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Mi esposo, Ricardo, había conseguido el ascenso. Después de tres largos años atrapados en una ciudad pequeña, por fin volvíamos a la sede central de la empresa en la Ciudad de México.
Pero cuando fui a presentar nuestros papeles de reubicación conjunta, la administradora de Recursos Humanos me lanzó una mirada de pura lástima. Me explicó que Ricardo ya había presentado una solicitud de reubicación individual, y en ella había registrado a una cónyuge diferente: su novia de la preparatoria, Brenda Montes.
Una sola llamada telefónica, que hice con el cuerpo entumecido, al Registro Civil, me reveló la devastadora verdad. Había firmado mis propios papeles de divorcio hacía dos meses, engañada por Ricardo, quien me aseguró que eran documentos de una inversión.
Se había vuelto a casar al día siguiente.
Usó mi talento como arquitecta de software de élite para asegurar su ascenso, todo mientras orquestaba este cruel engaño. Yo había sacrificado mis propias oportunidades profesionales por nuestro futuro, un futuro que él ya estaba construyendo con alguien más.
El dolor me asfixiaba, pero entonces la rabia ardió a través de mi pena. Tomé mi teléfono, con los dedos firmes. Llamé a Alejandro Valdés, el Vicepresidente de Ingeniería, el hombre que me había ofrecido el puesto de líder en un proyecto de alto riesgo.
—¿Sigue en pie la oferta? —pregunté, con la voz clara y dura como el acero.
Capítulo 1
Sofía Herrera sonrió al ver la carta de ascenso firmada sobre su escritorio. Ricardo Morales, su esposo, finalmente sería transferido de vuelta al corporativo. Después de tres largos años, por fin podían dejar esta pequeña ciudad e irse a casa.
Ya había empezado a empacar, con el corazón lleno de esperanza por el futuro que compartirían. Lo único que faltaba eran los trámites de reubicación conjunta.
Se lo había mencionado a Ricardo varias veces.
—La fecha límite es este viernes. Tenemos que presentar los formularios.
Ricardo siempre parecía distraído.
—Lo sé, lo sé. Es que he estado hasta el cuello con la entrega del puesto. Ya lo haré.
Pasó otro día.
—Ricardo, de verdad necesitamos entregar esos papeles.
—Sofía, ¿puedes calmarte? Se va a hacer y punto —su voz sonaba impaciente.
Ella no quería ser una fastidiosa. Él era el nuevo gerente, y su ascenso era algo muy importante. Entendía que estuviera bajo presión. Pero la fecha límite se cernía sobre ellos.
Finalmente, el viernes por la mañana, decidió encargarse ella misma. Después de todo, era arquitecta de software en la misma empresa. Sería sencillo. Caminó hacia el departamento de Recursos Humanos, con un formulario impreso en la mano.
La encargada de RH levantó la vista de su computadora.
—Sofía, ¿en qué puedo ayudarte?
—Hola, vengo a presentar los papeles de reubicación conjunta para mí y mi esposo, Ricardo Morales.
La mujer frunció el ceño. Tecleó el nombre de Ricardo en el sistema.
—Qué extraño. El sistema muestra que el señor Morales ya completó el trámite de reubicación.
Sofía sintió una punzada de confusión.
—¿Lo hizo? No me dijo nada. ¿Lo presentó por los dos?
—No —dijo la administradora, con voz vacilante—. Presentó una reubicación individual, pero también registró a una cónyuge.
La confusión se convirtió en un nudo helado en el estómago de Sofía.
—¿Una cónyuge? Pero yo soy su esposa.
Los ojos de la administradora se llenaron de lástima.
—El nombre que aparece aquí es Brenda Montes.
Brenda Montes. El nombre golpeó a Sofía como un puñetazo. La novia de la preparatoria de Ricardo.
—Debe haber un error —dijo Sofía, con la voz temblorosa—. ¿Puedes revisar de nuevo? Estamos casados. Tenemos un acta de matrimonio.
—Lo siento mucho, Sofía —dijo la administradora con delicadeza—. El sistema está vinculado a los registros oficiales del estado. Muestra que su estado civil cambió hace dos meses.
Entumecida, Sofía regresó a su escritorio. Le temblaban las manos mientras sacaba la caja fuerte donde guardaba sus documentos importantes. Sacó el acta de matrimonio, la que tanto atesoraba.
Miró el sello oficial. Tenía que ser real.
Pasó la siguiente hora al teléfono con el Registro Civil. La conversación fue una neblina de jerga burocrática y hechos devastadores.
—No, señora, no tenemos registro de un matrimonio entre Sofía Herrera y Ricardo Morales.
—Pero… nos casamos hace tres años.
Una larga pausa, el sonido de un teclado.
—Sí tengo un registro para Ricardo Morales. Se le concedió el divorcio hace dos meses y seis días.
—¿Divorcio? ¿De quién?
—De usted, señora. De Sofía Herrera.
El suelo pareció desaparecer bajo sus pies. Recordó haber firmado unos papeles para Ricardo hacía dos meses. Le había dicho que eran documentos de una inversión, algo para asegurar su futuro. La había apurado, señalándole la línea de la firma. Ella había confiado en él ciegamente.
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