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Los argonautas

Chapter 2 No.2

Word Count: 10499    |    Released on: 06/12/2017

do sobre la pared temblonas y cristalinas ondulaciones, reflejo de las aguas invisibles. El buque avanzaba lentamente, y al fin quedó inmóvil, mientras arriba

buque. Y como conocía la isla, por haber bajado a ella en anteriores navegaciones, volvió a acostarse para gozar despierto del regodeo de la pereza, mientras en los camarotes i

aire cargado de efluvios de vegetación caliente. Los pájaros cantaban en sus jaulas con repentina confianza al sentirlas inmóviles. Las plantas del invernáculo parecían expandirse moviendo acompasadamente sus manos verdes, como si saludasen a las hermanas de la orilla próxima. Fl

iempo que zumbaba en sus oídos el griterío de una muchedumbre. Le pareció estar en una feria de las que se celebran semanalmente al aire libre

con aves y ramajes de oro; leves pijamas que parecían confeccionados con papel de fumar; almohadones multicolores como mosaicos; velos blancos o negros recamados de plata que traían a la memoria las viudas trágicas de la India subiendo al son de una marcha fúnebre a la hoguera conyug

chas de tabaco en las córneas. Tenían el aspecto de perros de presa chatos y bigotudos; pero buenos perros, humildes, que agar

izaban las mercancías, estableciendo a continuación un nuevo puesto. Las frutas de la isla esparcían en el paseo su perfume tropical: la banana impregnaba el ambiente con la esencia de su pulpa de miel. Algunos vendedores iban de un lado a otro ofreciendo hamacas de hilo o grandes sillones de junco trenzado, enormes y majestuosos

, extendían las fortificaciones espa?olas sus viejos baluartes, rematados los ángulos por garitas salientes de piedra. La ciudad era de color rosa, v sobre ella se erguían los campanario

y hormigueo de embarcaciones menores; veleros de carena verde, que parecían muertos, sin un hombre en la cubierta, tendiendo en el espacio los brazos esqueléticos de sus arboladuras; rugidos de sirenas anunciaban una partida próxima y otros rugidos avisaban desde el fondo del horizonte la inmediata llegada; banderas belgas que en lo alto de un mástil iban a las desembocaduras del Congo; proas inglesas que venían del Cabo o torcían el rumbo hacia las

rganismos humeantes, que llegaban y partían sin conocerla; festoneada en su costa por una áspera flota de chumberas y pitas; guardando tras las volcánicas monta?as de su litoral el secreto de sus ocultos valles tropicales; escalando el cielo con una sucesi

de choques de proas, enredos de palas y continuos llamamientos a las filas de cabezas curiosas que orlaban los diversos pi

agitados como polichinelas por las ondulaciones de la bahía, regateaban sus telas exóticas con la muchedumbre de tercera clase amontonada en las bordas a proa y a popa. De otras barcas cargadas con pirámides de frutas partían al vuelo en ruda trayectoria na

ballero!? Era un griterío que emergía incesantemente a ras del agua; una continua apelación al ?caballero? para que pusiese a prueba la agilidad natatoria de la pillería del puerto. Y cuando la pieza blanca caía en el abismo, el nadador iba a su alcance con la cabeza baja y las manos juntas en forma de proa, dejando la piragua balanceante detrás de sus pies con el impulso del salto. El cuerpo bronceado tomaba una claridad d

?os buzos, sintió de pronto que le tocaban en un homb

ha querido baj

ras. Hasta un se?or alemán que todos llamaban ?doktor?, sin saber ciertamente el porqué del título le había preguntado, al enterarse de que Tenerife era isla espa?ola, si tendría tiempo para presenciar una corrida de toros. Y Maltrana reía pensando en la posibilidad de una corrida imaginaria a las siete de la ma?ana, organizada a toda prisa para dar

y... ?demonios coronados!, pues aquí vienen gentes de todos los países. Pero soy lo que llaman un pobre de levita, y algu

