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Capítulo

"Kaethennis ha disfrutado de los placeres de la vida. Mucho. Casi se puede decir que demasiado. Es un alma libre, o al menos así se definiría ella. Kaethennis solo tuvo una debilidad, un desliz: Jake. Jake le dio la espalda a Kaethennis, él simplemente huyó, literalmente. Harry Jefferson vive por la batería, sus manos son sus herramientas de trabajo. Pero una de ellas ha sido lesionada cuando Dexter, su compañero de banda y hermano, juega con sus baquetas y accidentalmente le golpea con estas. BG.5 está de visita en Liverpool. Los Stuart viven en Liverpool. Harry ha ido al hospital y Kaethennis... también. Él la ha ayudado y ella podría ayudarlo a él... Ahora Harry y Kaethennis no pueden mantener sus manos quietas. Kaethennis no sabe si la «H» es de Harry o de huir."

Capítulo 1 1

PRÓLOGO

¿Responsable? Sí. Espera tacha ese sí, la respuesta es un, rotundo y perfecto, no. Como un «NO» en negrita, subrayado y mayúscula.

¿Amable? Cuando me agradan, lo que se traduce en: muy pocas veces y solo con mi familia... y, claro, mi mejor amiga.

¿Cuidadosa? No lo creo... al menos no tropiezo con mis propios pies, eso debe ser algo bueno, ¿no?

¿Ebria? Omito mi respuesta. No me haré la interesante, no ingiero licor.

¿Valiente? ¿Es esta una pregunta con trampa?

¿Estúpida? Ahora me doy cuenta de que sí. Quizás siempre lo fui.

¿Arrepentida? Un poco.

¿Qué haré? Aún no lo sé, estoy buscando respuesta para esta filosófica pregunta.

¿Impulsiva? Desgraciadamente sí.

¿Madura? Definitivamente no. Tan verde como un mango fuera de temporada.

Como notan no soy la persona más responsable, quizás ni siquiera califico como una persona responsable, soy todo lo contrario: impulsiva, libre, loca y divertida. Quizás demasiado libre.

Mi expediente policial goza de estar limpio, no consumo licor, al menos no con frecuencia, ni mucho menos ando por la vida drogándome; pero puedo decirles que tampoco soy un ángel del cielo. He cometido un error y ahora veo mis defectos.

Al observar las preguntas que me acabo de realizar, muy a mi pesar, me doy cuenta de que no soy la mejor persona del mundo. Tal vez, ni siquiera estoy cerca de ello.

Tengo un problema, bueno, no es un problema, es el resultado de una irresponsabilidad. Si no puedo con mi vida, ¿cómo se supone que pueda con dos? La respuesta es simple: Kaethennis cometiste un error, paga las consecuencias.

¡Y, vaya...! Estas son unas serias consecuencias.

Dejaré atrás mi niñez, la irresponsabilidad, los juegos y la diversión. Ahora seré Kaethennis la responsable, la mujer, la seria... ¡Ja! Todo esto con solo diecinueve años, técnicamente puedo calificarme aún como una adolescente, ¿no?

¿Quién diría que mi adolescencia terminaría a esta edad? Aprenderé la lección, me volveré una mejor persona, únicamente espero no encontrarme sola en esta nueva experiencia.

6 de julio, 2008.

-¡Mamá! -llamo a mi madre al llegar a la casa-. ¿Hay alguien?

-la respuesta se ve reflejada en un absoluto e incómodo silencio-. Vale, estoy sola.

Tomo un helado de menta con chispas de chocolate (del que me he vuelto adicta en los últimos meses) de la nevera, me ubico de manera perezosa en el sofá y comienzo a comerlo, degustándolo como si en cada cucharada probara pequeños trocitos de cielo. Tenía tantas ganas de comerme este helado, quizás es por el hecho de querer creer que comiendo helado el mundo será un lugar mejor, aun cuando sé que eso jamás pasará. Y, bueno, porque durante todos estos últimos meses no he parado de repetirme cuán idiota he sido, soy y seré.

