Adicta al placer
rmano. Lo conocí en una salida que hicieron mis hermanos mayores a una pequeña fiesta nocturna de cumpleaños y a la que, luego de mucha insistencia, acc
de inmediato, era un chico alto y moreno, muy atlético y sensual. Se reía muy hermoso y
ó a ver una película al cine. Con la promesa de que llegaría muy te
de las demás personas. Durante mucho rato, solo nos enfocamos en l
esara de una vez, pero no era mi intención parecer demasiado desesperada. Después, imperceptiblemente, me eché hacia atrás y sentí que su mano se ac
to, me impulsó más cerca de él y yo me moví sin mostrar sin resistencia. Cuando se volvió a mirarme, sentí escalofríos por todas partes. Lue
nto, con la cabeza apoyada sobre su hombro, sentí que sus dedos se acercaban hacia el centro de la parte delantera de mi ves
a suavemente del pezón y dejaba que su dedo descendiera sobre él. Pasó la mano al otro seno y comenzó a hacer lo mis
mano sobre mi muslo, como si hubie
uando, sin ninguna sutileza, corrió la tela y me acarició directamente la vagina. El resto de sus dedos se unió al primero y tuve que controlarme cuando avanzó entre mis piernas estirando con fuerza mis bragas, mientras sus dedos ascendían y
caricias sobre mi clítoris y en mi entrada. Estaba tan húmeda y tan caliente que casi me daba igual que nos pillaran. De hecho, esa posibilidad me exci
empapados de mis fluidos volvió a encenderme. Dios, nunca tenía suficiente. Sin embargo, las luce
esarme y yo le correspondí deseosa. R
z afuera, se acercó a mi oído y me pr
, ¿te gustó
-susurré y le s
ntos en otra ocasi
ecir-, espero
e. No obstante, mis ansias de tener sexo estaban lejos de terminarse. Una parte de mí me gritaba que me olvidara de todo y que me fuera con Alberto, que hiciéramos todas las locuras que tenía en
a colar con disimulo una mano bajo mi vestido. Estaba sentada en la parte trasera del auto y el hombre no tenía por qué
enía idea de que mi gran no