Canción de Medianoche de Courbet
aba en el cie
e hace silbar los mismos arboles, le acarició los rizos dorados como los dedos cálidos de Sam. La noche se esfumó, pero con ella no trajo la claridad. Su mente seguía ensombreci
jos la hacían flotar en un velo de aceite n
o de marfil, un saquito lleno de huesos y falanges ennegrecidas y un pequeño cofre de joyas, plata y oro. Ninguna redecilla de pelo antigua. Pasaron tres días de su extensa búsqueda. Cuando fue al encuentro con Sam, se excusó de no encontrar nada.
io le dijo que se fuera. No le agradaba la servidumbre, porque la última ama que contrató estuvo robando. Lo último que supo, fue que le cortaron una mano a una de las muje
os ojos entrecerrados; dos piedras azules, infinitas... No pronun
a, Annie -dijo la
suras de sus labios. Era cierto... Annie se había puesto un vestido azul muy brillante y una cadena de plata bruñida co
itar sonreír ante l
haleco tachonado de cuero y guantes de piel, casi no se podía distinguir cuál era su mano falsa... casi; los movimientos de sus dedos eran erráticos. Se lavó el cabello rubio plateado con c
am. Con su olor envolviéndola en la ternura de las mantas. Lo amaba... tanto que la distancia la quemaba. Ardía en su pecho como solo las esperanzas vacías podían hacerlo. Porque no se sentía suficien
ie
aldo-. Hemos vivido muchos años juntos, en la ciu
argo de la sangre en la boca. No pudo evitar mirar el
a la voz en
omo un hermano para mí. Vas a ver a tus primos, a tus tíos, a tu abuela. No te va a faltar nada, quizás puedas cursar algunas c
sentía se desbordaban en su rostro... incontenibles-. Estamos en Valle del Rey. La Cort
Es peligroso que estés aquí. Quiero protegerte, niña. Como le prometí a tu madre. ¿Qué
mas lo que rodaba por sus mejillas? Su gargant
oz cortada-. ¡No lo ere
e de sus besos tímidos y adictivos. Sus abrazos tan cálidos... como la brisa del mar acariciando las entrañas. Su rostro claro y soñador, sus ojos abrumados e infin
de entender, pero
a cautiva en su cárcel de azúcar. Durante años la ignoró, marchándose con cada oportunidad... ¿Y aho
se lo rompiera. Se detuvo. Sentía los dedos duros y fríos de oric
dijo con tanta rabia, que los dedo
A veces veía a las madres llevando a sus hijos de la mano... y se preguntaba cómo debía sentirse. La calidez de un abrazo maternal. Nunca se sintió querida por su padre. Todos la miraban desde abajo como una niña... Él único que la comprendía era Sam. Er
no les quise creer... Me aferré a cada guérisseur, a cada medicina. A la esperanza de que su sanación. Pero... no conseguí que se quedará conmigo. Soy un desastre, lo siento. Aún no puedo creer que se fue, mi alma no se contenta con haberla perdido-guardó el relicario en s
aquel abrazo, estaba cerrada a sentir algo por él. Era una cabeza más alto que el
é es
elo bañada en oro que tenía grabado un símbolo. No lo pudo leer. Estaba atado a
cia en la casa que Misa y ella. Annie se colocó una capa de lana verde con capucha, sobre la ropa de dormir, y un par de botas de piel. Salió por la ventana y se deslizó por el tejado de tejas de la casa contigua. Bajó por un escalón hasta la calle. La ciudad dormía en
en una esquina. La miraba con desconfianza. La espada fina colgaba a la izquierda del cinto y el puñal
a cubierta de p
ca teñía su cabello de negro, parecía el mismo ángel de la muerte con la capa negra ondeando sobre la niebla. Annie se acercó sonr
ardiente. El olor de Sam la calmaba en las peores sit
tie
na mueca de aflicción y dejó escapar un largo suspiro... Sen
a contra su cuerpo y ella sintió que un calor nacía en ella. Le dio
oca y su lengua se incendió. Su paladar echaba chispas mientras la sensación recorría con dedos calie
levarme lejos-busc
dedos recorrieron su cara, eri
parte, ambos, de algo más grande que nosotros. Cantemos canciones cuando llegue la medianoche. Tengamos
, sintiendo que se dominaba por el esfuerzo. Volvió a respirar su aroma... sintiendo que no podía resistirse. Se dejó llevar por el océano de vino n
resa del delirio. Si miraba para atrás, solo enco
Preguntó,
ió y sus labios acariciaron
a brisa caluroso. No resistía la cercanía del joven. Un cosquilleo la atormentaba,
iene puesto-di
tase
llo. Lo tiene co
illos de su capa. Rebuscó en los pequeños bolsillos, tanteando en la oscu
a g
con severidad y cogió el
