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Beta Julieta

Mi hermana me robó a mi compañero y se lo permití

Mi hermana me robó a mi compañero y se lo permití

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"Mi hermana amenaza con quitarme a mi compañero. Y yo dejo que se lo quede." Nacida sin lobo, Seraphina es la vergüenza de su manada, hasta que una noche de borrachera la deja embarazada y casada con Kieran, el despiadado Alfa que nunca la quiso. Pero su matrimonio de una década no fue un cuento de hadas. Durante diez años, soportó la humillación: Sin título de Luna. Sin marca de apareamiento. Solo sábanas frías y miradas más frías aún. Cuando su perfecta hermana regresó, Kieran pidió el divorcio la misma noche. Y su familia estaba feliz de ver su matrimonio roto. Seraphina no luchó, sino que se fue en silencio. Sin embargo, cuando el peligro acechó, verdades asombrosas salieron a la luz: ☽ Esa noche no fue un accidente ☽ Su "defecto" es en realidad un don raro ☽ Y ahora todos los Alfas -incluido su exmarido- pelearán por reclamarla Lástima que ya está cansada de ser poseída. *** El gruñido de Kieran vibró en mis huesos mientras me sujetaba contra la pared. El calor de su cuerpo atravesaba capas de tela. "¿Crees que irte es tan fácil, Seraphina?" Sus dientes rozaron la piel inmaculada de mi garganta. "Tú. Eres. Mía." Una mano ardiente subió por mi muslo. "Nadie más te tocará jamás." "Tuviste diez años para reclamarme, Alfa." Mostré los dientes en una sonrisa. "Es curioso cómo solo recuerdas que soy tuya... cuando me estoy yendo."
Hombre Lobo Triángulo amorosoCEOAlfaUrbano
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La pelirroja respiró a profundidad cuando su despertador sonó, se quedó estática con los brazos extendidos a cada lado por un minuto y decidió levantarse antes de que su abuela la llamase. Su gato Vincent se estiró sobre su cama cuando salió envuelta en una toalla. Se colocó el despectivo uniforme colegial que le correspondía ese día, cogió su mochila y salió al pasillo con Vincent entre sus brazos.

—Felíz día de San Valentín —abrazó a su abuela por detrás luego de bajar al gato.

—Felíz día para ti también —la anciana giró su rostro para besarle la mejilla—. ¿Quién fue esta vez el motivo de tu desvelo, mija? —le preguntó cuando se sentó en la mesa del comedor.

—Dormí tempra... —su abuela la miró con los brazos en jarra, así que desechó la excusa —Augustus Waters —rió.

Su abuela negó con burla y volvió su atención a la cocina.

—Cuidate de la miopía —le recordó a su nieta milésima vez.

Ella solo suspiró y asintió, aún sabiendo que la señora no podía verla.

—Puedes desayunar en el descanso, ya vas tarde —le dio un envase con dos sandwiches tostados con mantequilla y jamón.

La chica llenó su botella de agua y la metió a su mochila junto a su desayuno.

—Gracias, nana —le dió un beso en la frente y salió corriendo cuando escuchó al bus escolar acercarse.

Conectó los audífonos a su celular que no rayaba para nada a lo moderno y se relajó escuchando la voz de Andrea Bocceli mientras el bus daba su característico recorrido por lo que faltaba de la ciudad para terminar en su destino matutino.

No prestaba atención a los demás estudiantes, y la ignorancia era mutuamente sublime, pues; Mia era fiel amante a la tranquilidad y su admiración por el silencio era algo que despertaba la intriga de quienes se atrevían a mirarla por más de una milésima de segundo.

A simple vista de la gente, se hacía pasar por sorda-muda sin ningún nivel de dificultad.

Apoyó su codo en la baranda que se situaba unos cuantos centímetros más abajo que la ventana y disfrutó de la grata sensación que le brindaba la voz de la cantante italiana a su sistema de audición.

En su tiempo libre, si no se la pasaba leyendo, escuchaba música relajante, de esas que te hacen cerrar los ojos por inercia.

