El amor en la sociedad rusa de finales del siglo XX
ntes de la batalla. Su corazón palpitaba con fuerza y le era imposible concentrar sus pensamientos en nada. Sabía que esta noc
la infancia, la memoria de Levin unida a la del hermano difunto, nimbaba de poéticos colores sus relaciones con él. El amor que experi
no podía culpar a Vronsky, que se mostraba siempre sencillo y agradable, sino a sí misma, mientras que con Levin se sentía serena y confiada. Mas,
ó con alegría que estaba en uno de sus mejores días. Se sentía tranquila, co
enas había bajado al sa
no Dmitrie
do tampoco. «Ahora...», pensó Kitty, sintiendo que la sangre le afl
o aspecto. No se trataba ya de ella sola, ni de saber con quién podría ser feliz y a quién daría su preferencia; comprendía ahora que era forzoso herir crue
endré que decirle que no le quiero? ¡Pero esto no sería ve
cuando sintió l
verdad y no me sentiré cohibida ante él. Sí, es mejor que pase... Ya está aquí», se
como si implorase su cle
do el salón vacío. Y cuando comprobó que, como esperara, na
ó Kitty, sentándos
sola –explicó él, sin sentarse y s
guida. Ayer se can
y sin separar de Levin su mir
arla. Kitty se rubor
tiempo permaneceré en Moscú,
o sabiendo cómo habría de contes
a... quería decirle que... des
Al darse cuenta de que lo más grave ha
. En el fondo se sentía alegre y su alma rebosaba
rle una impresi
iendo a Levin la mirada de sus ojos límpidos y francos y viend
e... No es
antes y cuán necesaria era para su vida!
–dijo Levin, sin mirarla. S
ue los dos jóvenes estaban solos y que en sus semblantes se retrataba una profunda tur
le ha dicho que n
bitual sonrisa con que recibí
en el pueblo. Él se sentó también, esperando que llegase
amiga de Kitty, casada el invi
omo siempre sucede cuando una casada siente cariño por una soltera, su afecto se manifestaba en su de
ky a principios del invierno. No simpatizaba con él. Su mayor
u superioridad, bien cuando interrumpe su culta conversación conmig
ia me encanta. Me satisface muc
ud de lo que ella tenía por sus mejores cualidades: el nerviosismo y e
izadas por el hecho de que dos personas mantengan en apariencia relaciones de amistad sin que por
ton atacó inmedi
corrompida Babilonia! –dijo, tendiéndole su manecita amarillenta y re
ha encenagado usted? – preguntó,
en, repuesto ya, se amoldaba maquinalmente al tono habitual, entre burlesco
me las apunté! ¿Has
nveniencia, Levin prefirió cometerla a permanecer toda la noche viendo
la Princesa, reparando en
e no podrá ser mucho, pues, según teng
vo, Princesa –repuso él–.
ado. «Es extraño que no empiece a desarrollar sus tesis... Pero yo le llevaré
En nuestra aldea de la provincia de Kaluga los aldeanos y las aldeanas se han bebido cuanto
en aquel momento.
da puedo decirle –repuso él, dirigiendo su mirada a la puerta
Vronsky» ,
ahora su mirada en Levin. Y Levin comprendió en aquella mirada que ella amaba a aquel hombre, y lo comp
ía quedarse para saber a qué
cer sus cualidades. Otras, en cambio, sólo ven, aunque con el dolor en el corazón, las cualidades
hermoso y simpático. Todo en su semblante y figura era sencillo y distinguido, desde sus negros cabellos, muy cort
Princesa y luego a Kitty. Al aproximarse a la jov
e sonrisa de triunfador q
on respetuosa amabilidad, tendiéndole
nas palabras, se sentó sin mirar a L
cesa–. Constantino Dmitrievich Levin;
rechó la mano de Levin,
en una comida – dijo con su risa franca y espontánea
ia y odia la ciudad y a los ciud
a usted gran efecto, puesto que ta
dicho lo mismo poco antes. Vronsky miró
? –preguntó–. En invierno d
ocupaciones. Y, además, uno nunca se aburre si sabe
lo –indicó Vronsky, fingiendo no haber
ría sido capaz de vivir siempre en una
ia, con sus campesinos calzados con lapti, como después de pasar una temporada en Niza un invierno con mi madre. Como ustedes saben, Niza es
ativamente al uno y al otro, con mirada afectuosa y tranquila
a Nordston iba a hablar,
illería pesada que reservaba para tales casos: la enseñanza clásica de la juventud y el servicio mili
ofreció oportunidad; a cada momento se decía «ahora me puedo ma
la condesa Nordston, que creía en los espíritus, co
! – dijo, sonriendo, Vronsky–. Jamás he encontrado nada de
. Y usted, Constantino D
nta? De sobra sabe lo
onocer s
dad culta no está a mucha más altura que los aldeanos, que creen e
s ¿usted
o creer,
yo misma l
cuentan que han visto
e digo no es verdad?
tty, ruborizándose–. Lo que dic
on su jovial y franca sonrisa, acudió para desviar la co
imos la existencia de la electricidad y no la conocemos, ¿por q
on siglos antes de llegar a una aplicación práctica. En cambio, los espiritistas parten de la base de que los veladores les
chaba con atención a Levin, visibl
añaden que actúa en determinadas circunstancias. A los sabios corresponde descubri
o de que siempre que usted frote resina con lana se produce cierta reacc
quiere decir que no se tr
Vronsky, comprendiéndolo, en vez de replicar, trató de cambiar
bar ahora, Pr
o dejar de complet
a existencia de una fuerza desconocida es muy desacertado. El caso es que
ompletase su pensamie
celente médium –dijo la condesa Nordsto
ra replicar; pero se p
Y dirigiéndose a la madre de Kitty, preguntó–: ¿Nos lo perm
vin, se cruzaron sus miradas. Ella le compadecía con
», le dijo con los o
usted y a mí mismo» , c
tante en que todos se sentaban en torno al velador y Levin se disponía a salir,
tá usted aquí? ¡No lo sabía
e puso a hablar con él. No había reparado en Vronsky, que se había pu
evin. Notó también la frialdad con que el Príncipe saludó por fin a Vronsky y cómo éste le contemplaba con
itrievich. Queremos hacer unos expe
tido el juego de prendas –opinó el Príncipe mirando a Vronsky y adivinando que era él qui
ojos tranquilos. Luego empezó a hablar con la condesa No
d, ¿verdad? –p
jó de hablarle, Levin salió pr
sión feliz y sonriente del rostro de Kitty al contestar a Vr