Nuestro pacto de amor
se había lanzado frente a su auto y luego lo había ofendido por molestarse por eso. Sin embargo, el recue
scritorio. Ese día su secretaria tenía otros asuntos de los que ocuparse y no se incorporaría hasta más tarde. Por lo tanto, no tenía quien l
lojó un poco la corbata y se dispuso a sentarse en su sillón. Sin embargo, escuchó
o y se preparó para escuchar más quejas y reproches. Carolina, su pr
la oficina. Como era de e
y despacio y su
dió con una c
eza. Tenía en sus delicadas manos la caja de regalo que él acababa de dej
ste que eran
los dio Linda por nuestro compromiso. Los que le compré a mi madre estaban
nojado-. Tienes un millón de joyas, ¿cómo diablos quieres
do en las juntas mientras fingía que trabajaba. Solo tenía un puesto allí porque
nte? -replicó Carolina y cruzó los brazos sobre su pec
la no era así por lo general, de cualquier modo. Se repetía a sí mismo una y otra vez que su du
en la mejilla-. Ahora mismo necesito un rato para analizar estos papeles que mi padre me trajo. Prometo que apenas term
minaron al escucharlo y le
ella y lo abrazó
mí verte feliz -respondió él y la bes
lanzó en su sillón tras el escritorio. Necesitó zafarse mucho más la corbata. Si había algo que odiaba, eso era compartir
ue quizás las frecuentes visitas para los preparativos de la boda no le estaban haciendo na
ra los dos. El problema es que quedaba demasiado cerca de la de sus suegros
do se desarrollaría sin más contratiempos y que, tanto en los negocios como en su vida personal, todo f