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El idilio de un enfermo

Chapter 8 No.8

Word Count: 4068    |    Released on: 06/12/2017

a veces el caballejo de su tío, salir otras con Celesto a cazar (en realidad a espantar pájaros), jugar a los bolos, acostarse y levantars

na columna de madera, carcomida por la intemperie, a cuyo extremo se hallaba sujeta una campana que se hacía sonar con cadena. Servía para convocar a los vecinos en caso de necesidad, y también la utilizaba el cura para rezar el Angelus cuando las horas del mediodía o el oscurecer le sorprendían entre sus feligreses. Los que anduviesen cerca se agrupaban en torno, la cabeza descubierta, los ojos bajos: el cura, de pie en la escalerilla que servía de pedestal, dominándolos a todos, rezaba en alta voz, dando con lentitud tres campanadas antes de cada Ave María. En una cierta ma?ana en que Andrés bajó al pueblo, halló gran número de hombres reunidos al pi

o. Aquella posición le mareaba al cabo. Entonces solía ver el cielo como inmenso mar de cuyas aguas salían formando bosques de algas las copas de los árboles: los pájaros eran las naves que lo surcaban. Cuando el viento azotaba las hojas y removía la tenue gasa azul que las envolvía, corría gozo extra?o por todo su cuerpo, acometíanle locos deseos de volar por aquellas diáfanas regiones, imaginábase en medio de

nían dentro. Se había corrido la voz de que era rico y que ?escribía en los papeles.? No había necesidad de más para que el pueblo entero le respetase y se interesase por su salud.

alera de mano debajo de la ventana, y por ella bajaría y subiría sin que alma alguna lo advirtiese. Pero no aceptó la proposición. Se encontraba en uno de esos períodos de la vida en que las mujeres interesan poco, en que lo femenino no basta a llenar el

Andrés se fijaba en ella más de la cuenta. Esto se iba murmurando, por lo menos, en un grupo de mujeres cierto domingo al salir de la iglesia. Mas no se crea que a nuestro joven se le daba un ardite de la morenita. La prueba de ello es que en toda la semana volvía a acordarse de su figura ni del santo de su nombre. Creía estar a demasiada altura en achaques de amor para ir a enamorarse en un dos por tres de una muchacha morena que enciende un hacha de cera en misa. Pero lo que es mirarla, no hay más remedio que confesarlo, la miraba con profunda y escrupulosa atención. Y ?quién sabe! s

e la sierra. Aunque para llegar al santuario la ascensión fuese penosa, era siempre de las más concurridas. En las aldeas acaece a menudo que no son las más próximas y asequibles las romerías animadas; quizá por el deseo que nos arrastra a todos

sol, D. Andrés... y le aseguro

no se veía del todo claro, llamó a grandes golpes a la puerta de la rectoral. Despertaron a Andrés

a; descolgaba éste la gaita de los hombros y comenzaba a soplar con furia. El toque de alborada, risue?o y bullicioso, estremecía de júbilo la silenciosa aldea; las gallinas batían las alas despertándose, ladraban los perros, los puercos gru?ían en su pocilga, las

tú, c

o, Jos

quí?... ?Ah! sí, la romería

nes con

hacia l

y te llevare

muy p

fueses

voluntad; pero esta última vez h

a pro

engo

ene miedo. Adiós, Josefina, has

e sin mí no

e sí! Adió

xhalar sus notas penetrantes alegrando la campi?a. Cuando salí

sitios lejanos. Al mediodía estaba la romería en todo su esplendor. La muchedumbre se derramaba por los alrededores de la capilla en pintoresca y agradable confusión. Los vivos colores de los pa?uelos y delantales resaltaban prodigiosamente sobre el terciopelo negro de los dengues y faldas de estame?a, lo mismo que las chaquetas verdes y amarillas de los hombres lucían sobre los calzones negros de pana. El constante movimi

eran tragos horrendos) y tomar avellanas de mano de las mozas que le iba presentando. Las tales mozas, amigas de Celesto, eran excesivamente amables, ense?aban mucho los dientes al reír y bromeaban con harta desenvoltura. De uno en otro grupo iban rodando, parándose a saludar a éste y al

