Kashmir. Capítulo I: La iniciación
esta vez sí v
a de lo que e
ue ruedan en las tardes. No recuerdo su nombre... el tipo s
rás decir -agre
co donde lo encerraron, deja un mensaje de voz en un número monitoreado por los científ
ultó ¿verdad? ¡Est
como... desde otro plano, desde otro lugar. Hablo de un lugar inaccesible en la memoria de una mujer que ya no serás tú. Le dejaremo
¿de
haces esa mueca? ¡Pereces sufrir un ligero retraso m
r no nos olvid
en serio,
un nuevo plan? Simplemente ¡es una nueva
tamos sacar ese cuerpo flaco, envuelto en esa bata de enferma, con su cabello co
o-. ¡Me halagas! ¡¿Por
¡Es brillante, es innovador y lo mejor de todo, funcionará! En este momento lo único importante es que levantes ese trasero flaco y consiga
í, al viejo y olvidado Hospital Real Psiquiátrico de Cameron, un territorio destinado a cuidar -y vigilar- a los "peligrosos y diferentes" o mejor dicho, para silenciar a los que con nuestra manera de pensar, sentir o comportarnos, resultamos intolerables para la sociedad. Bastante bien conozco la miseria de esta sociedad y la crueldad de e
rme otra vez con aquellos terribles secretos ocultos en las profundidades del océano, del bosque. Confieso, bajo tortura mental -más cruel
tener las personas "normales" a fin de fijarse un propósito en la vida. No obstante, hubo un punto de mi existencia, trágico y dichoso a la vez, en el que mi corazón vislumbró el más desmedido de mis deseos. Colmada de momentos mágicos, me dejé arrastrar a un mundo cada vez más raro y oscuro. Algo terrible llegó con aquellos momentos -algo que aún igno
uizá...
vo de mi pasado continúa más vivo que nunca y la i
¿Haloperidol u Olanzapina? No lo sé. ¡Antipsicóticos para todos! Dicen que debo tomarlas para dejar de ver u oír cosas que no existen. No soy tonta. Sé a qué se refieren: el empeño de mi cerebro en creer que la
o me sorprende detrás de mi asiento
techo del salón-. Quiero ir con ellos...
al escuchar aquellas palabras: "seres venidos de las estrellas". Alguna vez lo escuché, podría ser posible... los
nfermera quien finalmente ha llegado a mi lugar y me tie
desconfiada y tomo l
pastilla! -exclama la voz-. A
ición del sol asumo qu
muy mal
ré el control sobre mi mente y mi cuerpo, per
o ha
a loca idea-. Tengo que c
mediato. Olvídate de la pastilla, Carena, debes controlart
r eufemísticamente: los pacientes mentales. Gordos, flacos, altos, bajos, jóvenes, viejos, tristes, risueños, tranquilos e inquietos. ¡Todos bien locos! Un hilo musical ambienta el lugar: lamentos, murmullos, cuchicheos y uno que otro grito estridente. Los lápices y las hojas se encuentran encima de la barra de la recepción situada detrás de la puerta principal del salón, donde una enfermera gorda parlotea amenamente por teléfono. La puerta está cubiert
erados hoy -susurra la voz en tono de mali
Solamente un milagro evitaría que las enfe
ntre la muchedumbre de