Lázaro
ero el aspecto de la fachada, se alzaba una casa con honores de palacio, a cuyos umbrales dormitaban continuamente media docena de criado
tiones de un confesor o al tardío arrepentimiento de un moribundo. Un radical de entonces, que luego se hizo, como es costumbre, hombre conservador y de orden, la compró por un pedazo de pan; y tras servir sucesivamente como depósito de le?
raza, y aun se teme que por falta de puntualidad en satisfacer derechos de lanzas y medias anat
cimiento envuelto entre dudas y perplejidades de erudito. Dicho sea de paso, ninguno se ha propuesto poner en claro cuál fue la cuna de tan ilustres varones; pero si tal hubiese sucedido, nada habría sacado en limpio, pues, llega
de un enorme pe?ón, así llamado, que sobre la cabeza de los moros dejó caer un Tumbaga desde las fragosidades en que D. Pelayo rechazó a los hijos del áfrica. Ello es que en la época de los g
e sublevó contra su padre, por creerle chiflado y a manera de espiritista, fuese un Tumbaga quien le alentó en la criminal rebelión. Son, en cambio, innumerables, y se convencerá de ello el que pueda, los beneficios, haza?as, hechos gloriosos o
En los tiempos del prudente y piadosísimo Felipe II, no hubo auto de fe que achicharrara maldecidos y perniciosos herejes a que no asistiera cerca del monarca un Tumbaga. Y mientras Felipe III ocupó el trono, para mayor gloria de nuestro nombre y terror de nuestros enemigos, otro Tumbaga ilustró su apellido sirviendo los amorosos caprichos de Uceda, que era entonces como servir al Rey
aseo en los estanques de los Sitios Reales. Todos dejaron escrito en la historia de su casa algún rasgo notable de tan azarosa, pero gloriosa vida. Ni Carlos III hubiese podido ajustar el patriótico Pacto de familia, ni las fiestas reales de tiempo de Carlos IV hubieran tenido tanto lustre, a no mediar en las negociaciones y toreos
a, sino la graciosa broma de un Tumbaga que en cierto baile de trajes se presentó vestido de berberisco con dos amigos. Un gallo, desplegadas las alas y apoyado en sola una pata, recuerda que quien primero puso en su casa veleta de esta clase fue un Tumbaga;
po. Los olivos de áspero y dislocado tronco, los naranjos sobre cuyo verde oscuro resaltan las encendidas notas de sus frutos, y las robustas encinas que asientan como garras gigantescas sus raíces desnudas en la seca tierra, pueblan las vertientes de los cerros coronados de calvos y cenicientos pe?ascos. A largas distancias, como escon
sados cuando se cubría ante el Rey, y a quien más que el olivar o las tierras de pan llevar que constituyen su hacienda, envidian las mozas el hij
las le miraban con buenos ojos, era por la esperanza de ser algún día due?as de las riquezas de su padre, y alguien a?adía que la brillante perspectiva de ser sobrina de Su Ilu
ando otro al frente de las tierras a que habían quedado reducidos los antiguos estados de la nobilísima familia. De este modo, si la fortuna ayudaba al primero, podría luego proteger al segundo; y, en caso contrario, éste tendría siempre refugio que ofrecer al que intentaba restaurar el brillo de su casa y el renombre de su estirpe. Hiciéronlo así, y a?os después de la separación supo Diego que Antolín cantaba en una iglesia de Sevilla su primera misa. La
nunca olvid
valgo pongo a tu servicio; mas como no se trata de vanos ofrecimientos, sino de firmes y leales propósitos, bueno será que empecemos luego a disponer lo que mejores frutos pueda dar en el porvenir. Por tus pocas y tardías, pero extensas cartas, he venido haciéndome cargo de que tu hijo Lázaro es listo como él solo. Tratemos, pues, de sacarle de entre esas bre?as, démosle educación conveniente, instruyéndole en
TOL
s labios de emoción, todo fue uno. Restregose los párpados con el curtido revés de l
os días te v
o terrible de aquella soledad; no consideró que para custodiar las trojes, vigilar a los segadores y cuidar de la aceituna, le faltaría en lo sucesivo su activo celo. Atendió solamente al porvenir de Lázaro, y de grado o por fuerza, hízole montar en una mula,
la conversación! ?Qué monótonas habían de parecerle las noches de verano! ?Qué callado el silencio cuando no se oyera resonar junto al fres
mientos del interés que los del cari?o egoísta, vio que sería torpeza de
a la capital de la provincia, prometiendo a su
ía de arrieros, durmiendo ma?ana sobre los arcones de la paja en las venta
cuadros religiosos, de dudoso dibujo, ocupaban el testero principal, y bajo ellos, rodeado de taburetes cojos, había un sofá raído y destrozado por el roce continuo con pedigüe?os impacientes o canónigos de gran peso. Sobre una mesa de ébano, con se?ales de haber tenido en otro tiempo incrustaciones, había un crucifijo de marfil rajado y amarillento, con sus gotas de sangre abermellonada y sus clavos de plata. Un San Cristóbal gigantesco, mal trazado y de peor color que dibujo, guardaba la puerta de entrada, en cuyo dintel dormitaba con la mayor vigilancia un familiar dispuesto a troncharse el espi
del labriego. Pasó un cuarto de hora abstraído el chico en sus cavilaciones, dormitando el guardián, y raspando bor
otana morada, ya deslucida por el uso. Llevaba en el pecho una cruz y en el dedo un anillo de gruesas amatistas. Le seguían, como d
que pretende hacerse simpático quien sabe que no lo es, y echándole el brazo derecho sobre los
alo, y allí, arrellanado el tío en un sillón de cuero, sentado apenas el chico en el borde de una si
Dios gracias, me encuentro, ha de servirnos de mucho, y si te aplicas, creo que podremos salir adelante. Listo eres, según me dicen; sé además trabajador, y el resto lo obtendrás con exceso. Aquí te quedas preparándote para entrar en el Seminario. Nada ha de faltar