Lázaro
tener con el hombre puesto en moda por la opinión y la prensa. La duquesa le agasajó con esas distinciones que guarda la mujer bonita para quien
parecer hipócrita, y comparándole involuntariamente con los demás que la cortejaban, resultó de aquel paralelo que la muchacha llegó a preferirle cuando ya en su
ar la aspiración indeterminada de un ideal en que se daban juntas y cumplidas las buenas cualidades del cura y las promesas de futura dicha, ya evocadas en el corazón de la mujer. Para realizarlas estaba Lázaro incapacitado. Ni por un momento cupo en Josefina la idea de que coexistieran en él las dos personalidades de hombre y sacerdote; pero cuanto se desprendía de su trato vino a formar algo como la fórmula de la ventura so?ada, la profecía desinteresada de bienes que él no podría otorgar, pero que en él estaban visibles a los sentidos, aunque negados para siempre a la posesión o al goce. él fue el primero en guiar a la virgen por los misteriosos senderos que llevan de la pureza a la ignorancia y de la ignorancia a la curiosidad, haciéndola salvar con la imaginación el límite marc
a amistad de aquel hombre nacido apenas a la vida pública, y objeto ya de tantas conversaciones. Su propio valer y la suerte de su partido, la fortuna o la casualidad, podían alzarle a una posición en que su influjo fuese halago para la vanidad, o mina para la codicia. Y el duque era de los que, llevando previsoramente muy lejos sus ideas, echan cuentas
s del círculo que frecuentaba; sus galanterías imposición trazada por la teatral urbanidad de los salones. Tal vez a solas se entretuvieron en discreteos peligrosos, pero nadie llegó a pensar mal; ni la expresión de lo que él decía daba lugar a sospecha, ni la manera de escucharle ella significaba disimulada alegría. Tal vez en medio de una fiesta, muellemente sentada la duquesa, vuelto hacia atrás el rostro, recatándose entre el plumaje de su abanico y apoyado él en el respaldo del sillón que ella ocupaba, se encontrasen una sonrisa y una frase, como se encuentran el delito y su precio; pero el descuido
ran enteramente desinteresadas sus intenciones. Cuando se le veía hablando; embelesado con Josefina, los ojos recreándose en la contemplación de su belleza, mudo y como absorto unas veces, animado otras hasta la locuacidad, comprendíase el por qué de tales dulzuras y complacencias para con la madre de aquel tesoro de d
con agrado las frases triviales, mejor o peor dichas, pero siempre falsas, con que el hombre pretende atraerse sonrisas y provocar miradas que pueda pregonar como favores. Cuando puesta en contacto con Félix Aldea apreció su valer y notó su inclinación por ella, se fijó primero, pensó después, vaciló luego, y finalmente llegó a decirse que aquel hombre joven y juicioso, hermoso y varonil, obsequioso sin afectación, galante sin lisonja, era quien mejor merecía, si no su amor, al menos aquella simpatía que la mujer dispensa como prólogo de más dulces concesiones. Tal vez creía verle demasiado engolfado en sus aficiones políticas; no se ocultaba a sus ojos que absorbido por la vida pública, la tranquila dicha del hogar sería en su existencia lo secundario; pero también apreciaba claramente la diferencia inmensa entre u
n obtenerlas; ella, sin acertar a desearlas, las temía, pues si las conversaciones con Aldea pudieron servirla como medida de su valer, no conocía bastante su carácter para fiarse de él. Su trato le parecía cada vez más ameno, mayor su ingenio; pero no dejaba de observar que en todas sus conversaciones se quedab
era a las gentes de lo que uno calla. No se recataba para decir a quien quisiera oírselo que con ella sería feliz; a nadie llegó a permanecer oculta aquella inclinación. La familia de Josefina se enteró de todo ant
y a pesar de la atracción de que se sentía poseída, procura
ilidad en arma poderosa. Aunque obcecada con dificultades y dudas, a fuerza de pensar en su situación respecto de aquel hombre, creyó ver determinado y fijo el rasgo que caracterizaba su extra?a situación. Cuando Aldea la tenía en público cerca de sí, hacía marcados, aunque discretos, esfuerzos porque le vieran enamorado de ella; pero cuando aparte y junt