ver la ciudad y sus vecinos?... Bastantes espa?oles llevaba conocidos en Espa?a y sobradas veces había tenido

a?adió, mir

?Anda con Dios, hijo, y no vuelvas por aquí si no traes dinero. Antes que te parta un rayo?. Y al americano que viene, lo saluda con amabilidad de portera: ?Bien venido sea usted a la casa de su abuelita si trae plata que gastar...?. No me interesa esta tierra, qu

an cerca de Europa. Todavía era invierno; pero muchos, ilusionados por la marcha hacia el Sur, habían creído oportuno, al tocar en Tenerife, subir a cubierta con trajes de verano, gorras blancas o sombreros de p

sentimos el mismo prejuicio de los sabios del tiempo de Colón, que afirmaban que sólo podía encontrarse oro allí donde hubiese negr

s que exhibían nuevas mercaderías. Ojeda se sintió molestado por esta confusión de gritos y empellones. ??Si nos fuésemos arriba?...? Y por una

specto de un paseo conventual, parpadeaban por exceso de luz en esta cubierta de arriba, donde vastos espacios quedaban a cielo libre

ioso por las novedades de la navegación, había ido de un lado a otro, desde el puente del capitán a los profundos sollados, iniciando conve

dero hotel. A no ser porque el piso se mueve de vez en cuando, creería uno vivir en un balneario de moda. Hay que levantarse del asiento dar un paseo y asomarse a la barandilla para convencerse de que se está en el mar. Aquí, no: aquí s

ierta, por la que había paseado en los días anteriores, cuando el mar era de

que producen el vapor. ?Eh?, ?qué le parece la imagen? Se la brindo para unos versos... Y con ser tan robusta la chimenea, mire cómo está aprisionada y sostenida por varios tirantes, para que no la tumbe el viento. Vea usted esos cuatro ventiladores que la rodean co

remontaba su mirada hasta lo alt

Parecen estufas opacas como las de los invernáculos... Esta cubierta tiene sus habitantes; es un pueblo aparte, el barrio alto, la Acrópolis donde viven los Arcontes que dirigen nuestra república movible. Mire usted a proa esa manzana de camarotes, con paredes blancas y zócalos grises. Allí están las viviendas del soberano comandante y sus ministros los oficiales. En torno de ellos, los camarotes de la gente rica, la aristocracia, que busca siempre la sombra de la autoridad. Sobre el techo, un peque?o paseo, la última toldilla del buque; en la parte delantera, el puente, algo así

popa, más allá de la chimenea y

rrugas ante las puertas de los castillos. Es nuestra Dirección General de Higiene: los lavaderos, el taller de planchado y el gimnasio, con un sinnúmero de apa

ndas... El planchado aún es más interesante. Imagínese tres mozas rubias y metidas en carnes, la falda corta, y sobre ella una blusa larga rayada que deja al descubierto unos brazos de blancura germánica y una pechuga a lo Rubens. Ayer pasé con ellas la tarde, viendo cómo sudaban las pobrecitas dándole a las planchas eléctricas y cómo reían al oírme hablar

la cubierta, donde estaban pendientes de

tre esas cu?as que hay en el suelo; pero durante la navegación van suspendidas afuera, prontas a ser echadas al agua en caso de peligro... ?Y ese bosque de trombones amarillos con boca roja que surge por todos lados, como gargantas de dragón? Son tentáculos que el vientre del buque echa en el espacio para cazar oxígeno, trompas de acero

ase su pensamiento para apreciar me

Grandes salones, un café igual a los de las ciudades, comedores en los que caben cientos de personas, largos y complicados pasillos, lo mismo que en los hoteles, dormitorios de alta numeración, almacenes, músicas, y la gente formando clases separadas, estableciendo divisiones sociales, lo mismo que si estuviéramos en tierra. ?Qué enorme!, ?todo qué enorme!... Y esto mirando solamente los barrios privilegiados, el castillo central del buque, con sus recov

