/0/19408/coverorgin.jpg?v=ce8944e0ac523f1d1e44700109025fab&imageMogr2/format/webp)
Ricardo era cinco años menor, una diferencia que él difuminaba con promesas de eternidad.
Yo, tonta enamorada, creí cada palabra.
Era su ancla, su faro en la tormenta, hasta que el mar que prometía ser mi salvavidas se convirtió en la marea embravecida que me ahogaría.
Esa noche, su teléfono vibró; un número desconocido, el temblor en mis manos al desbloquearlo.
Una fecha que fue nuestra ahora se sentía a burla.
"Cami Bebé", un chat anclado, un emoji de corazón, el rostro de una modelo de Instagram.
Mensajes de "te extraño", "anoche fue increíble", fotos provocadoras.
El aire se me escapó de los pulmones.
Luego llegó el desprecio, la palabra "sucia" resonando en la grabación de su propio coche.
"No como la otra, que a veces hasta me da asco. Se siente... sucia".
Sentí cómo mi alma se desgarraba.
/0/18282/coverorgin.jpg?v=6e5ceab10e63d726c5d8cf31d5c2f5e7&imageMogr2/format/webp)
/0/18177/coverorgin.jpg?v=df33f9e1409da401ced23dfef8475d4c&imageMogr2/format/webp)
/0/18947/coverorgin.jpg?v=e4cc02b2df2042314d31c866bc39fce9&imageMogr2/format/webp)
/0/15011/coverorgin.jpg?v=f3d51b1b42045b1b0fc75778e0c307e4&imageMogr2/format/webp)
/0/4315/coverorgin.jpg?v=49655ff0a6e4cde6e3605a90729f2ca6&imageMogr2/format/webp)
/0/9088/coverorgin.jpg?v=b25493828ae980e0eefcbb48d77a7697&imageMogr2/format/webp)