Trato de decirme, de manera continúa, que no está tan mal mi situación, que realmente no fue un error. Pero cuando mi mente empieza a recordar los sucesos que me llevaron hasta aquí, no hago más que pensar cuán estúpida e inmadura he sido, y cómo las consecuencias de mis acciones finalmente han tomado forma; generando grandes cambios en mi vida.

Es en este instante en el que mi mente deambula por los episodios que me llevaron, o quizás trajeron, a lo que es el día de hoy.

-Jake ya para, tus padres pueden llegar -dije como pude, mientras mis labios eran devorados por los de Jake, aunque realmente yo no estaba poniendo mucha resistencia. Estaba en modo lujuria... Más aún cuando podía sentir algo duro presionar contra mis partes bajas.

Era una chica a la que le gustaba el sexo, no era algo de lo que me arrepintiera.

-No, no lo harán -respondió él, riendo, por lo que yo también reí, risa que se convirtió en gemido cuando sus manos juguetonas apretaron mis pechos. Él sabía cómo encender mi cuerpo, es lo que el hábito y la costumbre logra en una persona.

-Sabes que sí lo harán -le dije.

-Solo dedícate a disfrutar como siempre lo hacemos.

Solo bastó que dijera eso para que nuestra sesión de besos se volviera más que eso, convirtiéndose en sexo. Simple sexo.

Podía asegurar que no había nada de amor, solo diversión, lujuria y pasión. Solo éramos dos chicos que se divertían de vez en cuando sin ataduras ni etiquetas de relación. Lo cual estaba bien para mí, al igual que para Jake, es decir, ¿qué hombre estaría descontento por tener sexo sin compromiso?

Era el pastelito hecho del sueño de todo hombre: sexo libre de ataduras, esa era yo.

-Me gusta nuestra relación -me informó él, como si hubiese escuchado mis pensamientos.

Yo reí con ganas, por supuesto que le gustaba.

-¿Y es que esto es una relación? -pregunté, aún riendo, mientras comenzaba a cubrir mi cuerpo nuevamente con la ropa.

-Bueno, me gusta lo que sea que seamos -dijo él mientras terminaba de ponerse su camisa.

Sacudió su cabeza y me sonrió.

Jake de verdad era un chico muy atractivo, tenía esa cabellera color miel que hacía contraste con unos hipnóticos ojos de color avellana. Su barbilla era aguda y algo empinada, su nariz respingona pero, he de aclarar, eso no le quitaba ni un ápice de atractivo. Él tenía el cuerpo fibroso y era alto, quizás no en exceso, pero sí sobrepasaba la estatura promedio de un chico de veintiún años.

-Sin compromisos... -dije yo luego de abrochar mis pantalones.

-Sin compromisos -concordó él.

Eso era lo único que yo pedía a cambio. Lo único que quería de lo que sea que teníamos. Si había algo a lo que yo le tuviera pavor, era al compromiso. Simplemente yo me negaba a madurar, a crecer; el compromiso me aterraba, por eso llevaba una vida libre, de aquí para allá. Pero sin malinterpretaciones, por favor, me refiero a que era un espíritu libre, solo con Jake tenía esa clase de relación y llevábamos dos años en ello. Lo sé, era estúpido, dos años siendo amigos con ese tipo de derechos y no teníamos una relación o noviazgo.

-¡Estúpido Jake! -exclamo, molesta.

Para ser sincera estoy más molesta conmigo que con él. Es decir, él es el dueño de su pene, pero yo soy la dueña de mi cuerpo y era mi deber protegerlo. Por supuesto que no lo hice y he pasado los últimos meses reprochándomelo. Además de llamarme idiota, claro está.