que necesitan los pueblos jóvenes para el desarrollo de su adelanto vertiginoso. Y esta grandeza de hotel monstruo, de caravanserrallo, de pueblo flotante, infundía a todos los pasajeros un sentimiento de seguridad, como si estuviesen en tierra firme. ?Quién podría destruir los gruesos muros de acero, las ventanas sólidas, los muebles pesados, las maquinarias de arrolladores latidos? Nada importaba que el suelo se moviese; esto no podía disminuir su confianza: era un incidente nada más. Vivían de espaldas al Océano y sólo tenían ojos para l

sorbe... Y para evitarnos esta mala impresión, cesamos de mirar el Océano y nos metemos buque adentro a oír música en los salones, a tomar cerveza en el café, a escuchar chismorreos de los que parece que depende la suerte del mundo. ?Qué animal tan inte

es proporciones del buque, pare

s y papeles para que su nombre quede con unas cuantas líneas en el libraco que llaman Historia... Y la tal tierra es en el mar del espacio menos, mucho menos que el Goethe en medio del Océano; menos que un grano de carbón perdido en las tres mil toneladas de hulla que pasan por sus carboneras. Más allá del forro de la atmósfera nos ignoran, no existimos. Y planetas cien veces, mil vec

antes, como si reflexi

grandes navegantes de su tiempo, que avanzaron con los ojos en la brújula, podían reírse a su vez de los nautas fenicios, griegos y cartagineses, que no osaban perder de vista las monta?as. Y éstos, a su vez, debieron mirar con lástima a los hombres desnudos y negros que en las costas africanas salían al encuentro de sus trirremes sobre canoas de cueros o de cortezas. Y el primero que a fuerza de hacha y de fuego vació el tronco de un árbol y se echó al agua en él, fue un semidiós para los infelices que habían de pas

rante de su amigo. Las novedades de aquella vida

días lo ha corrido por completo, y no hay rinc

no conociese. Luchaba en algunos con la falta de medios de expresión; ciertas mujeres sólo hablaban alemán, pero en fuerza de sonrisas y manoteos, él acabaría por hacerse comprender. De los q

el buque a proa y a popa, y en medio se halla el departamento de máquinas. La luz eléctrica se encarga de iluminar este mundo, que puede llamarse submarino, pues se halla más abajo de la línea de flotación: los ventiladores que remontan sus bocas hasta aquí son sus pulmones... Luego viene lo que llaman cubierta principal, con los dormitorios de la gente de tercera: a proa unos cuatrocientos, a popa muchos más; y entre ellos los almacenes de ropa del servicio del buqu

o para a?adir con e

pero no en papelotes, sino en oro acu?ado y reluciente, en libras esterlinas y monedas de veinte marcos. Los embarcaron en dos remesas en Hamburgo y Southampton: es dinero que los Bancos de Europa envían a los de la Argentina para hacer préstamos a los agricultores, ahora que se preparan a recoger las cosechas. Y en

hombros, como para indicar l

cantaban el pirata! Sublevábamos usted y yo a la gente de tercera, echábamos al mar al capital y a todos los tripulantes, desembarcábamos en una isla a los pasajeros serios, destapábamos los miles de botellas y toneles que hay en los almacenes,

ndo riendo-. Es todo un prog

a descripción... Sobre la cubierta principal está la que llaman cubierta superior. En la proa y la popa alojamientos de marineros, hospitales, almacenes de útiles de navegación, cocinas para los emigrantes, y entre ambos extremos, camarotes y más camarotes p