Manila, regalo de su se?or tío el americano D. Jaime, y adornada la cabeza con otro colorado de seda, por debajo del cual asomaban los rizos de su negro cabello. Un collar de gruesos corales le ce?ía la garganta, y pendientes largos de perlas colgaban de sus orejas. Tenía la hija del moliner

se había colado dentro de la giraldilla, y estaba causando entre las mozas mucha risa y algazara con sus dicharachos y muecas: las

menear un poco las piernas,

ar. Al fin, atraído por el deseo irresistible de aproximarse a Rosa y por

hacha y siguió bailando. Pero el desaire, siquiera fuese el de una zafia aldeana, le roía el alma. Por más que aparentase alegría, y brincase y cantase como un estudiante crapuloso, lo cierto es que tenia los nervios excitados y prestos a dispararse. Después de bromear largo rato, sin dignarse mirar a su linda enemiga, pero con el pensamiento fijo en ella, atraído por el desaire pasado como por

uando le hubo alcanzado.-?Por qué no ha querido u

onducta. A cuantas advertencias le hacían contestaba

a. No quiero baila

araba injurias mentales contra la rústica chicuela. Por la ma?ana, al vestirse, todavía las seguía disparando, porque todavía seguía recordando el desaire. Al mediodía lo mismo. Allá e

ado al trabajo: la mayoría de las casas cerradas. El sol de Junio alumbraba y quemaba en la plaza a unos cuantos ni?os medio desnudos que jugaban arrastrándose por el suelo. Andrés la atravesó len

al dar los primeros pasos en ella, de ningún modo se hubiera confesado que le impulsaba otro móv

veía, por entre las hojas, la alfombra verde de las praderas que el sol matizaba de oro. En el cauce del arroyo no penetraban sus rayos. Era un túnel fresco y oscuro; tan fresco que, a pesar de lo elevado de la temperatura, sentía de vez en cuando leves escalofríos. Si las ramas de los avellanos no le permitían caminar derecho, la naturaleza del suelo tampoco le dejaba afirmar el pie con desembarazo. El lecho del arroyo era pedregoso y desigual. Además, aunque no trajese mucha agua, todavía era la bastante para formar menudos charcos, que se ve

el follaje rumor de voces. El corazón le dio un salto; él sabría por qué; y sin vacilar, apoyó los pies en la paredilla de guijarros, cubierta de musgo, que separaba

cabeza sorprendido. La muchacha, que algo más lejos, sentada en el

tranquilizándose inmediatamente.-Me ha

ó fijamente sin de

do.-Venía siguiendo el cauce del arroyo, y no

uiendo, se?orito?-preguntó e

ed... Venía tan sólo por conocer es

ana, ?verdad?-dijo el aldeano

o una cereza. Andrés también se

a tener que armar gardu?as alrededor de casa p

lamó la much

nreía est

?Anda, anda! ?Pues si tú no las guardases bien, ya

hijas muy guapas-d

ás le gusta a

exclamar la chica

no le gusto a ella, no tendrá u

ejor que mejor... Mire usted, yo tengo dos hijas; pues no sé cuál de ellas tiene más ganas de salir de casa... Yo les digo: ?cuándo diablos me atrapáis un se?orón rico que

-dijo Andrés adoptando el mismo tono zumbó

sta mucho que intervenga también el cura... Y ustedes no l

cesaba de reír c

a vez acortado.-Algunas v

odemos ofrecerle más que miseria y compa?ía... Vaya-concluyó, echándose a la espalda el haz que acababa de liar,-

a la casa, que estaba situada en la parte

ojos hacia Rosa. Mas al fin tuvo que hacerlo. Entonces vio que lloraba, ocultan

sted, Rosa?... ?T

ontestó en t

nto

no tiene más gusto

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