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Capítulo

Él es un famoso productor, mujeriego, millonario y joven, ha vivido la vida al límite hasta que conoce a una humilde chica que se ve obligado a ayudar con su primer álbum, él quedará enamorado de ella y viviran un romance puro hasta que su naturaleza se revele y lo aurrine todo. Tendrá que demostrar que su amor es real.

Capítulo 1 1. Capítulo

Viridiana recogió su bolso y se lo echó al hombro, caminó hasta la parada de autobuses y esperó el autobús que la dejaría en la casa hogar donde creció, y donde estuvo hasta sus ocho años de vida, cuando la familia Hudson la adoptó.

Llevaba su guitarra con ella, pues pensaba cantarles a las niñas huérfanos del lugar. Ella podía ofrecerles dinero, compañía, pero lo que más amaba era darles su canciones, compartir con ellos una ilusión que mantuvo cuando estuvo en ese orfanato. Cuando Miriam y Gonzalo Hudson hablaron con ella y le dijeron que querían adoptarla, lo primero que les dijo fue: «quiero estudiar música».

La pareja se miró y se echaron a reír.

-Claro, princesa, podrás ser lo que tú quieras -le dijo él.

Así fue como ilusionada arregló su maleta y esperó el día que fueran por ella, al bajar de su auto, Gonzalo Hudson sacó de su estuche una guitarra y se la enseñó, ella brincó alrededor de él y desde entonces no se separó de una.

Todo fue hermoso durante los primeros años de su nueva vida con los Hudson, era hija única, la señora Hudson no podía tener hijos y decidieron adoptarla. Cuando Viridiana cumplió doce años, pidió que adoptaran a alguien más, quería hermanos y hermanas, ellos le confesaron que habían estado pensando en eso, hasta planearon una visita para ir los tres juntos para conocer a su nuevo hermano o hermana.

-Clases de piano y guitarra el mismo día, no me parece Viridiana, debes descansar, eres una niña, no una máquina -le decía su madre adoptiva.

-Quiero, me gusta, mami, no se siente como trabajo, me gusta.

-Claro, por eso te salen cayos en las manos y pasas horas sin comer ni dormir con esos aparatos. No, hija. Vamos a reorganizar ese horario.

Nunca fue una niña malcriada, pero cuando se trataba de la música, se echaba al piso, manipulaba, dejaba de comer, hacia huelgas y amenazaba con volver al orfanato, usaba su condición de huérfana para dar lástima.

Su madre la oía y veía con calma y luego la levantaba del suelo con paciencia.

-Ya no eres huérfana, te adoptamos, eres nuestra hija, tienes padres, no das lástima, Viridiana. Ven a comer.

-Lo único que quiero ser en la vida es ser cantante.

-Para ser cantante hay que comer, ven, no te lo vuelvo a pedir.

-¿Me dejarás tomar mis clases como antes?

-No.

-¡Papa!

-Ya, hija. Tu mamá tiene razón, te inscribí en esas clases sin darme cuenta de esas cosas, tu mamá sabe más.

No se resignaría, dejaría de discutir y luego insistiría, ella quería dominar tantos instrumentos como fuera posible, a la menor edad posible, quería que dijeran que era la músico más joven, la mejor.

Pero la vida tenía otros planes. Un domingo su madre fue a visitar a unas amigas fuera de la ciudad, debía regresar a las cuatro, eran las seis y no aparecía, no se alarmaron hasta que se hicieron las ocho de la noche y no había señales de ella, no atendía el teléfono.

Viridiana sostenía la mano de su padre que estaba en un estado nervioso, trataba de disimularlo por la niña, pero ella sabía que su padre estaba colapsando por dentro, pues su madre nunca llegaba tarde, siempre avisaba cuando lo hacía y siempre, siempre respondía el teléfono.

A las ocho de la noche tocaron a la puerta. Su padre no podía levantarse, ella lo hizo, caminó hasta la entrada y abrió, un policía la saludo y preguntó si su padre estaba en casa, ella recuerda como él sin escuchar al policía decir algo más se echó a llorar cubriéndose el rostro.

-Déjame a solas con tu padre, niña -dijo el policía.

Ella negó, corrió y abrazó a su padre, apretó sus manos y recostó su cabeza de la suya.

-Su esposa ha sufrido un accidente, señor Hudson.

Su padre negaba sin decir nada más.

Ella recuerda esos días de forma vivida, la gente entrando y saliendo de su casa a toda hora, consolándola, llevándole comida, pidiéndole que comiera, su padre echado en una cama sin querer levantarse.

