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Lázaro

Chapter 2 No.2

Word Count: 5126    |    Released on: 06/12/2017

con el reverendo prelado. Diéronle un cuarto que, aunque no bueno, era de lo mejor que había en el edificio; tenía unas cuatro varas en c

como espectros atezados, los familiares de su tío; obligado a cambiar de género de vida, rodeado siempre de rostros en que parecía delito la sonrisa, sin nadie a quien poder trasmitir las primeras impresiones que, como bandada de pájaros no avezados al vuelo, se alzaban en su alma, fue poco a poco haciéndose reservado y triste; sintió anublado su espíritu por las sombras que la soledad engendra, y sólo halló para sus cavilaciones puerto de refugio en la esperanza del porvenir. Aquellos libros que le obligaban a estudiar, y aquellos hombres que había de tratar por fuerza, le pintaban el mundo como una sola jornada de la vida humana, como una prueba para el temple del alma; la tierra como valle de lágrimas, en que son mentira los aromas del campo y las alegrías del corazón.-Aquí abajo-le dijeron-todo es falso, im

l día tras la oscuridad de la noche, nacían el horror a lo terrenal y humano, brotando la conmiseración y la piedad hacia los que sufren y p

de la duda, y bajo sus pies un erial rebelde al trabajo, manchado y envilecido por el primer pecado. Pero entre Dios y el hombre, como eslabón que une el bien al mal teniéndolos distantes, la religión, manto de la deidad suprema en cuyos pliegues se cobija la humanidad, al modo que entre las anchas ramas de la encina se guarecen los gusanillos de la selva. Y, por fin, como última consecuencia de este si

a Lázaro, y así

cerdote, el soldado de las grandes peleas, el profeta que anuncia la aurora del porvenir, el eterno apóstol que,

adora, fue Lázaro trasformándose por el estudio, abriendo cada día con mayor avidez los ojos a la luz de la fe, sintiendo pen

osas muy despacio, embebecida su inteligencia en las novedades que a su entendimiento se ofrecían. La transición de las costumbres

. Preceptos más sanos que aire de monte quedaban sin cumplimiento, o se obedecían por pura fórmula a veces y otras había

e del Estado cobraba, las ricas vestiduras de que estaban atestados sus cajones, y los vaso y alhajas de metales preciosos, las gentes se?alaban en los al

uyo, que no eran siempre la humildad y la mansedumbre los móviles de los amigos íntimos del obispo, y que algunas

on frecuencia, las gentes que cruzaban las antesalas y corredores del palacio no parecían salir completamente satisfechas de la entrevista con el Prelado: y era lo extra?o que si nunca se retiraban descontentos la dama encopetada o el canónigo influyente, solía verse descorazonado y abatido al pobre párroco de aldea o al cura de misa y olla cuyos grasientos y raídos manteos pregonaban descaradamente la miseria. Jamás notó

y ayudaba en algo a su anciano tío. No tenía otra cosa que hacer hasta

la culinaria se refiere, era el obispo ardiente partidario del progreso. Tratábase a cuerpo de rey constitucional; los mejores caldos de la cosecha, los más preciados sólidos del mercado iban a sus despensas, ya por encargo propio o por atención ajena; el pavo mejor cebado y el gazapillo más tierno eran para él; las frutas que se le presentaban parecían regalos para las aras de la antigua Ceres, y era raro el día en que la piadosa mano de alguna devota no preparase para Su Ilust

e empezaba un paso más allá de aquellos respetados muros! Cierto que de puertas adentro todo era reposo y santidad; pero ?cuántos horrores y amarguras le esperaban al poner la planta en esa sociedad donde cada día es un combate y cada hora una herida! Hacía el pobre chico proy

su libro de horas bajo el brazo, se le veía cruzar los anchos corredores o sentarse bajo las umbrías del huerto, parecía que dentro de su alma bullían y a sus miradas se asomaban vagos temores por su vida futura y dudas sobre la suerte que le estaba reservada. La santa casa que habitaba era, a su parecer, un puerto de refugio contra el oleaje infernal de la malicia humana. Por todo aquello que sus libros devotos le aconsejaban huir, venía en conocimiento

an digno ni respetable para la humanidad como la voz de esos hombres que con la imagen de Cristo en una mano y se?alando con la otra al cielo, dicen al desgraciado: ?Cree y espera.? Su poética melancolía era el presentimiento de los dolores de la lucha. Parecía que su alma adivinaba las heridas que habría de sufrir más tarde, y sólo en la fe, ingénita en su espíritu, fomentada luego por cuanto le rodeaba, era donde el pobre Lázaro podía hallar reposo a la misteriosa agitación de sus ideas. Nacido en una aldea donde la hermosa y virginal Naturaleza le decía continuamente:-?Admira,?-sin escuchar más voz que la

