Échale la Culpa al Río
andeciente a la luz del medio día. Todo el aeropuerto estaba lleno de movimiento; gente que llegaba
o una maleta de mano, algunos papeles en la otra mano, salió hasta el hangar frente al estacionamiento buscando con la mirada a Juan su chofer, ese que había contratado por teléfono su secretaria tal como le había pedido, le confirmó: "Se llama Juan García! "¿Juan García? Que coincidencias tienes la vida... pero me agrada el
es tu... – con rostro de asombro
, Franco solo le extendió la mano. El siempre formal, frío y distante Franco, aún más con personas como Maurizio, a quien consideraba inferior por ser de otra condición social (ya no era así porque ahora era un importante político y distinguido func
Vamos te llevo y hablamos en el camino. Me imagino que te vas a hospedar en algún hote
Además tengo chofer, mira ahí viene – Franco, los mira con un poco de desdén, trata de disimular sin éxito. Maurizio lo nota. - Pero tienes razón tenemos que hablar, te acepto un trago, quiero ponerme al tanto de las cos
Brenda y a nuestra preciosa hija Annie. Fue una pena que tuvieras que irte
pero esta vez estaba dispuesto a enfrentar todo lo que fuera necesario para volver a estar cerca de Brenda. Aunque hayan pasado casi veinte años sin verla la recordaba perfectamente. Su historia nació en las agu
os; procesos de sembrado y recolección de frutos injertos. Maurizio era un chico rebelde y siempre estaba metido en líos. Una tarde corriendo de las amenazas de uno de los parceleros por estar coqueteándole a una de sus hijas, Maurizio se metió a esconderse en la casa de los padres de Brenda. Fu
fer. A diferencia de Franco quien sube a su maravilloso vehículo Range Rover último modelo. Siempre había preferido guiar sus autos, a pesar de su fuerte miopía. Autos enormes, sumamente confortables y de mucho valor tanto para
uelo las escaleras, desvaneciéndose el temor- en el cual ardía también la impaciencia- bajo la tempestad de los primeros abrazos; pero después, al regreso se llenaba de escalofríos, aquel terror misterioso revueltamente amasado con la idea de la culpa y la loca aprensión de que las miradas de los transeúntes desconocidos podían leer en ella de donde venía y contestar a su confusión con una sonrisa descarada. Los últimos minutos de la entrevista con su amado estaban ya envenenados por una creciente inquietud del pensamiento; al disponerse a salir, temblaban sus manos con una prisa nerviosa; oía distraí
un esfuerzo, mientras acercaba sus manos temblorosas al florido pañuelo que usaba como disfraz sobre la cabeza, y bajó con más prisa los últimos escalones. Todavía la amenazaba aquel último paso, el má
inuar. Pero aquella persona le privó el paso plantánd
en tono áspero. - ¡Vaya con las señoras decentes! No le basta con un ho
mudeó Brenda, e intentó torpemente escabullirse; pero la otra t
ra ya le ha cogido, y sé porque él me dedica tan poco rato estos
a la miraba con altivez. Aquel bambolear miedoso, aquel evidente desamparo, la vigorizaban. Con una sonrisa presuntuos
uando le van a robar a una un hombre llevan velo para
usted de mí? No la c
nte. Lo que nosotras trabajamos, aunque reventemos de hambre, no le importa nada a una
a clavada en la frente como un anzuelo: Aquella cara demacrada, con su risa provocativa; aquel vaho a salvajismo que salía del mal-vado aliento de la artesana; aquella boca crispada y colmada de odio, que le había escupido al rostro las palabras más soeces; el enrojecido puño con que la amenazó; cada vez más arriba la náusea le oprimía la garganta, y como la molestaba la celeridad del coche, estuvo a punto de av
s esos recuerdos para que nunca los pudiera olvidar. No era justo, se repetía a sí misma cada mañana al despertar de la misma alucinación. Ella nunca se convertiría en esa mujer que traiciona a su marido. Nunca sería una cualquiera que presume de mujer decente, aunq