Mi Sexy Profesor
vida consistía en el mal hábito de despertarse tarde en la mañan
s repasaba algunos temas conflictivos de la física, antes ocurría lo mismo, solo que la ra
tinaba a abrir los ojos cuando su alarma sonaba,
mecida por la hora que
imera clase era con el nuevo profesor. ¡Madre mía! Con suerte llegaría a mitad de la primera clase, y con un poco má
scada de agua se lo llevara y salió tomando su albornoz blanco. Próxima parada: cepil
ndo las mejillas y dejando sali
era hacía el amago de tomar una aguja, su única especialidad era malgastar la fortuna de su marido. El pobre Nolan estaba tan cegado que ni reparaba cuando Giselle d
vidadas por una Giselle que adquiría cosas sin parar y ya luego ni volteaba a mirarlas. Era u
histe. De hecho la convertía en el hazme reír de muchos, o esa "rarita" como le decían algunos compañeros en Brad
udió. Verse en el espejo, aún sabiendo que iba contra el reloj, la puso furiosa. No ayudaba tener una tez tan pálida, la salpicadura de pecas sobre sus mejilla
mpusiera lo que debía usar era una forma de apagarla. Podía darse cuenta, cuando la miraba directo a sus ojos, cada vez que Giselle ponía sus orbes oscuros en ella, era pos
dre no la quería ni un poco. Su trato, su manera de verla, de darle órdenes o dictar
ogrando bajar las escaleras con una rapidez increíble, antes habría caído rodando sobre los peldaños, ya era una veterana en andar a la vel
uñ
ría Dios cuántas falacias le habría dicho sobre ella al ruso. Aún así, Nolan no era ese malvado padrastro, en comparación con su madre con la que hasta compartía la misma sangre, él era un
ba, subió y de inmediato tuvo todas las miradas clavándose como filosas cuchillas en ella. La excesiva atención estaba ligada a su espantoso unif
o los nervios la apresaban. El nudo en el estómago nunca fue así de
uí! -exclamó
abía considerado bonita, se encaminó hacia su salón de clases. En el fondo la tentación por saltarse
ntinuó con direcció
s codazos o golpes. Respiró al llegar. Tocó dos veces, desde allí, sin atreverse a asomar la cabeza por el espacio de la puerta que se consideraba una pequeña ventana, escuchó esa profunda voz varonil que le erizó la piel, aumentó el nerviosismo y le dio terror. Impacie