En Ausencia de mi
razón la seguí hasta la entrada. No quería perder la oportunidad
imular mi interés por ella, un interés extraño e irrespetuoso, no solo por ella sino también por Samanth
ó nada más sino ella, observarla, detallarla, grabar en mi mente cada una de sus facciones, sus gestos, sus movimientos y hasta su rechazo. Aún estando en la distancia p
por la cuarta copa de champagne que me tomaba en menos de media hora
ando la mirada hacia la chica que, aunque se muestra incomoda, desconoce mis oscuros pensamientos-, c
reclamos -espeté seco, sin inten
a pensará que eres un enfermo, deja de obs
di la espalda, observé a la esposa de otro de los socios que comparte la mesa con nosotros, quien pareció darse cuenta de la situación, pues nos observaba sin disimular, y como siempre he
sin dejar de deleitarme con la imagen de la mujer que me carga con la tem
e mi hija corre peligro -escu
ado ser un hombre confiable -l
o que desde hace rato está irrespetando a su acompañante y dejando a
pequeña -respondí sin rodeos-, con el respeto que usted se merece dígame, ¿
ucharlo referirse a ella de esta manera -a
no me ando con rodeos, cuando algo me gusta lo digo,
o acompaña? -me pregunta desvi
nte, nada importante -le
observadora-, si pudiera acabaría con la
n hombre libre, hago lo que quiero, cuan
ira de ese deseo de hacer algo donde quiera
o -me sorprendo a mí mismo respondiéndole al tiempo que siento
nel es la mujer más difícil que he podido conocer, de mis tres hijas, es la más rebelde, es de las que hace sus propias reglas -me
lo que veo, las de su hija comienzan a tambalearse
personas son para mi aborrecibles, en este caso me agradó saber que en
al fondo guiara nuestros pasos mientras pensaba en la mejor forma de l
ercamiento con ella, aunque el deseo inexplicable que ella despertó en mi
era el pensamiento que ocupó mi
más grande de las aventuras al perseguirla y lograr hacerla mía, esa misma noche me mostró cual endebles son l
saberla muerta allí tirada sobre el pavimento al otro lado de la av
, el deseo de verla respirar me arropó, me llevó a correr hasta ella. Me arrodillé a su
peor, pero me negué a quitarle la mano de encima cuando
r que era su hermana accedo-, déjeme tomarle el puls
mero que me indicó, di la información que me pidieron y al
onsolada, sin soltar la mano de su hermana, tirada en el pavimento
por el sexo opuesto como si de una droga se tratara. Anel Leonte se puso en mi camino para ponerme a suf
ella como mis deseos demandaban. Ya mi cuerpo había decidido que