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La doctora Smith se levantó sobresaltada por el zumbido de su celular. En la pantalla aparecía “Dr. Lee”. Se tapó la cara con la almohada y soltó un gruñido de frustración. Mientras contestaba y hablaba con el doctor, pensaba en lo duro que han sido todos estos años. El graduarse de medicina a los 21 y conseguir sus dos doctorados en cirugía a los 23 siempre fue algo que sus colegas admiraban y le trajo muchos reconocimientos, pero al tener el respeto de los demás, también era la primera a la que consideraban para cualquier situación. Se levantó y se puso su ropa de trabajo. El doctor Lee le había explicado lo ocurrido. Una pareja de esposos habían sido víctimas de un incendio. A ellos los habían perdido antes de subirlos a la ambulancia, pero a su pequeña hija de cuatro años la habían sacado a tiempo, al igual que a su niñera y ama de llaves de la familia, aunque la niña tenía serias complicaciones debido a una caída. Al estar su alcoba en el segundo piso de una mansión italiana antigua, las escaleras colapsaron por completo llevándose a la niña con ellas. El ama de llaves presentaba heridas menores.
La doctora Smith salió de su departamento y se dirigió hacia el hospital en el que trabajaba. En el camino pensó que debió decir que no podía ir porque tenía sueño y no se sentía de humor para otra emergencia, obviamente lo habría dicho de una forma educada pero el mensaje era el mismo; de hecho, estaba por negarse, pero algo en ella la orilló a aceptar. No sabía explicarlo. Suponía que había estado sola desde muy pequeña y podría ayudar a la niña a procesar la muerte de sus padres y a seguir adelante como lo había hecho ella. Llegó al lugar, la pusieron al tanto con los últimos detalles y luego del habitual proceso de desinfección y esterilización, entró a operar a una pequeña niña de cabellos castaños rojizos y unos ojos pardos que empezaban a cerrarse por la anestesia.