Paso una mano por mi rostro. Voy a la mesa y dejo el helado para subir a mi habitación a ponerme algo más cómodo, lo que se traduce en algo que no estrangule a mi cambiado cuerpo.

Bajo y me ubico tal como estaba anteriormente, para seguir divagando en los recuerdos. En aquellos recuerdos que me lastiman y torturan.

Me encontraba en el baño de la universidad vomitando, me sentía fatal, y me sentía peor al saber lo que ocurría...

-¿Será que comiste algo que te causó daño? -preguntó Bridget, mi mejor amiga.

-No lo creo -susurré, lavando mi rostro.

No me atrevía a aceptar lo que me pasaba, me daba miedo. Además, decírselo a Bridget era hacerlo real.

-¿Entonces? -preguntó una vez más, escrutándome de manera fija con sus grandes ojos color verde, que parecían ver todo de mí.

A ella no podía ocultarle absolutamente nada.

-Yo... Brid... -respiré hondo, necesitaba decírselo a alguien-. Tengo dos semanas de retraso -confesé, apretando con fuerza mis manos sudorosas.

Por un momento deseé que, mágicamente, los vómitos desaparecieran y mi periodo tuviera un estruendoso bajón, solo suplicaba que eso sucediera, pero, como toda historia llena de moraleja, eso no sucedió.

Mi mejor amiga llevó una de sus manos a la boca, un gesto dramático, si se me permitía decirlo, mientras hacía una mueca de asombro. Si así reaccionaba ella, no quería saber cómo reaccionarían mis correctos padres.

Dios, se suponía que eso no debía ocurrirme a mí. Jake y yo éramos cuidadosos, siempre había un preservativo de por medio, pero, claro, quizás hubiese ayudado si yo hubiese tomado anticonceptivos.

Fui tan confiada.

Debí haber optado por otro medio de protección, más cuando las cosas con Jake se ponían tan salvajes que fácilmente un condón podía romperse. Aunque, para ser sincera, las veces en las que Jake parecía una bestia sexual lo detenía en pleno acto, por miedo, no me gustaban ese tipo de relaciones sexuales a lo bestial, al menos con él no.

-¿No te has cuidado? -preguntó Bridget luego de un gran silencio.

-Sí, no sé qué paso -me defendí, aunque mi excusa era banal y estúpida, tal como me sentía en ese momento.

-¡Yo sí sé!, vives teniendo relaciones con Jake cuando le vienen las ganas, y ahí están tus consecuencias -me acusó Bridget, vi mi miedo reflejado en sus ojos, ella sabía todo lo que implicaría ese embarazo.

-No me regañes, por favor. No lo necesito ahora, además, no es seguro, seamos positivas.

No sé a quién intentaba engañar más, si a ella o a mí. Rogué, aunque siempre había dicho que la esperanza era para tontos, prefería ser parte de esos tontos y no una chica de diecinueve años embarazada. No quería ser una más en las cifras de embarazos no deseados.

-Ruega que la prueba no te dé positiva -me indicó ella-. ¡Oh, amiga! La has cagado en grande.

-¿Qué prueba? -pregunté, ignorando su lamento, porque si alguien llevaba días lamentándose, esa era yo. Necesitaba que mi mejor amiga fuera la fuerte, por muy egoísta que eso me hiciera.

-La que te irás a hacer ahora a la clínica.

Que tonta fui al no querer darme cuenta de lo que pasaba, ¿cómo es que no notaba los cambios en mi organismo? ¿Cómo no notaba que iba a ser madre?

Así es, la prueba efectivamente dio positivo.

Lo primero que sentí fue un gran arranque de depresión, al igual que decepción. Decepción de mí misma, por ser una más de esas chicas que arruinaban su futuro, un número más en el porcentaje de embarazos no deseados. Me negaba a creer que un ser vivo crecía dentro de mí. Yo, el espíritu libre, tendría un hijo. No podía creerlo.

