Ellar, la muerte púrpura
s pesados y polvorientos tomos encuadernados en piel que eran
car algo p
la ciudad más imponente del imperio, con sus columnas de mármol elevándose sobre calles atestadas de gente y sus puestos de mercado con género procedente de todos los rincones de
¿qué es lo q
ado, se colocó unos enormes anteojos y comenzó a observar con detenimiento los gruesos volúmenes que le había traído el joven mientras murmuraba cosas
as de oro... Y mira, te ofrezco esa cantidad porque hoy me siento generoso
blemente inferior al real, ya que los libros que Ellar había llevado allí a tasar eran en su mayor parte piezas únicas escritas por uno de los más recon
istro amenazador, pero debido a que aún no había madurado su voz quedó ridículo-. Perdone que
os legales. Las ratitas de campo como tú tenéis la mala costumbre de tomar lo que no os pertenece e ir por ahí alardeando de ello como si el resto del mundo no se diese cuenta de que no sois más
r lo fulminó con ojos relampagueantes y
l hombre? ¿Engañar
dedicaba a engatusar mediante falsas buenas maneras a las personas que acudían a él por necesidad. Pero en esa ocasión había cometido un error. Ellar no poseía nada a excepción de un odio emergente que con cada lección que le daba la vida crecía de manera e
yo interior cien monedas de oro tintineaban al ritmo de sus gráciles zancadas. Cerró la puer
cadáver del más conocido librero del lugar. Este apareció tirado en el suelo de su tienda destrozado, como si hubiese sido
ulacho había olvidado tan atroz suceso y la