Viridiana sintió que de alguna forma, había vuelto a ser huérfana de padre y madre, pues a su madre querida, la única que conoció no la vio más y su padre se hundió en una depresión tan profunda que ella debió cuidarlo a él.

De eso hacían ya doce años, su padre nunca se recuperó del todo, el negocio familiar se fue casi a la quiebra, ella tuvo que poner al frente de una empresa que fabricaba muebles y puertas a demanda, su sueño de ser la músico más joven, la mejor, quedó relegado.

El autobús llegó, se subió y esperó hasta estar al frente del orfanato, le gustaba volver allí siempre que podía y el trabajo se lo permitía. No iba en auto, pues el orfanato quedaba en la misma dirección en la que su madre perdió el control del vehículo y se mató. Su padre no le permitía conducir hacia allí.

La esperaban en el patio exterior, ella se amarró su cabello castaño en una cola alta y se puso el abrigo con el nombre del orfanato: Madre María Auxiliadora. Las monjas y los niños reían y alegres.

Abrazó a la madre Hilda, y al resto, las niñas revoloteaban a su alrededor, pues sabían que llevaba dulces y golosinas en su bolso, no demasiadas, según le pedían las monjas. Comenzó a repartir los dulces entre las catorce niñas que hacían vida en el lugar.

Cuando terminó la madre Hilda se le acercó.

-Hija, eres muy buena, no nos olvidas.

-¿Cómo podría? Siempre han estado para mí, antes de que me adoptaran y después desde la muerte de mi madre, sin ustedes no habría sabido que hacer con mi padre, así que no me agradezca nada.

-Tan bella, Dios te va a compensar con muchas cosas buenas.

-Tome -dijo Viridiana y sacó un cheque, se lo entregó a la mujer que sonrió satisfecha.

-Hija, no es necesario.

-¿Cómo qué no? Esas niñas necesitan buena comida, ropa interior, sus productos de aseo personal. Ustedes también. No me cuesta nada. Una parte la pone la fábrica, otra yo y ahora se le pido una parte a los clientes cada tres meses también. Usted no se preocupe.

La madre se vio conmovida, sus labios temblaban y tenía los ojos húmedos.

-El gobierno nos olvidó, pero tú, mi niña, no. Por cierto, la razón por la que quería que vinieras hoy es porque te tengo una sorpresa.

-¿Sorpresa?

-Hay una benefactora del orfanato a la que le hablé de ti, es influyente, está aquí hoy, siempre ha preguntado por ti, quiere oírte cantar.

-¿Qué?

-Ella representa estrellas, es famosa, conoce gente, bueno eso dice.

Viridiana se tocó el cabello y pasó saliva, muchas noches soñaba con eso, con ser descubierta, con cantar, pero eso había quedado atrás hacia mucho tiempo.

-No lo sé. Ya no hago eso, ahora dirijo la mueblería de mi padre, y mire que me cuesta, el hijo de su socio me quiere sacar de ahí, es gente viva, si me descuido nos dejan sin nada.

-¿Ah, esos a los que tuvo que recurrir tu padre cuando se endeudó el negocio?

-Sí, madre Hilda, el señor era una cosa, pero él se murió, y los hijos, los hijos son terribles, no tienen buen corazón.

-Hija, pero no renuncies a tus sueños. Nada pierdes con que la señora te oiga cantar.

Ella torció el gesto y sonrió de medio lado, la idea la ilusionaba.

-Está bien, hoy traje mi guitarra, nada pierdo -respondió. Sus manos temblaban.

La monja sonrió y caminó con ella hasta una oficina, abrió la puerta, Viridiana vio a una mujer alta, muy guapa, la mujer la miró con interés.

-Viridiana -dijo la monja-, ella es Olga Valderrama.

-Encantada, Viridiana, la madre Hilda me ha hablado maravillas de ti.

-Quizás exagera, me ama mucho -replicó entre risas. La mujer la miraba con amabilidad.

-Déjame escucharte, anda.

Viridiana, pasó saliva, sacó su guitarra, se acomodó delante de ellas y comenzó a cantar una canción, aquella que le dedicó siempre a su madre fallecida y a aquella a la que no conoció, cuando terminó, la mujer frente a ella lloraba y se limpiaba las lágrimas con gracia, mientras la monja lloraba sin reprimirse.

-Haré de ti una estrella, la madre dice que es lo que más quieres en la vida.

-Sí, lo es.

-Serás una estrella, Viridiana.

Viridiana sintió su cuerpo estremecerse, ese era un momento especial, sabía quién era la mujer frente a ella, por eso su cuerpo no dejaba de temblar, si había alguien que podía hacerla una estrella, era ella: Olga Valderrama.

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