, como si le ocurries

itones y ondinas; pero la popa continuó siendo el lugar de honor, el aposento de los privilegiados. Y tal es la fuerza de la rutina, que, hasta hace pocos a?os, en los buques de vapor el sitio de preferencia era la popa, sobre la hélice que lo hace temblar todo y donde es más violento el balanceo. Sólo ayer, como quien dice, se han enterado de que en una nave en movimiento el punto medio es el que menos oscila, y los antiguos castillos de proa y de popa se han corrido uno hacia otro, juntándose en el centro, que es para el pasajero el lugar de mayor estabilidad. Ahora los buques parecen monta?as vistos desde lejos; antes eran monstruos de dos cabez

e hombros, como indicando que

la cocina. Espectáculo interesante ver cómo sacan el pan de los hornos: ?un perfume suculento! Una noche vendrá usted conmigo... Sobre esta cubierta está la que llaman de paseo, con el salón de música y el jardín de invierno; más allá, el comedor de los ni?os y los domésticos particulares de los pasajeros; y en la parte que mira a popa, el fumoir, o mejor para nosotros, el

encontrase nada qué contar;

e. De noche, cuando la campana del puente marca el paso de cada media hora, el vigía contesta allá arriba con otra campana y grita a través de la bocina unas palabras que, en la obscuridad, parece que vienen de las nubes. Es un bramido en alemán como los que suelta el

ero más que el buque me interesa los que van en él. Us

ros, recelosos y hura?os, respondían con gru?idos o continuaban su paseo. Las familias argentinas habían acogido al principio su desbordante familiaridad con una extra?eza altiva. ?Viajan tantos aventureros hacia su país!... Pero al notar que no era gringo, sino gallego puro, se ablandaban, mostrándose más comunicativas, como si encontrasen algo en él que

ros desde Madrid; la viuda de Moruzaga, otra argentina, con sus cinco hijas, unas ni?as modositas y simpáticas que recitan monólogos en francés, se entienden entre ellas en inglés, y a veces, por condescendencia, hablan conmigo en castellano; y con ellos otros propietarios de menos brillo, pero igualmente sólidos,

s estas hipérboles, y su

o traten mal. ?Hombre más orgulloso! Apenas me contesta cuando lo saludo; parece que tenga miedo de que le pida algo. Su mujer, más joven que él, es una especie de cocinera frescachona, en la que usted seguramente se habrá fijado. Yo creo que no se despoja ni para dormir del uniforme de su riqueza: a las siete de la ma?ana ya está en la cubierta con un collar de perlas, tama?as como huevos de gorrión, y tan escandalosamente llamativas que cualquiera, a no conocer su fortuna, las creería falsas... Y para completar la cuadrilla de los ricos, vienen tres compatriotas nuestros, dos de Buenos Aires y uno de Montevideo, antiguos tenderos que llevan cua

un buen rato para

e francés de barbas luengas, con aire de marino, que ha sido contratado para dar conferencias católicas en un teatro de Buenos Aires. Iniciativa de las se?oras argentinas residentes en París, que desean borrar el sabor de impiedad que han dejado otros oradores viajeros. Y también tenemos un conferencista de temas sociológicos, que creo es italiano. Hay para todos los gustos... Y cinco o seis cocotas francesas, que van allá por sexta vez porque han recibido buenas noticias de la cosecha, las personas más tranquilas, calladas y modositas de a bordo; y todo el reba?o de cabras rubias y locas de la compa?ía de opereta; y un sinnúmero de comisionistas de modas y joyería, machos y hembras; y unas dos docenas de comerciantes alemanes establecidos en América, cuadrados, bonachones, calmosos, pero que sacan unas u?as d

constituir en su memoria

n exigiendo que toquen: ?Miusic! ?Miusic!... Viene también sola una dama yanqui, alta, buena moza. Su marido la espera en Río Janeiro; tiene no sé qué negocios en el interior del Brasil... Y varias muchachas alemanas que van a casarse a América sin conocer a sus novios. El matrimonio, según parece, se arregla por cartas y retratos. El colono o el mecánico que llega a establecerse en los pu

