Altar de Lujuria

Altar de Lujuria

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En las frías tierras de Rusia, donde la fe y la sangre caminan de la mano, dos destinos se cruzan bajo el techo sagrado de un convento. Anastasia Volkova, hija de una familia noble, fue entregada a Dios contra su voluntad. Dimitri Ivanov, el mafioso más temido de Moscú, llega hasta allí gravemente herido, buscando refugio tras una traición. El encuentro entre ambos no será solo casualidad, sino el inicio de un pecado que desafiará al cielo. Entre rezos y susurros, la pureza se quebrará, y lo sagrado se manchará de deseo, revelando que ningún muro puede contener la tentación.

Capítulo 1 Prólogo

La nieve caía como un manto sagrado sobre Moscú, cubriendo de silencio los pecados de la ciudad. En cada rincón, en cada callejuela iluminada por faroles apagados, se respiraba el mismo aire denso de poder, violencia y secretos. Era invierno, y el invierno en Rusia siempre traía consigo la promesa de muerte o redención.

Dimitri Ivanov lo sabía mejor que nadie.

Su nombre era sinónimo de temor en los bajos fondos. El hijo bastardo de la guerra, el hombre que construyó un imperio con las manos manchadas de sangre y los labios sellados con juramentos rotos. Dimitri nunca había creído en Dios, para él, la fe era solo otro instrumento de control, un arma más peligrosa que cualquier pistola. Sin embargo, esa noche, malherido y traicionado, fue la iglesia quien lo acogió, como si la ironía del destino se hubiera ensañado con él.

¡Sangraba! Su costado era un río rojo y la herida abierta de una emboscada que no supo anticipar lo decía todo. Algunos de los suyos lo habían traicionado, lo habían vendido como un perro, y la bala que lo atravesó no fue solo de plomo: fue la confirmación de que en su mundo nadie es leal para siempre. Se arrastró bajo las sombras de las torres doradas de un convento antiguo, un lugar que nunca habría pisado por voluntad propia. Allí, entre paredes blancas y ecos de rezos, encontró el único refugio que podía salvarlo.

Ella fue la primera en verlo.

Anastasia Volkova, la joven de noble cuna que había sido entregada a Dios no por fe, sino por conveniencia. Una ofrenda de su familia para acallar vergüenzas, ella era una joya encerrada en un claustro para nunca ser tocada por manos mortales. Bella como un ángel de mármol, pura en apariencia, pero con un corazón que ardía de preguntas y deseos prohibidos. Ella nunca había conocido el amor, nunca había sentido la tentación más allá de sus propios sueños nocturnos, hasta que lo vio.

Él, un hombre ensangrentado, fuerte a pesar de la fragilidad de su cuerpo en ese instante, con una mirada tan fría y verde como el hielo eterno de Siberia. Sus labios apretados parecían hechos para la violencia, pero había en ellos una promesa oscura, un peligro que la estremeció desde el primer encuentro. Anastasia no supo si fue compasión, miedo o curiosidad lo que la llevó a inclinarse sobre él y rozar su piel con sus manos temblorosas. Lo que sí supo es que, desde ese momento, su destino ya no le pertenecía.

Dimitri la vio y entendió que ella no era una monja como las demás. Su piel era demasiado cálida para estar muerta en vida, sus ojos demasiado vivos para pertenecer al silencio y él, acostumbrado a tomar lo que quería sin pedir permiso, percibió en ella el deseo escondido que ni siquiera ella sabía nombrar. La provocación comenzó como un juego cruel: una sonrisa torcida, un susurro venenoso, una mirada demasiado larga, pero lo que empezó como tentación se convirtió en fuego.

Una sola noche bastó para condenarlos. Una noche de jadeos contenidos, de velos arrancados, de fe profanada bajo el peso de un cuerpo que jamás debió entrar en aquel convento. Sangre y sacrilegio. Placer y pecado. Ella entregó lo que nunca pensó entregar, y él, sin saberlo, dejó en su vientre la prueba de que incluso en la oscuridad más impía puede nacer vida.

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