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CRUCE DE CAMINOS, EL COMIENZO vol.1

Capítulo 5 LA METAMORFOSIS

Palabras:1511    |    Actualizado en: 01/10/2021

e alcohol y me mantenía en pie gracias a que, constantemente, me atiborraban de pastillas e inyecciones, queriéndome hac

do; lo justo para que no pudiera pensar ni en la bebida ni en el suicidio. Mi estado de ánimo era como una veleta, que según la dirección del

su ayuda y yo la rechazaba, eso debía de herir su amor propio. Veía impotente como alguien a quien apreciaba se iba muriendo poco a poco, gota a gota, y él no podía luchar contra eso, él que todo lo conseguía en cuanto a salvar vidas se refería. Yo era una pied

o: un profundo vértigo me invadió y me produjo la sensación de que mi alma iba a abandonar mi cuerpo para darse un garbeo por ahí. En ese instante, un chispazo golpeó mi mente y me trajo el recuerdo del rostro de una mujer; sin duda la que me salvó la vida. Fue cuestión de segundos, pasó tan rápido que me dejó sin aliento. Parecía bonita, ojos verdosos, nariz esbelt

o si no mojaría inevitablemente la cama y no iba a ser agrada

que si llamaba, me lo estaba imaginando, aparecería una de esas maduritas enfermeras teñidas de rubio ceniza o caoba y con una falsa sonrisa me conduciría hasta el baño, o, simplemente, me metería una cuñ

cabecera de la cama, ya que el vértigo reapareció otra vez, produciéndome tal sensación que creí que el suelo iba a hundirse bajo mis pies. Maquinalmente me tapé las orejas con las manos, como si aq

ero no me caí en ningún momento, tuve suerte y llegué a la puerta del baño sin ningún incidente que lamentar. Lo curioso era que desde la cama hasta el baño habría unos cinco o seis pasos en línea recta; cualquiera hubiese tardado en recorrer ese mismo tramo un segundo o dos como mucho, y yo, sin embargo, tardé unos cinco minutos hasta alcanzar la taza del retrete. Una vez allí se me pasaron las ganas de echar una meadita y me maldije todo un buen rato sin cesar. Iba a regresar a la ca

ente en la luna de algún escaparate y siempre me negaba, decía que era otro el que se reflejaba allí, un ser desastrado y destruido, no yo. Nada más. Era tal mi terror en los últimos años a observar mi propio rostro, que había aprendido a afeitarme sin la necesidad de tener un espejo frente a mí (bueno, realmente

La nariz un tanto desviada, por un antiguo golpe y la boca, de labios finos, entreabierta para dejar pasar el aire. Me faltaban un par de muelas y la lengua estaba blanquecina, sedienta y débil. Las ojeras me hablaban de innumerables noches en vela, deambulando de aquí para allá, buscando consuelo en cualquier regazo o e

día volvió a subir en él con falsas excusas... Hoy, sin embargo, me he despertado de un largo sueño, he llegado a cr

spertado y otro el que permanece frente a este espejo. La realidad ha surgido a

dadero. Y descubro con horror que necesito cambiar, algo así como nacer de nuevo, comenzar una vida dist

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