Diario de una viajera en el tiempo
19 de mar
ico, algo extraño en los últimos meses
ecían de la protección de las contraventanas. Era cierto, en ella se sugería que así lo hicieran, sin embargo tampoco explicaba la verdadera razón. Supuse que se debía al pasaje descrito por mi abuela Lucía, en el que, las piedras traspasaban como mantequilla los delicados cristales mientras clamaban por llevarse a Engracia para quemarla. Pero tampoco se podía descartar que la casa se viera asediada por algún dispar
ía ayudado a vestirme el día anterior. En aquella ocasión su visita anunciaba que el desayuno ya estaba servido y que todos aguardaban mi presenc
presuró a disculparm
iones y pensamientos. Supuse que cavilando sobre todas mis revelaciones y esperando ansioso la llegada de su hijo Samuel. La abuela Engracia, después de
despreocupado con algunas migas de pan que se esparcían desordenadas sobre la mesa, ajeno a todo lo que se avecinaba. Observando al pequeño de la familia, me pregunté cuántos n
perteneciera a su marido ya fallecido. En él, altas vitrinas se elevaban como plantas trepadoras cubriendo casi toda la pared existente y, tras las cristaleras, pequeñas botellitas escrupulosamente ordenadas. La abue
Sin embargo, a estas alturas, casi nada lograba sorprenderme, poco a poco comenzaba a acostumbrarme a los descubrimientos insólitos
mi desconcierto, devolviéndome a la re
n-, si finalmente lo han conseguido encontrar en Mad
ería llegar y porqué nos encontrábam
miéndose lo peor-, pero..., si el chico llega malherid
bre medicina -me
remiante-. Yo te enseñaré lo que necesites saber. A
í como sus beneficios. La mayoría constituían extractos de mezclas de plantas y su uso era tópico. Cuando acabó con una vitrina, comenzó con los recipientes dispuestos en la contigua, explicándome cuáles se debían
ritas-. Si cada día memorizas una parte, puede que en el
ero no entiendo qué tiene
descubrieron ante mí. Cogió entre sus manos una pequeña sierra. Mi expresión, una mez
is el refrán "cortar por lo
í ató
e haremos si Samuel llega con un
ue sin duda habían pertenecido a su marido, no se encontraba en las mejores condiciones higiénicas. La repulsa por aquellos instrumentos, similares a los a
en limpiar con más diligencia aquellos instrumentos. Al fin y al cabo, se trataba de herramientas de trabajo que entrarían en contacto directo con heridas profundas. Pronto caí en la cuenta de que a principios del sigl
unto de hierros-, ese material para amputar no
ía a manifestar, en cierto modo era lo que buscaba
ar cualquier material que esté en contacto con una herida a
jarme continuar con la esperanza de poder
contaminan, provocando inflamación y rojez -instintivamente fijé mi mirada en un pequeño microscopio que descansaba en una de la
íamos acabar con ell
rtas se pueden hervir o quemar con el fuego directamente. Las heridas se limpian con una
an caldero con agua limpia que mandó traer del pozo. Cuando el líquido comenzó a emitir pequeños