Tanto huir del compromiso que, al final, este terminó alcanzándome de una manera vil. Yo, embarazada. No hallaba en qué árbol ahorcarme, ni de dónde sacar valentía para decirles a mis padres.

Sin embargo, fui valiente y les informé a mis padres. Ahora mismo no me apetece recordar lo decepcionados que estaban. Empero, mi gran decepción fue Jake y su «Ese bebé no es mío». Siempre supe que era frío, calculador e incluso superficial, pero no pensé que fuera a ser así conmigo. Esperaba más de él. Yo no hice al bebé sola, y cabe destacar el hecho de que es de su órgano reproductor de donde vino ese bebé a invadir mi cuerpo.

Ahora aquí estoy, con ocho meses y medio de gestación. Será niño, pero ni siquiera le he buscado nombre... es que no quiero encariñarme con él. Luego de un par de meses, y de darle vuelta a la situación con mi familia, tomé una decisión. Lo daré en adopción, es lo que mis padres me han aconsejado, bueno, en realidad yo busqué esa solución; mi madre me da su apoyo y papá simplemente refunfuña acerca de la decisión que tomé. A Bridget tampoco le agrada la idea, pero a mí me parece lo mejor. Espero que sea lo mejor...

-No pienses que no te quiero -digo, acariciando mi vientre, aunque me niego a crear vínculo con el bebé-. Es solo que yo no puedo tenerte.

Esto lo hago casi siempre, decirle exactamente esas palabras a mi pequeño. Así es como lo llamo, «mi pequeño», debido a que no tengo un nombre para él.

Cada vez que digo esas palabras frente a Bridget, ella me acusa de mentir, puesto que mi familia está muy bien ubicada económicamente y ella me asegura que yo de verdad podría llegar a ser una gran madre si lo intentara. Es allí donde radica el problema: yo no quiero intentarlo.

Cobarde, lo sé.

Paso una mano por mi vientre redondo y casi quiero reír de manera maniaca al recordar cómo, antes de tener mi vientre tan hinchado, me daban grima esas enormes barrigas. De hecho, la simple idea de ser madre la descartaba. Se suponía que yo sería la tía divertida y solterona, no la madre responsable. Lamentablemente los planes nunca salen como deben ser, prueba de ello es estar embarazada.

Una punzada de dolor recorre un punto en mi espalda, para luego dirigirse al centro de mi vientre. Hago una mueca mientras respiro hondo, últimamente el bebé se mueve mucho. Otra punzada de dolor me alcanza, esta vez a la altura de mi ombligo, llegando a mi costado y es mucho más doloroso. Luego se convierten en dos punzadas de dolor, hasta irse multiplicando y entonces lo siento...

Siento algo caliente, pegajoso y viscoso, deslizarse por mis piernas. Bajo con algo de miedo la vista y observo como mi entrepierna se encuentra húmeda, mientras que por mis piernas se desliza un líquido, el líquido al que tanto le temía.

-¡Rompí fuente! -grito, asustada y llena de histeria, aun sabiendo que esa es exactamente la forma en la que mi médico me dijo que no actuara cuando llegara el momento, porque podría causar estragos en mi presión cardiaca. Pues, doctor, váyase al carajo, la histeria es mi mejor amiga justo ahora.

Respiro hondo mientras trato de calmar el nivel de miedo que está tomando mi cuerpo. Me levanto con cuidado del sofá hacia el teléfono, empiezo a sentir pequeños dolores, lo que quiere decir que las contracciones empiezan a hacerse muy continuas. Asustada, recuerdo que no me sé el número de mis padres. ¡¿Qué clase de hija soy?! Se me ocurre que Emergencias estará en discados rápidos, pero, en su lugar, está «Rupert».

¿Qué hace el número de mi tío, el cual vive en Miami, en discados rápidos?

