CRUCE DE CAMINOS, EL COMIENZO vol.1
cuerpo, devolviéndome hasta la última gota de sangre. No era muy alto, cojeaba un poco de la pierna derecha, sin que eso le restase atractivo. Pelirrojo, algo pecoso, ojos color miel, piel lec
del hospital, él sentía una desmesurada lealtad y fidelidad hacia su m
amos a compartir más de una vez la misma novia. Todas esas cosas te unen al cabo de los años. Lo único que nos diferenciaba era que él había logrado prosperar en la vida mientras que yo me perdía cada vez más en ella. Todos me creían un pobre hombre que había fracasado, que iba dando tumbos de un lado a ot
ra lo inundó todo; ya no existían las tinieblas. No conseguía acostumbrarme a tanta cla
o romper del todo aquel atroz silencio que parecía flotar por la
última vez que nos vimos me prometiste que no volvería a suceder. ¿Qué
, cansado, preocupado, casi diría que su encendida mata de pelo se volvió blanca por unos instantes. Y, de nuevo, como en otras ocasiones anteriores, me sentí avergonzado de mí mismo, de mi mala suerte. Bajé los ojos, en reconocimiento de mi culpa, mea culpa, y sufrí también una metamorfosis momentánea-. Lo si
ía decirme palabras amables, comportándose igual que un consejero espiritual que intenta guiarme por el buen cami
auto compadece y que no hace nada por abandonar sus vicios. Confiésalo, te da miedo morir
arrastra el vicio, y lo sabes... sabes muy bien que sólo quiero olvidar algunas cosas, borrarlas de
pamos por ti. Te estás embruteciendo con el alcohol. Estás llegando al límite, y allí no hay marcha atrás, no podrás salir de este infierno que asola tu vida. Cuenta con los dedos de una
ando quieras podrás salir del infierno del alcohol, que podrás dejar el vicio en un abrir y cerrar de ojos. Pero lo que no llegas a sospechar es que a medida que pasan los días te ves cada vez más atrapado en sus garras y es realmente él quien no te quiere soltar. A mí, en este punto de mi existencia, ya no me sobraba ni un ápice de grasa en el cuerpo: mi metabolismo había aprendido a sobrevivir sólo con la bebida, no aceptaba nada sólido. Poco a poco me había ido consumiendo y no lograba recordar cuándo fue mi última comida decente. En una escala de valores estaba muy por debajo de cualquier borrachín, pues me había degradado hasta tal punto que no me quedaba ni una pizca de dignidad. No, no hay escapatoria. Realmente Marc