La mayoría de los habitantes del autobús escolar aquella mañana tenían en sus manos cartulinas en forma de corazón, globos y obsequios de toda clase de tamaños, todos con el mismo fin: intentar demostrar el amor de su transmisor por medio de aquel material. Cosa que a Mia le parecía completamente absurdo.

Era obvio que fueron los comerciantes quienes le dieron vida al significado del catorce de febrero, pero la gente mediocre volvió costumbre la tradición de demostrar los sentimientos buenos mayormente sólo ese día.

Mia no se sentía superior a los demás, pero sencillamente creía bobos a los de su edad por creer que estaban enamorados.

Juran que saben lo que es el amor mientras dibujan corazones junto a poemas improvisados en un papel, con la esperanza de ser correspondidos en una confusión, un sentimiento erróneo que termina siendo el resultado de no experimentar aún la sensación de abismo.

El bus finalmente terminó su recorrido y se estacionó frente a los edicifios de color caoba. Mia desconectó los auriculares y los guardó en la parte delantera de su mochila, al bajar, vio a un hombre vendiendo globos de helio en forma de corazón. Quizo comprarse uno, pero decidió abortar el deseo al recordar que no necesitaba darse detalles innecesarios para demostrar su amor propio.

Además, a los globos se les va el aire a medida que pasa el tiempo. En tal caso, se haría una carta que estaba segura de que sí perduraría.

Comenzó a adentrarse al pasillo principal, sin hacer esfuerzo alguno por pasar desapercibida, aquello era una acción innata que se le daba a la perfección. Se sentó en el pupitre más alejado de las ventanas que consiguió y esperó a que llegara la maestra de su primera clase del día.



Al la maestra dar por concluida su clase, Mia salió al primer patio que era donde estaban las bancas y los árboles frondosos donde se recostaba a leer cuando suspendían alguna de sus clases.

Recordando la sugerencia de su abuela, tomó asiento en una de las bancas y colocó su botella de agua a un lado para sacar el envase con su desayuno y darle una mordida sin tantas vueltas. Sus mejillas se inflaron por la comida dentro de su boca y tragó para beber algo de agua.

Eliot, un chico del último año (del que Mía no tenía ni la mejor idea de su existencia), se sentó junto a ella al ver los demás sin notar que los demás lugares también estaban desocupados. Ella lo ignoró como a todos mientras deboraba su apetitoso sandwich y en ese momento idolatró mentalmente a su abuela porque hasta un simple preparado rápido le quedaba extremadamente exquisito.

El chico que yacía sentado junto a ella también sacó su desayuno y comenzó a atiborrarse con él mientras su atención se dirigía a su celular y a su dramática conversación con su mejor amiga, no se había dado cuenta de que comía demasiado rápido sino hasta que ridículamente se atragantó.

Intentó pasar esa comida con más comida, logrando que el resultado fuese aún peor, se odió por ser tan antiparabólico y nunca llevar agua consigo. Mia, al ver la auto-batalla-campal que tenía el chico, le tendió su botella de agua que se encontraba casi por la mitad.

Eliot la aceptó sin pensarlo dos veces y bastó con solo dos tragos para que su garganta se deshaogase, respiró profundamente y se giró a la chica avergonzado.

—Gracias —le devolvió la botella.

Ella solo le sonrió a medias, mirándolo de reojo y continuó con su comida.

El chico también continuó comiendo lo poco que le quedaba, terminó su absurda conversación telefónica con su amiga y permaneció ahí sentado mientras se pasaban los minutos que faltaban para la próxima clase. En la espera de que culminara el tiempo, se permitió mirar detalladamente, pero con discresión, a la chica que se encontraba a su lado. Le pareció bastante bonita y le recordó a alguien...

Se levantó de inmediato y trazó el camino al aula que le correspondía, sin importar que aún faltaran como ocho minutos. Caminó rápido entre el tumulto de estudiantes, casi trotando, y solo lo hacía por una razón.

Estaba intentando huír de esos recuerdos que aún eran su martír.

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