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Mi mejor amigo, Julián Ponce, y mi jefe, Damián Villarreal, habían aniquilado los ahorros de toda la vida de mi familia. Luego me culparon del colapso del mercado, destrozando mi carrera.
Esa misma noche, Damián, el hombre que me había prometido el mundo, me obligó a firmar una confesión falsa, amenazando con quitarle el seguro de gastos médicos a mi madre moribunda.
Firmé, sacrificando todo para salvarla. Pero la traición no terminó ahí. Julián se regodeó, revelando la verdadera cara de Damián: yo solo era un "instrumento útil", nunca parte de la familia. Él había celebrado mi humillación, no consolado a su hija.
Mi mundo se desmoronó. La mentoría, las promesas, la confianza compartida… todo era una mentira. Me quedé sin nada, solo con sueños rotos y una furia que me quemaba por dentro.
¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué el hombre que una vez juró protegerme ahora me arrojaba al fuego? Me quedaba una opción: sucumbir a la desesperación o luchar. Elegí luchar. Reconstruiría mi vida y luego, les haría pagar.
Capítulo 1
El informe financiero brillaba en la pantalla, un monumento a la ruina. Julián Ponce, mi mejor amigo desde que éramos niños, había liquidado los ahorros de toda mi familia con una serie de operaciones imprudentes. Se había ido todo.
Esa misma noche, su padre, Damián Villarreal, se sentó frente a mí en la habitación del hospital de mi madre. Era mi jefe, el hombre que me había rogado que me uniera a su firma. Ahora, era el arquitecto de mi destrucción. Había alterado en secreto los registros de la empresa, cargando todas las pérdidas catastróficas de Julián a mi cuenta.
Deslizó un papel sobre la pequeña mesa. Una confesión firmada. Mi confesión.
—Tienes dos minutos, Alana —dijo Damián, con su voz suave y tranquila. Hacía girar despreocupadamente una tarjeta de plástico entre sus dedos. La tarjeta del seguro de gastos médicos mayores de mi madre.
Mi madre, Dora Durán, luchaba por cada aliento en la cama junto a nosotros. El siseo rítmico de la máquina de oxígeno era el único sonido además de la voz baja de Damián.
—Si no firmas esto —continuó, levantando la tarjeta—, tu madre pierde su cobertura. Esta noche. Morirá, y será enteramente tu culpa.
Mis manos temblaban. Sentía los labios entumecidos.
—Damián, si no firmo… ¿de verdad dejarías morir a mi mamá? Ella es todo para mí.
Una pequeña y cruel sonrisa asomó en sus labios.
—Y Julián es todo para mí, Alana. Te confié mi empresa, el futuro de mi hija. Ahora, tengo que compensarla.
Se inclinó hacia adelante, con los ojos fijos en mi madre. El pecho de ella se contrajo con un jadeo desesperado por aire. Damián parecía disfrutar del espectáculo, como un conocedor del sufrimiento.
Empezó a contar, su voz un latido suave y constante de fatalidad.
—Cuarenta… cuarenta y uno… cuarenta y dos…
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