Como puedo marco al 911, mientras aprieto mis labios, intentando olvidar el dolor. Las contracciones comienzan a aumentar, solo espero que alguien llegue rápido. Estas contracciones se están haciendo realmente dolorosas y yo sé que eso solo significa que el bebé está buscando su posición para salir de mí.

Espera solo un poco más, pequeño, por favor.

♫♫♫

Poco después me encuentro en una silla de ruedas que se desplaza hasta la sala de partos. La enfermera se detiene a avisarle de mi llegada a un doctor, y yo solo quiero gritarle que se apure, que camine más rápido y consiga al condenado doctor privilegiado de atenderme.

Aprieto mis labios para no hacer una escena por el dolor, no soy la primera ni la última mujer en dar a luz, por lo que debo ser fuerte. Aunque realmente estoy muriendo de miedo, no veo a nadie conocido.

-¿Mi familia? ¿Bridget? -pregunto, presa del pánico-. No daré a luz sola, no puedo...

Justo cuando estoy a punto de lanzarme en un llanto histérico, un chico pasa a mi lado y, sin pensarlo dos veces, tomo su mano. Ante el gesto él me mira extrañado. Desearía al menos no lucir toda transpirada y lunática ahora, porque él claramente es muy atractivo. Sus ojos son dos piedras de un azul intenso, el azul más hermoso que he visto en mi vida, su cabello castaño muy oscuro cae en un estilo rebelde alrededor de la cima de sus ojos y sus labios son de un rosa provocativo. Sacudo mi cabeza mientras le hablo. Ahora no puedo darme el lujo de detallarlo, no es momento para coquetear, no cuando mi entrepierna esta húmeda y luchando por contener a un bebé ansioso de salir al mundo.

Puedes esperar un poco más bebé, el mundo no es gran cosa.

-Llama a mis padres -le pido, o quizás le ruego, mientras hago una mueca por la contracción que atraviesa mi vientre. El dolor es mucho más fuerte que los dolores premenstruales, y eso es decir mucho.

-¿Ah? -pregunta él, viendo con fijeza mi rostro, quizás tratando de descifrar qué es exactamente lo que yo quiero.

-¡Maldición! No quiero dar a luz sola -digo, tomando su mano con fuerzas. Puedo asegurar que el agarre de mi mano sobre la suya quizás está resultándole algo doloroso.

-¿Estás sola? -me pregunta, viendo a mi alrededor.

-¡¿Que no ves?! -grito ante su pregunta estúpida, no es el momento más adecuado para hacerme preguntas estúpidas. El chico abre los ojos como platos, casi parece asustado-. Tengo miedo -aseguro, mientras me quejo de los dolores.

-Vale, vale, no grites, le hará daño al bebé -me indica él, ahora parece asustado, con una extraña expresión en su rostro.

-¿Lista? -me pregunta la enfermera y casi grito un gran «No», pero aun cuando se supone que el bebé no debería estar naciendo todavía, soy muy consciente que este quiere salir ahora mismo. Bebé ansioso.

-N-no... -digo, sorbiendo de manera vergonzosa mi nariz-. No me dejes sola -le imploro a aquel desconocido.

-No lo haré -dice él, viendo a los lados, buscando una solución a esta situación-. ¿Dónde me cambio?

-¿Es usted el padre de la criatura? -pregunta otra enfermera, llegando a nosotros. El rostro del chico palidece y me ve de reojo, como si mi rostro fuera a otorgarle alguna solución a esta extraña situación.

-Efectivamente -responde él, con voz temblorosa, y yo abro mucho mis ojos, al igual que mi boca. El padre del bebé no tiene los ojos azules, ni mucho menos reconoce que él es el padre del bebé.

-Acompáñeme -le indica la enfermera.

El chico, al igual que aquella enfermera, se pierde de mi vista e inmediatamente extraño su mano entre la mía, que me hacía sentir un tanto más segura. Cuando mis ojos lo pierden de vista, el pánico de nuevo me invade.

