rmana y de no haber hecho de la crueldad una de sus cualidades, como sí lo habían hecho el resto de capataces durante aquellos años. Enterada por él, sabía de los trabajos y de la vida de Valentina, de su inigualable belleza y de sus enormes ganas de volverse a encontrar con su gemela. <>. Siempre le habían resultado curiosas las palabras de Vartar; no entendía muy bien como un homosexual podría tener esa opinión acerca de las mujeres. Pero un día, cuando lograron abordar el tema por breves minutos, él le explicó como los hombres homosexuales tenían cierto tipo de debilidad hacía lo estético, lo bello y lo sobresaliente. <>. Estefanía no podía negar lo afirmado por el capataz: gracias al extenuante trabajo, pero a una alimentación relativamente buena, la gran mayoría de las esclavas podía agradecer el ser dueña de una buena figura y de tener los elementos necesarios para cuidar y mantener su belleza, incluyendo aceites producidos por los sacerdotes y los cuales, al ser aplicados sobre la piel, la protegían de los
vida llevada por estas mujeres, el joven capataz respondió: <> Las restricciones, según las palabras de Vartar, consistían en llevar cadenas en las muñecas y los tobillos, permanecer en sus habitaciones la mayor parte del día y salir a tomar el sol por un par de horas, algo no muy lejano a la vida llevada por una prisionera cualquiera en su anterior país, pero percibida como un paraíso si lo comparaba con su vida actual. <> Pero la información más sorprendente, recibida por Estefanía, fue la explicación acerca del método utilizado por aquellos hombres en aras de manipular las preferencias sexuales de los niños creados bajo ese sistema: <
Fin del capítulo