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- Llegamos señorita - avisó Jerry, con su acostumbrada seriedad, apenas estacionó frente al enorme e imponente edificio de la editorial.
Bajó en silencio y rodeó, con elegantes movimientos el auto, para abrirme la puerta del asiento del copiloto. Suspiré, tratando de despojarme del miedo que invadía mi cuerpo. El corazón acelerado me recordaba constantemente que no estaba acostumbrada a socializar y que odiaba la invasión de mi espacio personal. Capté, inmediatamente, la luz emitida por una cámara fotográfica y me aterré. La noche promete, me dije internamente, tratando de reprimir el sentimiento de frustración que luchaba por salir.
- ¡Buitres! – exclamé molesta, refiriéndome a los fotógrafos y reporteros que esperaban mi llegada.
Caminé con pasos rápidos, aunque algo inseguros, hacia el vestíbulo de la monumental construcción. Los periodistas me acosaron, tratando de buscar un acercamiento que les permitiera interrogarme sobre el lanzamiento de mi libro. No quería hablar, porque era extremadamente tímida y, reaccionaba de forma ilógica ante determinados estímulos, debido a las fobias que me dejaron los traumas del pasado.
- No dejes que se me acerquen, por favor - susurré tratando que, las palabras, solo fueran escuchadas por Jerry, el joven que trabajaba para mí, desempeñando la doble tarea de chofer y guardaespaldas.
Mi empleado asintió creando, con sus fuertes brazos, la distancia que yo tanto reclamaba. Sentí alivio cuando llegué a mi destino y pude respirar un aire sin contaminaciones. Posé la mirada en el rubio y le agradecí, con una leve sonrisa, el servicio prestado.
Es extraño, pensé de inmediato, sentía una confusa pero fuerte conexión con aquel muchacho. No lograba explicar cómo confiaba ciegamente en su lealtad y en el estricto cumplimiento de su trabajo, pero, cómo no hacerlo, si parecía conocer cada uno de mis gestos y cumplía todas mis órdenes con eficiencia y discreción.
Con una señal, que él captó a la perfección, lo invité a seguirme hasta la planta superior, donde se llevaba a cabo el evento de la editorial. Estaba verdaderamente enojada con la dueña por haberme obligado a asistir al mismo.
Quería salir corriendo hasta mi casa y tumbarme en la cama, después de haber degustado un rico chocolate caliente pero, el contrato era claro y los jefes exigían mi presencia en el lugar. Finalmente atravesé el umbral del salón cuidadosamente engalanado. La directora me recibió con una expresión de alivio en el rostro.
- Valoro tu sacrificio Elizabet -alegó con un tono algo irónico que mostraba la falsedad de sus palabras y acciones - es importante que, el público te vea, interactúe contigo, porque esa es la garantía de tu éxito – asentí, pero más bien por educación. No deseaba generar falsas expectativas en las personas, mostrando una imagen distorsionada de una escritora que poseía muchísimas más sombras que luces
De repente el escenario improvisado se iluminó y apareció, ante el público, una joven que, de forma magistral, se hizo cargo de la conducción del evento.
- SEÑALES DEL DESTINO - expresó al realizar la presentación del libro - es una novela que profundiza en el cerebro humano, mostrando la fobia y los miedos de su protagonista. En ella se exponen las vicisitudes que pasa una fémina para despojarse de los recuerdos dolorosos del pasado.
Me concentré en la exposición y, mientras escuchaba la dulce voz de la presentadora, las escenas de mi horroroso pasado danzaban en la mente, asaltando mis recuerdos. Sentí, sobre la piel y en mi interior el abuso del que fui víctima. Me pregunté muchas veces ¿Cómo una niña de apenas 13 años pudo sobrevivir al desamor de su progenitora y al abuso físico y sexual de su padrastro?
Los intensos aplausos de los presentes me sacaron de mis cavilaciones. Observé el entorno y pude percibir las miradas puestas en mí, esperando las palabras de la escritora como único testigo omnisciente de la historia que ha sido publicada. Me levanté de la silla para brevemente agradecer, primero a la editorial por la oportunidad brindada y después a todo el público por su asistencia al lanzamiento del libro.
Apenas culminó la parte protocolar sucedió lo que temía. Fui asaltada por un gran número de personas que exigían fotos y autógrafos. Me abrumé al instante. Traté de evadir el contacto físico, pero me fue imposible. Comencé a respirar con dificultad porque odiaba que me tocaran. Los minutos se me antojaban eternos. El aire se volvía cada vez más pesado, aumentando mi angustia y ansiedad. Sentí que me desvanecía, pero, justo en el momento en que mi cerebro registraba la inevitable caída, percibí el contacto de unos brazos musculosos y fuertes que lograron alcanzarme, envolviendo mi cuerpo.
- Te tengo - escuché antes de sumirme en completa oscuridad.
.................
- Zorra – gritó el hombre con cara de asco mientras apretaba, mi cuello, con sus manos, eres mía, ¿oíste? Afirmé con terror por puro instinto de preservación, pero me arrepentí al instante, pues él tomó aquellas palabras como una invitación al abuso. Minutos después yo no paraba de llorar mientras el diablo me embestía con verdadera saña. Desperté sollozando del sueño recurrente. Ese ser despiadado, además de mi virginidad, me había despojado de la esperanza e inocencia que tanto había atesorado. Marcó mi alma, dejando huellas imborrables, convirtiéndome en una antisocial que no tolera el contacto humano.
Sentí mi cuerpo arder de rabia e impotencia ante la despreocupación de mi madre biológica, el abuso de su esposo, el desprecio de mis semejantes y mi incapacidad de lidiar con situaciones difíciles. No era una inútil que se había dejado arrastrar por la decepción, luché por mi futuro, apoyada por mi nueva familia, hasta convertirme en una escritora exitosa.
Me levanté de la cama, tratando de recordar los sucesos de la última noche, pero la neblina no abandonaba mi mente. Aún podía sentir el contacto desagradable de los desconocidos y la sensación de incertidumbre y desconcierto. Esos eventos siempre me dejaban un sabor amargo, pero era la primera vez que huían de mi total control.
Bajé, despacio, los escalones que me separaban de la cocina. Podía escuchar el sonido de las cacerolas y la risa despreocupada de Isabel. Estaba hambrienta pues, después de un ataque de ansiedad, experimentaba la necesidad de reponer fuerzas y recurría a los alimentos para ello. Era el grito de auxilio generado por mi cuerpo ante una situación extenuante.
- Buenos días - saludé con timidez, deparando en la presencia de mis dos únicos empleados.
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