Lázaro
no se había desdorado aún por completo con el roce de las costumbres modernas; sus estados no eran todavía presa de ninguna ju
de son susceptibles de engendrar el refinamiento del gusto y la
ón indicaba por doquiera el destino de las habitaciones: el gran salón de recepciones estaba decorado con el fastuoso gusto del monarca de Versalles; el comedor de ceremonia cubierto de tapices flamencos; el de familia, con grandes bodegones firmados por manos maestras; el despacho del duque, todo de ébano incrustado de bronce; los aposentos de la hija, tapizados de alegres y sencillas pero valiosas telas; y los de la duquesa exornados con tal gusto y riqueza, que ni el gabinete de raso negro con fleco
uidos, como de gata friolera, y actitudes sobriamente voluptuosas, como de estatua griega; el traje más modesto realzaba mejor su hermosura, y con un vestido completamente negro, un grueso ramo de amarillentas rosas en el entreabierto escote, sencillamente recogido el pelo, libres de pendientes las diminutas o
ocan. Lo que mejor caracterizaba al duque era el ardiente deseo de ver satisfecha una aspiración constante de su vida, una exigencia de su imaginación que participaba de la seriedad de la ambición y la ridiculez del capricho: ser senador. La senaduría era a sus ojos el complemento de su nobleza; sería una ocupación, un pretexto para darse importancia, una satisfacción de su vanidad. Y si además de ser senador pudiera serlo de por vida... ?Senador vitalicio! So?aba con sentarse por derecho propio en los esca?os rojo
l magín raíces de ideas viejas; pero, a pesar de todo, podía c
, como jugueteando con los párpados, gozándose en dar alternativamente luz y sombra a los que la rodeaban. En sus relaciones con el gran mundo, tenía ese tacto supremo que sabe mortificar sin ofender, que consiste en admirar a las gentes virtuosas sin comprometerse a imitarlas ni indisponerse jamás con los que pecan. Vivía entre el beau monde, formaba parte integrante de la high life; el pueblo la atacaba los nervios; huía de la multitud por miedo al mal
lletes de libre circulación; defendía las instituciones; hablaba del turno pacífico, y se llamaba conservador. No admitiría nunca que un artista pudiese ser su igual; pero él, por benevolencia, protegía las artes cuando no le
edero escrofuloso de respetabilísima alcurnia. Tales ideas hicieron, sin duda, que ella no se enojase cuando empezó a mirarla amorosamente cierto individuo, que por aquellos días atrajo a sí los elogios del país entero: un joven que en una reunión política había, con un discurso de extrema izquierda, conmovido la opinión y entu
rte pocas semanas antes. Adivinole por los hábitos al bajar de un wagón, y acercándose a él, previos saludos y frases que puede figurarse quien desee más detalles, le llevó al palacio en un simón, y presentole a los se?ores. Recibido por éstos como exigía la hidalguía en tan grandes p
sacerdote, preguntó la muje
íamos de estar más tiempo sin capellán, y
a cocina o un caballo nuevo en las cuadras, un simple artículo de lujo. Debía decir la misa los días que la duquesa
curiosidad por conocer el nuevo centro en que vivía, y fáciles los medios de satisfacerla
a observación y cada observación un juicio que, chocando frecuentemente con sus propias ideas, las destruía o alteraba. Creyente sincero y de
teresada, venía a nueva existencia, trayendo para examinarla, aunque con el espíritu de otros siglos, la más recta imparcialidad. Tranquilo, puesto el ánimo en Dios y la esperanza en el deseo
mándose por instantes, sintió Lázaro ir llegando a su alma vagos presentimientos de
fieras que se pasean en torno de su presa? ?Era que empezaba a aspirar el hedor de los pantanosos lodazales de la
tro de sí una llama que no podía brillar en aquel nuevo ambiente. Sus estudios fueron ancha
ón, cada hora el agrio frut
entra?as de la piedra y sentir la secreta atracción de la cohesión y la fuerza, o escuchar el latido de la planta en que la evolución tiende a la vida. Cuando su inteligencia quería bucear en lo hondo de su pensamiento, le veía poblado de formas extra?as que le hostigaban con las maldecid