La cortina de cristal
atronadora, rugían más allá. La cas
mbras, permanecía la entrada a la pequeña gruta. La opresiva sensación de anhelo y desesperación
aba desde el interior de la caverna, fuera lo que fuera. No podía marcharse hasta que hubiera cumplido lo que se le pedía. Pero también sa
esvanecía. Cada vez era peor. Había tenido aquel sueño muchas veces durante los veinte añ
ro en el último instante cambió de idea. No necesitaba luz para sab
ue resplandor de la luz interior. Podía elegir entre unos restos de ensalada de atún, queso en lonchas, pepinillos y cerveza. Eligió la ensala
tras la muerte de su madre. Estaba mucho más interesada en su desahuciada carrera de poeta. Michael había apre
a experiencia casera le había servido como preparació
tempestuoso temperamento de poetisa, por su tendencia a sumirse en largos períodos de depresión y por su deseo
de cerveza y bebió un largo trago pensando en lo mal que se había co
obsesionaba casi tanto como aquellos retazos de sueño. Pero había creído que respecto a Clare podía hacer algo,
desatinadamente aquella situación, delicada y frágil como
ado a dejar sus errores atrás. Tenía mucha práctica. El problema ahora consistía en
nía que lograr que le p
-
mpie el parabrisas
e larguirucho, vestido con un mono verde. Eddy Rivera
or, Eddy. Le
en verano es polvo. ¿Está esperando a
er, todo el mundo en La Colonia Tovar sabía qu
¿Lo has visto
edificio de la oficina de envíos, al otro lado de la calle prin
lare suavement
precisamente porque quería encontrarse a Mi
restablecer las líneas de comunicación con Michael allí donde se habían visto por primera v
as repasaba lentamente el cristal. Rivera lo
hael y usted se
quería era hablar de su relación con Michael. S
siempre se iba a por las mejores. Los chicos se preguntaban que a santo de qué picaba tan alto. Pero yo siempre le decía:
es. Por primera vez, cayó en la cuenta de que Eddy Rivera era más o menos de la edad de Michael, tal vez un año o
tar que Rivera llevaba puestos. Ni del pelo rubio y ralo que le caía hasta la clavícula. Se debía a algo más, a algo que tenía que ver con la expresión de perpetua amargura que caracterizaba lo que tal vez, en otro tiempo,
ran amigos de peque
o volví aquí. Pero Michael, no. Michael probó suerte fuera de aquí. No había regresado hasta este verano. Me pregunto por qué habr
de Michael había vuelto a desatarse. Pero antes de que pudiera
ra metió el limpiacristales en un cubo y se acercó a
apartar la vista del Jeep negro que se ha
nter que, vigilante, permanecía s
erro se h
os sus dientes. Estaba acost
a veces -murmuró Clare acar
bonito. Pero se murió hace un par de años. -Rivera giró la cabeza para mirar a otro coche
a -dijo Clare girando
a oficina de envíos -le advirtió Eddy-. A no ser
, como si le causara un placer perve
go? -preg
ese Cadillac azu
S
aún no había visto su coche aparcado al otro lado de la cal
ñora que sale
specto regio que salía lentamente del lado del pasajero del Cadillac, ayudada por el conducto
Velutini han sido los dueños de casi todo e
h,
una mano grasienta sobre el techo del Buick de C
soberbia y poderosa señora
ría de sabe
ivera calmosamente-, que es
sue
rtó del coche, aparentemente satisfecho por haber conseguido captar su atención-.
ra sintiéndose aturdida. ¿La suegra de Mi
estarlo. Si tuviera esposa se lo habría dicho.
se dijo mientras aparcaba el Buick junto al Jeep de Michael. Era precisamente
media vuelta y ahorrarse, lo que prometía ser una escena desagr
-le dijo a Hunter-. Gri
ctor, gordinflón y al instante apartó la mirada. La cara fofa de aquel hombre poseía los rasgos crueles y obtusos de un camorri
una marea. Había un silencio crispado. Varias personas estaban de pie, como clavadas al suelo. En lugar de intercambiar cotille
a y vio a Clare. Por un instante, la traspasó con sus brillantes ojos grises, pero un segundo desp
dar órdenes. Llevaba sus casi sesenta y seis años con rígido y gélido orgullo. Tenía el pelo recogido en un elegante moño y sus ojos castaño
la mujer una m
único que tenía. Discúlpeme, señ
ezco. También he oído hablar de ella
, usted tampoco -dijo Mic
iseó la seño
será la última. Pero, sin duda, respecto a mi hijo no puede decir lo mismo, ¿n
preguntaba si coincidiríamos esta mañana. Iba a llamarte luego para recordarte esa excursión a la cascada que me prometiste -dirigió su sonrisa
ando a Michael, a la se
dijo, y la puso s
spreocupación, percibiendo la tensión de sus músculos, y sonrió a Elizabeth Velutini, cuya cara había adquirido una mueca agria-.
orcita como para cometer los errores que quiera. Recuerde mis palabras: cualquier mujer que se arrime a Michae
er una salida triunfal si las supuestas víctimas no se lo tomaban en serio. Clare quería asegurar
. Estaba pensando en llevarme el bañador al picnic. Ah, y será mejor que compremos unas patatas
salió trabajosamente del coche para ayudar a Elizabeth Velutini a montarse en el asiento del
. La operación de rescate se ha acabado -se apoyó en el capó y se dio un
on la mano y miró el C
e las ganas que tuvier
ja arpía. He perdido la práctica. Pero creo que todavía podría vérmel
ue Juan es
lla le dice. -Michael pareció perder interés en aquella pareja-. ¿D
hondo y se a
Elizabeth Velutin
las cejas s
ien te ha estado
el de la gasolin
n. Me casé con la hija de Elizabeth Velutini
nsistió
ichael volv
e su
ía está
N
livio sacudiendo la
puestas de ti, tendría que esperar ha
rió le
n las respuestas
es de irme a la cama conti
u semblante se animó c
la posibilidad de i
S
ro una alegría exultante b
c, yo te daré unas cuantas resp
e dio la vuelta y se d
as de deporte -dijo Michael tras ella, alzando la