Maltrana, y

ombres; muy alta, esbelta, con la falda corta, tan ce?ida, que no puede dar un paso sin que la tela moldee todo su cuerpo. Lleva el pelo cortado como una melena de paje, lo mismo que las cupletistas... Yo no he conocido hasta ahora pájaros de esta especie. Allá en Madrid la gente es de menos complicaciones... Tenemos también unos cuantos muchachos bien trajeados, de vaga naci

os que aprovechaban los últimos momentos para hacer sus adquisiciones con mayor baratura. En el viaje de regreso el Goethe no tocaba en Tenerife para hac

ierta con un simple kimono rosa que transparentaba el contorno de su cuerpo. Los brazos y parte del pecho delataban la frescura de un ba?o reciente. Se había levantado tarde y acababa de subir a toda p

jo la joven sonriendo a Maltrana, mient

ás alta, más joven que Teri, pero con un aspecto vulgar y atrevido que le fue antipático. Sólo sus ojos de pupilas de ámbar, que tomaban con la luz un reflejo de oro, le reco

siática vestidura-. Pero no tengo dinero: habrá que pedi

re el revoloteo de la tela rosa, semejante a tenue nube,

rgamento humano. Las mujeres, llevando grandes ramos de flores, corrían hacia sus camarotes o charlaban con las amigas que se habían quedado en el

Lisboa. Comentaban a coro el atraso y la pereza de aquella tierra. Todas las lecturas antiguas sobre Espa?a, todos los prejuicios y errores tradicionales reaparecían de golpe con sólo un paseo de dos horas por una isla de áfrica. El ?doktor? alemán que pedía una corrida de toros a las siete de la ma?ana,

de las calles en cuesta y de los coches. ?Ni un solo automó

al vez alguno de éstos escribirá un a

pantalones recogidos a la inglesa, esforzaba su

noser la Espa?a. Ahí no hay adelantos: ahí no hay nada. A mí déme usted la Inglaterra... Ojalá nos h

mismo tiempo que lo

o abuelos indios y media docena de negros. El blanco queda abajo. Desde la bendita independencia no han podido rascarse con tranquilidad. Todos los a?os corren a un presid

los preparativos para levar el ancla. Oficiales y contramaestres recorrían la cubierta empujando a los vendedores haciéndoles cerrar a toda prisa sus fardos, cortando bruscamente la tenacidad de los últimos regateos. D

el apoyo de la esperanza... la esperanza buena y equitativa para todos, pues a todos los que vamos en este cascarón nos asiste por igual... Yo hago este viaje por ganar dinero, por el ansia de saber qué es eso de la riqueza; y no lo hago sólo por mí. Tengo un hijo, y aunque uno se ría de ciertos burgueses que justifican sus malas a

ero, como usted... Y ?quién sabe! Tal vez por algo qu

e Heine, en la que describe cómo el caballero Tannhauser se arrancó de los brazos de Venus por sólo el gusto de conocer de nuevo del dolor humano. ??Oh Venus, mi bella dama! Los vinos exquisitos y los tiernos besos tienen ahíto mi corazón. Siento sed de sufrimientos. Hemos bro

na marcha triunfal. El techo del paseo y los gruesos cristale

do la isla. ?Nos vamos!, ?nos vamos!... Eso que toca la música es magnífico; jamás he oí

resistible deseo de mov

de modas. Esta vez era un libro su única compra. Lo había adquirido en los almacenes del Louvre, entusiasmada por su baratura y hermosa encuadernación. ?Adorable Teri! ?Siempre

as nobles y melancólicas de Prometeo no fuesen acompa?adas de música. ?Una música de Wagner, ?me entiendes?, de nuestro amado don Ricardo... O mejor de Beethoven: algo así como la Novena sinfonía?. Fernando recordaba la escena que los había hecho comulgar a los dos en el estremecimiento de la admiración. Prometeo está encadenado a la ro

a?as rasgadas por el águila, ?perro alado de Zeus?. Ella conducía los reba?os de hombres en armas; ella había aleteado ante las proas de los descubridores; ella conmovía con su paso quedo el

urbuja de oro desprendida del sol, como un harapo de luz que acabó por detenerse sobre el filo

rremolinábase atrás, en pliegues armoniosos, impelida por el viento. Era ig

rla Ojeda. Ella no piens

esperanza que con el avance

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