Contrato de amor con mi jefe
ítu
ida m
me estaban c
. Estaba hiperventilando tanto que me había desecho del chaleco del uniforme y estaba a punto de desabotonarme la cam
desconocido que parecía tener poderes como los del Prof
mo term
e revisar, en los que figuraban contratos, recibos, pedidos y otras cosas que debía haber revisado J
perro. Tengo veintitres años, no tengo mucho tiempo de haberme graduado de la universidad en administración de empresas y la situación del país no es la
los bobos
a, habían levantado una de las empresas más sólidas de la historia de la nación, al punto de que se había internacionalizado tanto, que esta sucursal hacía años había dejado
jo toneladas de documentos aburridos que debía, leer, analizar y firmar a su nombre. Imagino que
omía a punto de implocionar, no me explotaban fuera de mi horario laboral –faltaba más con el trabajón que tenía a diario– y nos daban ciertos beneficios que
las modelos más reconocidas de la marca, éramos simples mortales entre dioses del Olimpo.
rodita que desprendía sensualidad y sexualidad a raudales. Medía más de un metro setenta y siempre estaba calzando tacones que parecían zancos, enfundada en trajes
Teresa Alfonso, la simple y llana secret
metro sesenta y tres, cabello castaño oscuro y lacio, con una complexión que revela que le tengo alergia al gimnasio y con una figura tan normalita, que al doblar la esquina podrías encontrar otras 10 Teresas. Quizás, lo único lla
ibí a mis únicos amigos en toda la empresa; Felicia Reyes, de contaduría, Carlos Ramos de seguridad industrial y Rolando Salazar, de relaciones públicas. Eramos un grupo que, a pesar de no compa
uerzos y cenas era sumamente variado, al igual que sus bebidas, meriendas y dulcería. A muchos no le parecía la gran cosa en comparación al
lizo, observo que están los demás y no pierdo tiempo en acercarme. Todos se encuentran con sus pl
gunta irónica Felicia. Ella tiene
r, no vaya a ser que me corte la lengua ― le respondo s
darle un sorbo a su vaso de agua carbonatada. Es
o si no pudieran creer lo que he dicho. Me encojo de hombros como res
o del señor Devon,
mpresa, pero nadie de acá lo conoce e
quí?, ¿en Venezuela? ― Cuestiono irónica mientras mis compañeros
ándome una papa frita que atajo
iré corriendo a la barra antes de qu
con un golpe en la nariz. Caí sentada en el piso e instintivamente llevé la mano a mi rostro para calmar el dolor. No siento
e tu trabajo, una mano se posó sobre mi hombro mientras siento dos dedos suaves al tacto tomándome del mentón
s facciones son cuadradas y definidas, tiene unos hermosos ojos verdes que no dejan de inspeccionarme y un cabello dorado con
ncuentr
rarme si he oído bien, e inmediatamente intuyo que lo escuché perfectamente y es él qu
Me pongo de pie como resorte y acomodo lo más dignamente que puedo mi falda, peino mi cabello y llevo los dedos al puente de la nariz. Ya no me duele, el golpe no había sido la gr
sconocido volvió a tocarme el hombro, e
pondiste, ¿
n ridícualmente hipnóticos y no puedo aguantarle la vista por mucho tiempo. ― Sï, gr
rrer en lugares cerrados, ¿sabes? ― Me regaña como
o en un traje de chaleco que parece caro. No debe medir más de un metro ochenta, si es que llega al me
ome. ― Pero apenas alcanzo a la com
abaja
supu
onces no la moles
aber mi nombre, ¿en serio? No le doy el gusto, no respondo, y me voy a formar. Lo miro de reojo y noto como niega con l
una foto en el suelo ― masculla Rolando a lo
pesar de que me acompañaron por un buen rato, se marcharon apenas se hicieron las dos de la tarde. Yo no me apresuré, odio comer a contra
ía así que tomé mi bolso y me dirigí al ascensor. En mi mente aun rondaba la vergüenza titánica que había pasado u
aba de mantener mi piso limpio. Nunca me iban a alcanzar la vidaa para agradecerle el trabajo que h
e nuevo. Me adentré con una sonrisa cortés, acercándome a Marta, y cuando las
e había sermoneado como una niña pequeña. Me miró con cara de póker, pero con los mismos ojos extraños y se quedó ahí un par de segundos que sol
edo culparla, el tipo no es ningún adonis, pero era lo
pies. Volteo a ver a la mujer a mi lado y ella me regala la misma expresión preocupada. Las lu
é mantener la calma por un instante; conté mis respiraciones, procurando conseguir un ritmo
perfecta y un hermoso reloj que debe costar un año de mi sueldo adornando la muñeca. Busco a su dueño
stás
vista de encima y, curiosamente, me río.
un intento de sonar graciosa, pero rápidame
anicarme con la mano como un gesto ya de desespera
jante y yo lo
¿N
calma de quien habla con un infante. - Mírame a mí - dice,
echo e inmediatamente un delicioso olor
mo me ordenó y me pierdo en los ojos verdes tan pecu
ás un ataque de ansiedad - expone. - ¿T
a lela antes de recordar que tengo dos Bom Bom Bum en m
o nervioso, concluyendo que me estaba pidiendo. - Tengo chupetas
llo de plástico saliendo de su boca. Me devuelve el gesto risueño y retira el dulce de sus labios. - Sir
n una sabiduría que parece de un hombre de cien. Vuelvo a repasar su rostro y, por algún motivo, se me hace más apuesto
tómata después de sacar el caramelo
suavemente, en tono conciliador y yo estoy a punto de decirl
onarle cuando siento otra vibración bajo mis pies, ahora mucho más fuerte. Las luces p
scor, pero fue inútil, percibía que la temperatura del lugar estaba aumentando con cada segundo que pasaba y los gritos de Marta justo en mi oído no ayudaban a calmarme.
a mi derecha. Una moneda apareció ante mis ojos y cuan
Hace un raro movimiento y un segundo d
iento de muñecas. Un segundo después, vuelve a desaparecer, y a aparecer y así sucesivamente. Sin darme cuenta, siento una paz tr
ente. Instantes después, escucho el típico pitido que anuncia que hemos llegado al sitio y Marta sale chillando empujándome al igual
ick, po
rando a que salgamos. En medio de todos, con un rostro histérico está mi jefa, que ni siquiera ha notado m
¿Ese es
e comienzo a
por,
k Devon! ¡