Casada con un montruo
la compañía aérea sólo tenía un vuelo reservado para el día siguiente, así que disgustada y con una terrible migraña, preferí quedarme en casa. Bajé lentamente las escaleras y pud
engo en la garganta. ¡Dios mío! No podía creerlo todo. Jamie estaba chantajeando a mi padre. Eso, en cierto modo, explicaba la desaparición del dinero de mi cuenta. - Podía matarlo. - Oí hablar a Jamie. Y ese es el problema. Literalmente habló, su voz sedosa y calmada. Totalmente indiferente. Como si estuviera eligiendo un sabor de helado. Mi cuerpo se estremeció, cada rayo de vello de mi cuerpo se erizó. ¿Matar a mi padre? ¿Haría eso el Jamie que yo conocía? Aunque apenas nos conocíamos. - ¡Como quieras! Escupió mi padre. - ¡Moriré! Mátame de una vez. - Suplicó mi padre. - Ah, - Jamie chasqueó la lengua. - ¡Pobre hombre! ¿Qué ganaría matando a un viejo zorro? Me aprieto la mano contra el corazón acelerado, intentando recuperar el aliento. - Ni se te ocurra. - Mi padre levanta la voz. - Te daré cualquier cosa menos eso. Cualquier cosa. - suplicó. - ¿Ni se te ocurra? - gruñó Jamie. - Teníamos un trato. Hablarías con ella hasta su cumpleaños, la convencerías de que soy el hombre para ella, nos comprometeríamos, n
su diente. - No estamos tan bien como crees. Algo en mi pecho se tensa y se retuerce violentamente. - Ahora no pienso en nada, mamá. - Me estremezco al oír el eco de mi voz. - No después de oír lo que he oído. - Cariño, lo siento, esta no es la forma adecuada de que te enteres de todo -¿Iba a llorar otra vez? Le temblaba la voz. Mi padre miró a mi madre con desaprobación, como si no quisiera que hablara. - Vamos, papá. - resoplé con rabia-. - Ya he oído suficiente mierda de ti y de Jamie. Quiero saber la verdad. - Tu padre tiene problemas con el juego. Póquer, ruleta, Black Jack, tragaperras... -Hizo una pausa por si mi padre interrumpía, pero no lo hizo, así que ella continuó. - "Siempre ha apostado, desde que nos conocimos, por desgracia se convirtió rápidamente en una adicción. - Elisabeth... - mi padre le llamó la atención. - ¡No! ¡Dios! Tiene que saberlo, tiene veintidós años, ya no es una niña. ¡Ahora es su vida la que está en juego! - mi padre se calló. - Ya sabes, viaja mucho, en uno de esos viajes acabó acumulando una gran deuda en uno de los principales casinos de la costa este de Seattle, no es una deuda justa, pero es lo que se espera del juego. Sólo que cuando no pagas, tienes que vértelas con los cobradores. - Jamie -mi voz sale en un susurro. Los ojos me escuecen por las lágrimas. - Lo siento, no... no lo sabía, hija mía. - Suspira con tristeza. - En un i