En un abrir y cerrar de ojos me encuentro en la sala de partos, con una bata azul, sin ropa interior, y con mis piernas abiertas en una posición incómoda, que deja a la vista de todos mi zona más íntima. Quiero cerrar las piernas, tengo frío. Todos hablan mientras el doctor se coloca sus guantes de látex y me hace preguntas a las que yo realmente no presto atención, está claro que el doctor solo intenta tranquilizarme debido a que el pánico tiene mi presión cardiaca descontrolada.

-No puede ser, ¡daré a luz sola! -exclamo de un momento a otro, totalmente asustada, mientras mis ojos se llenan de lágrimas. No puedo creer que voy a hacer esto sola, realmente sola. No habrá nadie tomando mi mano, nadie dándome apoyo. Yo quería dar a luz como ese programa de televisión por cable en donde todo parecía muy maravilloso, con una familia sumida en llanto ante la llegada de un bebé.

En este preciso momento el chico de los despampanantes ojos azules entra con bata azul, mientras me regala una sonrisa nerviosa. No puedo creer lo absurdo que es que sus ojos azules solo resalten de una manera increíble por culpa de la ridícula bata que lleva puesta.

Casi quiero lanzarme sobre él y agradecerle. Realmente el que estuviera aquí logra calmarme un poco, mi presión cardiaca aún esta alocada pero más controlada, cosa que el doctor nota.

-¡Padres adolescentes! -exclama el doctor, como si él no hubiera perdido su virginidad en la adolescencia, tal cual lo hice yo-. Bien, ¿fuiste a clases de preparto?

-No -le respondo. Solo fui a dos y realmente me aburrí demasiado y lo abandoné, ahora me arrepiento-. Pero vi muchas películas.

-Bien, pujarás cada vez que te indique y luego respirarás hondo para volver a pujar, ¿entendido? -me pregunta el doctor con una sonrisa paternal en su rostro.

Yo solo asiento con mi cabeza y el chico toma mi mano. «Puja», me indica, y lo hago. ¡Qué dolor!

Siento que mi entrepierna está siendo prendida en fuego y que mi vientre se divide en dos. ¿Cómo hay mujeres en el mundo que tienen tantos hijos? ¿Cómo pudo mi madre tener tres hijos? Saco esas ideas tontas de mi cabeza mientras con todas mis fuerzas pujo una vez más.

Repito ese proceso por unas largas cinco horas.

Pensé que esto de estar en trabajo de parto solo duraba un par de horas, ya sabes, algo rápido de unas cuantas pujadas y listo. Pero aquí estoy yo, adolorida hasta los cabellos luego de tantas horas de dolor. Sin embargo, sé que no puedo descansar, no hasta que el bebé salga. Además, el chico anónimo me recuerda a cada minuto que tengo un bebé en camino, a lo que yo lo miro con una clara expresión de: «Eso lo sé».

-¡Vamos, falta poco para que lo logres! -me alienta el chico, mientras pasa su dedo pulgar por mi frente, limpiando como puede las gotas de sudor. Ni siquiera hace una mueca de asco por el gesto. Yo, por el contrario, sí estoy muy asqueada de estar tan sudorosa.

-Esto duele tanto -susurro mientras respiro en medio de jadeos, necesito que él sepa que realmente estoy haciendo un gran esfuerzo.

-Lo has hecho bien, eres valiente -dice el chico, besando mi frente.

Ese chico ha estado durante las cinco horas tomando mi mano, mientras, de vez en cuando, limpia mi sudor. Sí que debo agradecerle, tal vez una cena, dinero o algo como eso.

Doy los últimos tres pujones antes de escuchar un grito agudo y molesto. El dolor poco a poco va disminuyendo y me siento tan agotada.

-¡Es un niño! -exclama el chico, emocionado. Ya sabía eso, pero disfruto de su sorpresa como si lo fuera para mí también.