cirse que atravesó Lázaro mie

os repletos de doradas gavillas; el estío con las llanuras serpeadas por surcos que parecían encender el aire en la irradiación de sus terru?os abrasados; el oto?o con sus frutas mal sujetas a la cargada rama, convidando al paladar a refrescarse con su azucarado jugo; las tardes con sus vientecillos impregnados de perfumes, y las calladas noches envueltas en misterios, poblaban su pensamiento de ensue?os ind

adenar el dolor a la esperanza de la dicha.? A pesar de no considerar completos los ejemplos que se le ofrecían, todo lo que aprendía, sus vigilias y desvelos, cuanto intelectualmente se asimilaba, venía a compendiarse en una palabra de amor divino,

del mal. Sólo las cruces puestas en lo alto de las torres eran signos de redención o amparo. Si su memoria, protestando de aquel falso sistema del mundo, le recordaba que no todo era malo en la tierra, que él había visto a su padre dar trigo a los labriegos pobres o

traspasar, y como si el pensamiento del hombre fuese ave cuyo Vuelo depende de voluntad ajena, le impusieron la idea, el dogma y el sentido de cuanto debía creer y proclamar. En su cerebro había de dar cabida, le repugnase o no, a lo que otros concibieron; su esfuerzo tenía que hacerse mantenedor de proposiciones que apenas le era dado examinar; debía admitir la verdad sin examinarla, creerla sin que le fuese demostrada. ?Node sólo pan vive el hombre, sino tambi

a interminable procesión de ideas, teorías y concepciones que se le daban como infalibles certezas. Fue viendo que el hombre, envilecido desde su nacimiento por una culpa ajena, no puede redimirse de ella; supo que el alma, capa

montes, tesoros escondidos para que el trabajo los descubra y el sudor los fecunde; y hasta la mujer, arcilla divinamente modelada con los rasgos de la amante y la madre, es suya también, carne de su carne, hueso de su hueso. Pero con todo, y a pesar de ello, le afirmaron que él ideal de la vida no es la existencia en el seno de la Natur

ra?o de la fe. Así llegó a cumplir los veinticinco a?os. Su inteligencia, como vaso forjado según las concepciones de los que dirigieron su educación, fue molde en que se vaciaron ideales ajenos. Cuanto en sí encierran las tendencias de los pasados siglos

minario, el obispo le llamó a su de

iempo. Si con nosotros te quedaras; no pasarías de pobre cura de pueblo; tal vez llegases algún día a predicar en nuestra catedral; pero nada más. Yéndote a la corte, como deseo, tus méritos darán a tu carrera continuación tan lisonjera como halagüe?os han sido los comienzos. Poco me agrada

chos la representan de tal suerte, que toman en serio su papel, y ni aun la muerte da fin a la farsa, pues otros fingen que les han creído, y la lisonja llega hasta el epitafio, manchando hasta los mármoles. Desconfía de cuanto te rodee y mantente en guardia casi más que contra las maldades ajenas, contra tus propias debilidades. Dios ha puesto en ti fe y razón; aquélla, como faro eterno a que caminas y te alumbra; ésta, como apoyo y sostén para cuando dudes; mas ten cuenta que si tu fe vacila, antes te será causa de desdicha que de consuelo y esperanza. Lee los libros que te en las manos sin cuidarte de profundizar en sus páginas más de lo que ellas te descubran; que el libro, como el vi

oluntad. A todo has de sobreponerte, temiendo más la propia indulgencia: que la ajena censura. Sé hasta rencoroso contigo por tus culpas, débil hasta la exageración con las del prójimo; que el hombre debe ser tan avaro de virtudes como pródigo de perdones. Si la persecución te maltrata o la ironía te hostiga, recibe a la primera con mansedumbre y a la segunda con piedad; pues si la maldad debe hallarnos pacientes, el sarcasmo ha de inspirarnos lástima. Merézcate siempre más conmiseración quien se burle de lo bueno que quien practique lo malo. Por las funciones de nuestro ministerio habrás de hablar al oído de la esposa, y en el tuyo depositará la virgen sus secretos: di a aquélla que lo sacrifique todo a la paz de la casa, y a ésta que todo lo pos

Algalia, se?ores tan poderosos como buenos. De tus deberes para con ellos nada te digo, que la humildad de sacerdote no ha de echar en olvido la dignidad de hombre, y tengo por cierto que antes de poco no sabrán qué mirar con más cari?o: si su ve

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ible contradicción existente entre los discretos consejos que acababa de escuchar y, la vida no muy austera de su tí

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