Mientras te recuerde
taba viviendo. Era tres de junio de 1963 y acababa de finalizar su quinto aniversario de matrimonio. No hubo una cena romántica en algún restaurante de categoría, tampoco regalos costosos
pas más ostentosas ni caprichos. Su padre siempre le dijo que se arrepentiría, que no le daría la bendición a ese matrimonio y que ella debía aspirar a algo m
ernas entreabiertas y negarle el placer de tenerlo enterrado en ella. Lo escuchó reír ante su reacción y gruñir junto a su oído a la vez q
de él, mientras buscaba un segundo más de la deliciosa fricción. Ana rogó por llegar a la cúsp
ededor de su cuello, y lo atraía hacía ella en un intento por evitar cualquier distancia entre sus cuerpos, aplastando los inhiestos pechos sobre la fina mata de vello que decorab
las uñas sobre sus hombros y sintió el cuerpo laxo tras sentirme bien amada. No pasó mucho tiempo hasta q
las piernas lucharan por querer acomodarse en otra posición, aunque el peso de su cuerpo la aplastara y respirara con dificultad. No había nada comparable a acariciar el cabello humedecido del hombre que amaba, e intentar
e daban a su mirada un aire depredador. «Los ojos de un lobo». No se avergonzaba al pensar,
Él era su contrario, poseía una fuerza vital tan extrema que la hacía sobreponerse e intentar alcanzar su nivel. Sabía que Carlos temía dejarla embarazada y, por
ormaba en la comisura de los labios al entornar su bella sonrisa. Debía ser pecado ser tan perfecto. Se sentía la mujer más afortunada por tenerlo, por pertenecerle en cuerpo y alma. Sin embargo, a veces, cuando comenzaba a sentirse indispuesta y lo veía dejar todo p
nzaran a resbalar por las mejillas. Apretó los labios e intentó evitar que los sollozos escaparan. No quería verse como una niña incapaz de hacerle frente a la vida. Era tan egoísta por r
paso. Lo llevaba a cabo sin dejar de mirarla, con una expresión tan cándida y amorosa que le hacía romperse en mil pedazos. No lo merecía. Aquel gesto se había convertido en un ritual. Cada noche sin importar la hora, el cansancio o si habían tenido alguna trifurca; al traspasar el umbral de
aba a la vez que inten
una sonrisa burlona, que la hacía olv
sentir así? -El sonido de su voz era varonil, ronco y, a pesar de sabe
jetaba las manos contra su rostro y ladeaba
vida, porque solo necesito mirarte a l
der mirarlo. Sabía que su esposo esperaría que con
a cama solía temblar con el movimien
alla, mi corazón me gritará la verdad. -Enredaba el dedo índice en uno de sus mechones,
? -murmuraba casi sin desp
un grave problema.
e momento, la tibia caricia en su mejilla y
a callada durante varios minutos y relajaba su respiración hasta sentir el suave vibrar de los latidos de
de mis vidas y, si la reencarnación no existe, mi espíritu vagará por el aire hasta en
spiro. Le había hecho las mismas preguntas desde la primera noche
l rostro y lo miraba con gesto s
, deja que este hombre mantenga un poco de dignid
que la transportaba como si se desplazara en un tornado que la abr
da de otros muebles, de otras sábanas y de un ambiente muy distinto. La Ana de sus sueños, la mujer débil y enfermiza había desaparecido. Por más que la sintiera parte de ella, su nombre e