-Un niño sano -me informa el doctor-. ¿Cómo se llamará?

-¿Cómo te llamas? -pregunto a aquel chico mientras veo cómo la enfermera me acerca a una cosita pequeña con restos de sangre y un llanto potente. Su piel está rosadita y sus ojos cerrados. Él es lo más hermoso que he visto en mi vida. Me parece que ponerle el nombre del chico es la mejor forma de agradecerle, él es como una especie de ángel, un ángel de increíbles ojos azules.

-Harry -responde, confundido. El chico está perdido en mi bebé.

-Se llamará Harry Daniel -indico, derramando una lágrima.

No puedo creer que por fin estoy conociendo al pequeño que pateaba dentro de mí. El chico sonrió. Dios, este es el bebé más hermoso que he visto en mi vida, aun cuando huele terriblemente a sangre y está algo sucio.

El celular de ojos azules –chico anónimo, ahora llamado Harry– comienza a sonar, él lo saca y la enfermera se lo arrebata de una manera grosera, si se me permite decirlo.

Tengo a mi precioso bebé en mis brazos, su cabello es castaño claro, exactamente de color miel como el de Jake, y sus mejillas están tan rosaditas, sus labios sin duda alguna son como los míos. Sé que dicen que los bebés nacen arrugados y que es muy poco probable que puedas identificar algún parecido, pero en este bebé reconozco rasgos de manera rápida.

-Hola, Harry -saludo al pequeño, quien no deja de llorar, pero disminuye un poco el tono. Lo cual agradezco, porque su llanto es realmente potente.

-Colóquense y les tomo una foto -dice la enfermera, con el celular del chico.

-Pero... -intento decir.

-Nada de tener pena. Vamos, será una linda foto familiar.

El chico sonríe mientras se pone a mi lado y un flash se hace presente: la primera foto del pequeño Harry.

♫♫♫

Luego de dos horas mi familia por fin puede entrar a verme, pero no vienen solos. Vienen con la trabajadora social, vienen por el pequeño Harry.

El pánico de manera inmediata me invade. Se llevarán a mi pequeño.

¿En qué estaba pensando cuando decidí darlo en adopción? Es el niño más hermoso y es absolutamente mío. Lágrimas silenciosas comienzan a caer por mis mejillas mientras me doy cuenta de la mala decisión que he tomado. Una decisión basada en una postura egoísta, porque siempre he sido así, egoísta.

-Debes saber que es por tu bien... -dice mi padre, limpiando mis lágrimas con sus dedos pulgares. Él parece triste, en un principio él manifestó su desacuerdo con la adopción, pero ya se ha hecho la idea.

-¡No! Lo tuve durante meses dentro de mí, él no debe pagar mis errores. Yo lo quiero conmigo, por favor no me lo quiten -pido, en medio de lágrimas, mientras emito un pequeño sollozo.

¿Qué he hecho?

Mis padres solo me observan. ¿Cómo pretenden que aquel ser indefenso, aquello que habitó dentro de mí durante meses, aquello que me daba pataditas, no permanezca conmigo? No sé ni siquiera como yo fui capaz de pensar que podía entregarlo tan fácilmente una vez lo viera. No creo en el amor a primera vista, pero lo que sentí al ver a mi hijo con facilidad me hace creer que en él, porque me enamoré con solo un vistazo a ese hermoso bebé.

-¿En verdad serás responsable? -pregunta mi madre con voz dulce.

-Lo prometo, seré la mejor madre que él pueda tener. Lo seré porque el pequeño Harry lo merece.

Mis padres solo sonríen y sé que al único lugar al que Harry Daniel irá será a mi hogar, nuestro hogar. Veo hacia la ventana y observo a aquel chico sonreírme mientras, con la mano, me dice adiós. Siempre estaré agradecida con él.

Gracias Harry, gracias por ayudarme a traerlo a mis brazos.

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