Amar en tiempos de guerra
al menor ruido. Durante cinco días no salió de su habitación y, finalmente, cedió en lo tocante a la mancha de sangre del suelo de la biblioteca. Si la familia Otis no la quería, estaba claro que
ser visto ni oído. Se quitaba las botas, andaba de puntillas cuidadosamente sobre el entarimado apolillado, llevaba una capa grande de terciopelo negro, y tenía la precaución de engrasar las cadenas con el «Lubricante Sol Naciente». Tengo que reconocer que tuvo que hacer un gran esfuerzo para decidirse a adoptar este último recurso de protección. Sin embargo, una noche, mientras cenaba la familia, se coló en el dormitorio del señor Otis y se llevó el frasco. Al principio se sintió humillado, pero después tuvo el suficiente sentido común para reconocer lo práctico que era el invento y que, en cierto modo, le ayudaba en sus propósitos. Pero, a pesar de todo, no l
ba, sin embargo, de una caracterización con grandes dificultades de maquillaje, si se me permite emplear esta expresión teatral para referirme a uno de los grandes misterios de lo sobrenatural, o, empleando un término más científico, del mundo supranatural, y le llevó nada menos que tres horas el acicalarse. Al fin todo estuvo listo y quedó muy satisfecho de su aspecto. Las grandes botas de montar de cuero que formaban parte del atuendo le quedaban un poco grandes, y además sólo pudo encontrar uno de los dos pistolones; pero en conjunto estaba bastante satisfecho; así que, a la una y cuarto, se coló por el panel de madera de la pared y se deslizó sigilosamente por el pasillo. Al llegar a la habitación de los gemelos, qu
ios satíricos sobre las grandes fotografías que Saroni había hecho al ministro de los Estados Unidos y su mujer y que ahora sustituían a los retratos de familia de los Canterville. Iba sencilla pero pulcramente vestido con una larga mortaja moteada de moho sepulcral, se había atado la mandíbula con una tira de lienzo amarillo, y llevaba un farolillo y una pala de sepulturero. La verdad es que iba vestido de «Jonás el Sin Tumba, o el Ladrón de Cadáveres del Granero de Chertsey», uno de
an jeringa de las empleadas en jardinería; y encontrándose cercado por sus enemigos por todos lados, y prácticamente acorralado, se esfumó por la gran estufa de hierro que, afortuna
obre la historia del partido demócrata, en la que llevaba trabajando varios años; la señora Otis organizó una magnífica reunión para cocer almejas al aire libre, que causó sensación en todo el condado; los chicos se dedicaron a jugar al lacrosse[18], al euchre[19], al póquer y a otros juegos nacionales americanos; y Virginia cabalgaba por los senderos en su pony, acompañada
uella época, aunque, naturalmente, por respeto a los sentimientos de las dos nobles familias, se intentó acallar a toda costa; un relato detallado de todos los hechos se puede hallar en el tercer volumen de las Memorias del Príncipe Regente y sus Amigos, escrito por lord Tattle. Así que el fantasma, como es lógico, estaba deseando demostrar que no había perdido su influencia sobre los Stilton, con los que además le unía un lejano parentesco, por haberse casado con su propia prima carnal en secondes noces[20] con el señor de Bulkeley, del cual, como todo el mundo sabe, descienden directamente los duques de Cheshire. Por consiguiente, hizo los preparativos necesarios para aparecérsele al peq