a su estante de libros y sacó un volumen gastado de Shakespeare. Abrió el libro en la página del So
no de la Naturaleza pintado, tienes t
scuchaba atentamente cada palabra, sus ojos fijos en Sean. El salón parecía habers
ersos de Shakespeare. Y aunque la situación seguía siendo incómoda, había algo en el ac
ano de la Naturaleza pintado, tienes
un hombre ganado, una apariencia má
él. Las tensiones parecían disiparse, al menos por el momento, y en el silencio que sig
piro, mirando a James con una mezcla de e
uriosidad, James. Pero recuerda, el r
decir una palabra más, se levantó y salió de la oficina, dejando a Sean con un sentimiento de
n cuidado en su maletín, asegurándose de no dejar nada atrás. Sus ojos recorrieron una últim
igieron inevitablemente hacia su próximo destino: el bar d
te de las responsabilidades que había asumido, y de los sa
nó hacia el bar. El tráfico a esa hora del día era denso, y Sean luchaba contra la impaciencia que sentía cada vez que se
l ruido de las bolas de billar chocando en la mesa. Sean, con poco menos de una semana trabajando allí, intentaba ignorar la sensación persiste
u figura atlética. Mientras servía a los clientes, no podía evitar echar un vistazo hacia la mesa de billar, donde James estaba rodeado por un grupo de hombres. James
na manera que era a la vez provocadora y lasciva, enviándole gestos con la boca que encendían una chispa en su interio
llevarlas mesa por mesa, asegurándose de que cada cliente recibiera su pedido con una sonrisa cortés. A pesar de