ntada llevaba un pequeño puñal, con
Entendía bien
eo se extendió por sus muslos como pequeños hormigas-. Si miras al abismo d
l colchón y escondió el veneno. El puñal lo guardó bajo las tablas huecas del piso de
eño
a la voz s
ché p
apar un pronun
demasiado bien- No podía
rezado a algún dios que pudiera escucharla, ayudarla... salvarla. Pero los dioses de alguna forma se mantenían reacios, com
en su habitación. A esa altura, Misa la había ayudado a empacar todas sus prendas y pertenencias en tres grandes bolsas de viaje. La escolta la llevaría por la mañana a través del Bosque Esp
ana mientras le peinaba el cabello-. Iría contigo,
s a su joven profesor. Hubiera dado cualquier cosa por ver al misterioso alquimista, Sam; pero no lo encontró en ninguna part
oscuridad y el silencio. La ciudad dormía, dio pasitos en falso hasta que estuvo de frente con el armario. Allí guardaba una cuarta bolsa de viaje con todo lo necesario: un par
que le había dado el alquimista y se lo guardó en la manga, atada con un cordón a la muñeca. Subió las escaleras descalza, intentando n
estremecer. El pecho de Friedrich Verrochio subía y bajaba, dormía desnudo. Allí estaba, brillante, dorado: la redecilla de pelo, el recuerdo prec
y a la hierba. Annie tomó con sus pequeños dedos el colgante y tiró con cuidado hast
on voz pastosa. Sintió como el
ero no se movía... Luchaba con sus extremidades presas. «Una gota», le había dicho Sam. Pero ella, nerviosa, había dejado ca
ie..
ión de carácter. Tiró del puñal... y la hoja cortó la cuerda, sin hacer el menor sonido... ni resistencia.
e... Eso.
destruyendo su estómago y estuvo a punto de caerse cuando subió corriendo las escaleras. Entró a su habitación, se calzó unas botas de viaje hechas de
a zancadas. Pero se paró en seco cuando un guardia, apareció frente suyo... Reparó en ella, ceñ
cer más qu
.. estaba seguro de ello. Una sombra tanteó la oscuridad, junto a ella y la tomó de los hombros. Le tapó la boca hasta que dejó de gritar
tie
cilla de oro del b
ie
de los tejados algunos guardias parecían seguirlos con la mirada. Algunos hasta hablaban entre e
dad-replicó Sam-. Toque de queda para cu
jaba entrever en las nubes negras. Saltaron entre los tejados más pequeños, como si bajarán por una escalera bizarra y bajaron a un estrecho callejón. Los hombres pisándole los talones les perseguían desde la calle, por recodos y atajos. Los guardias le cerra
tro de su cabeza y se sorprendió de que la boca le supiera a sangre. La esencia formó a un ruiseñor de energía viviente, era todo fuego rojo; místico. Sam levantó sus manos y el pájaro, como un relámpago... se desprendió de sus palmas, proyectándose en la noche. Dejó una estela rosácea al hundirse en el rostro de un hombre, con un
o fantasmas burlones. Sin saber cómo, se encontraba a oscuras, olía a tierra mojada y excrementos viejos. Habían entrado en una abertura oculta entre los edificios. Se deslizaron tomados de la mano, pegados a aquel muro de piedra fría. Pisaban una alfombra de desperdicios, doblando por secciones estrechas. La luz acarició sus ojos,
ba subido y... no
dijo el al
l de ladrillos, escapando de sus captores. A la distancia, se mostraban los primeros árboles oscuros de la espesura. Allí nunca los encontrarían. Dos lanzas se cruzaron delante de ellos. Había
eño la tomó de la muñeca y la acercó a él con brusquedad. Sam agarró la lanza del alto con las dos manos, lo golpeó con el asta en la cara y se la arrancó... Con otro golp
ó de dolor y ella se liberó, se agachó antes de que la lanza pasará sobre su cabeza y
on estrépito sobre los cantores... Las puntas afiladas del rastrillo cayeron sobre ellos, con gritos
tras apuntaba a uno con un puño cerr
os anegados de lágrimas-.
perseguidores Uno de los guardias cruzó hasta donde estaba, a zancadas. Su altura y tamaño la intimidaron. Levantó un hacha afilada para separarle la cabeza del cuerpo, sin reparar en que era
a capa negra mientras los cuerpos se apilaban a su alrededor. Empuñó una lanza y le abrió la cabeza
odía pensar con claridad. Tenía los pantalones manchados de orina. Pero la palabra seguía en su cabeza... Una ordenanza le impidió seguir pensando y sus pies se pusieron en movimiento. Corrió sin mirar atrás, escuchando estallidos
olverla y devorarla. Desapareciendo para siempre en